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CAMALEÓNICO LOMBARDSevilla, Teatro Lope de Vega y Teatro de la Maestranza, 2 y 4 de abril de 2002. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Juan Ronda Molina, flauta. Vadim Gluzman, violín. Alain Lombard, director. Obras de Mozart y Tchaikovsky. Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. La aún joven Sinfónica de Sevilla puede enorgullecerse de ser la orquesta española que cuenta con el director titular más prestigioso a nivel internacional, el parisino Alain Lombard, cuya relevante experiencia profesional puede aportar mucho en la ciudad de la Giralda. Motivo de orgullo para todos, sí, y también un imperativo para que responsables administrativos y autoridades políticas pongan todas las facilidades al maestro para que desarrolle su labor sin problemas. O, al menos, no le pongan trabas, ahora que se plantea -el propio alcalde ha tomado la palabra- la fusión con el Teatro de la Maestranza. Dos programas diferentes ha ofrecido Lombard en la primera semana de abril. Uno de ellos, el habitual de abono de la orquesta, en esta ocasión integrado exclusivamente por páginas de Tchaikovsky. El otro, un especial Mozart programado con cierta premura y mucha buena voluntad por el maestro para compensar su escasa presencia en esta primera temporada como titular, pero también para que la formación hispalense trabaje un repertorio en el que, como ya hemos dicho en alguna ocasión, encuentra su talón de Aquiles. Todo un acierto realizarlo, como lo es haberlo ofrecido en el coqueto Teatro Lope de Vega, un marco quizá más adecuado y desde luego menos frecuentado que el Maestranza. Pues bien, aunque ninguno de estos conciertos terminó de convencer, pusieron de manifiesto una importantísima virtud por parte del nuevo titular: sus dotes camaleónicas. Por descontado, la maleabilidad de la orquesta desempeñó en este sentido un papel decisivo, pero hasta ahora no habíamos notado un cambio tan radical bajo un mismo director. Al frente de una ROSS sensiblemente reducida, Lombard ofreció un Mozart ágil y transparente, de articulación claramente marcada y cierta incisividad, con algún punto aislado de excentricidad, todo ello sin dejar del todo de lado los aspectos melancólicos y reflexivos del Concierto para flauta nº 1 KV 313 y del Divertimento en Re mayor KV 334. A medio camino entre un Marriner y un Harnoncourt, para entendernos. Por desgracia, la música mozartiana deja al descubierto hasta las más mínimas limitaciones de aquellos que la abordan, trátese de directores, orquestas, solistas o cantantes. De ahí que el resultado final distara de ser todo lo bueno que esperábamos. Harto diferente fue el planteamiento de Lombard dos días después. Ya desde los primeros compases del Concierto para violín se hizo evidente que nos iba a ofrecer un Tchaikovsky muy "ruso". Así, de esta página y de la Quinta Sinfonía ofreció lecturas vehementes y extrovertidas, en las que supo extraer de la ROSS un sonido ocre, rústico y poderoso -especialmente en lo que a la cuerda grave se refiere-, incluidos esos metales broncos y poco empastados tan característicos de las orquestas eslavas. El problema fue que tanto fuego se llevó por delante gran parte del lirismo y trajo consigo una buena dosis de tosquedad: se echaron de menos atención al detalle -en la dinámica, en el fraseo, en la claridad orquestal-, elegancia, melancolía y, en definitiva, profundidad. No hay lugar a establecer comparaciones con las versiones que durante la Expo'92 nos ofrecieron en el mismo escenario Celibidache y Chailly, pero su recuerdo es inevitablemente poderoso. Hemos
dejado a los solistas para el final. El violinista ucraniano Vadim Gluzman
estuvo formidable en Tchaikovsky, más que suficiente en virtuosismo,
centradísimo en el estilo -muy apropiado en su sonido- y plegado a un
concepto más vibrante que intimista, en la línea de la batuta. Claro que
su excelencia no ha de resultar especialmente llamativa, dado su currículo
internacional, frente a la labor del valenciano Juan Ronda Molina,
"solamente" miembro de la Sinfónica, pero sobrado de agilidad y
musicalidad para desempeñar labores de solista de cierta relevancia. Su
Mozart fue muy hermoso -quizá más introvertido y ensoñado que el de
Lombard-, y en ningún momento se echó de menos a un flautista "de
prestigio". Decididamente, esta es una orquesta a la que hay que
mimar.
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