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PINCHAS ZUKERMAN EN OVIEDO
Oviedo, Auditorio Príncipe
Felipe. 12 de marzo de 2002. Schubert: Sonatina en re mayor, D 384.
Fuchs: Intermezzi en re mayor y do mayor. Schumann: Sonata en la
menor, Op. 105. Neikrug: Fast Forward. Takemitsu: From Far Beyond
Crysanthemus and November Fog. Fauré: Sonata nº 1 en la mayor, Op.
13. Pinchas Zukerman, violín ; Marc Neikrug, piano.
Dentro de una apretada gira española que les llevó el día anterior
a Murcia y dos días antes a Barcelona, pudimos escuchar en Oviedo a
uno de los violinistas más conocidos de la actualidad, Pinchas
Zukerman, con el acompañamiento al piano de su inseparable Marc
Neikrug. Zukerman, uno de los más célebres "protegidos" de
Isaac Stern, siempre ha quedado un poco a la sombra de Itzhak Perlman,
el más conocido violinista de la que se ha dado en llamar
"escuela judeo-americana", aunque en su buena época (años
70-80) nos regaló un buen número de grabaciones que pueden de
referencia, al menos entre las de las últimas décadas. Sin embargo,
sea porque su mejor época parece haber pasado ya, o sea porque en
estas giras maratonianas no da lo mejor de si, el caso es que el
recital ofrecido en Oviedo, aun quedando a buen nivel, no entró
dentro de lo inolvidable.
El programa presentaba obras de carácter más bien intimista, en su
primera parte centrado en el mundo germánico: Schubert, Schumann y el
australiano Robert Fuchs, que vivió en Viena en el siglo XIX y fue
elogiado por Brahms (elogiado e influido, pues los dos Intermezzi
ofrecidos tenían un inequívoco sabor brahmsiano). En la segunda
parte nos trasladamos al mundo de la música francesa (impresionismo y
sus precedentes o consecuentes), pues la parte final del recital
estuvo dedicada a la Sonata nº 1 de Fauré; antes de ella
escuchamos una obra del propio pianista, un tanto
"experimental", y otra del compositor japonés
(recientemente fallecido) Toru Takemitsu, en la que una vez más se
pueden observar las influencias que sobre él tuvieron Debussy y
Messiaen. Un programa que se adecuaba bien a las características del
violinista, mucho más dado a páginas de este tipo que a piezas de
virtuosismo.
Entre las virtudes de Zukerman casi nunca se ha contado el lucir una
afinación impecable, y de hecho esta dejó algo que desear en las
primeras obras de cada parte del concierto, para ir mejorando durante
las mismas; lo mejor del programa fueron las obras "largas"
que culminaban cada parte (Schumann y Fauré), mostrando en la primera
el adecuado apasionamiento romántico y en la segunda el refinamiento
propio de esta preciosa obra.
Hubo dos propinas: de la primera, Berceuse, de Fauré, puede
decirse que prolongaba la segunda parte del programa. En cuanto a la
segunda, la Siciliana de Maria Theresa von Paradis, Zukerman
la "bordó", demostrando que el siglo XVIII sigue siendo una
de sus grandes especialidades: si todo el recital hubiera estado a ese
nivel, habría sido ciertamente inolvidable.
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