Revista mensual de publicación en Internet
Número 28º - Mayo 2.002


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Un secundario también es protagonista

Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum.


Llegué con más de veinte minutos de antelación para oír un concierto en el que los instrumentos secundarios llegaron a tener un papel determinante en el transcurso de la velada. Gracias a mi antelación horaria pude ser testigo de excepción de todos los acontecimientos.

Las vitrinas estaban llenas de documentos históricos que relataban la historia del teatro desde sus comienzos. Fue una suerte tener una lectura tan instructiva durante mi corta espera, no sabía la cantidad de cosas que le pueden pasar a un teatro a lo largo de su existencia: incendios, terremotos, termitas, huracanes,... Los del seguro se lo tendrán que pensar dos veces antes de firmar un contrato con una entidad de estas característica.

Bueno, tras un rato de didáctica lectura llegó mi admirado amigo en compañía de su familia. No pude hablar mucho con él porque rápidamente tuvo que irse para prepararlo todo. Ya sólo quedaban unos pocos minutos y sólo restaba sentarse y disfrutar del espectáculo.

Pero faltaba algo, una pieza del puzzle. En el público faltaba alguien que ya debería haber llegado, se trataba de la media naranja del amigo músico. Con movimientos nerviosos evidenciaba su intranquilidad ante la posibilidad de que el auditorio estuviera incompleto precisamente con una de las ocupantes de excepción. Yo lo miraba y me preguntaba hasta qué punto podría repercutir tan notable ausencia en la interpretación de aquella noche.

Las luces se apagan. Ya no hay vuelta atrás, comienza el concierto. Los aplausos preceden a la entrada de los músicos en el escenario. Él sigue mirando al patio de butacas. Desde mi butaca veo su cara de preocupación. Suenan los primeros acordes.

Comienza a tocar sin mucha decisión, casi dudando. Necesita ese empujón final que lo meta de lleno en el concierto, tiene la mente en otra parte, en una persona. Mientras lucha contra sí mismo por seguir adelante no se percata que la puerta se ha abierto y que entran dos personas. Mas vale tarde que nunca.

Conozco a las dos figuras que entran en el auditorio. Junto a la novia de mi amigo entra la hermana, cuyo nombre rima con playa, raya, toalla, malla,... Pero de la que nunca recuerdo su nombre, sé que no es muy común, pero el caso es que no me acuerdo. Será cosa de la edad.

En uno de los fragmentos en los que no tiene que tocar, el enamorado mira hacia el público y contempla con alegría que la espera ya ha terminado. Aunque no mueve ni un solo músculo de la cara la siguiente intervención no tiene nada que ver con las anteriores, ahora todo suena mucho más fuerte, mas nítido. Ahora las notas salen del corazón. Todo el peso de la pieza recae sobre él, el tamaño de los demás músicos se va reduciendo paulatinamente hasta que sólo se le ve a él. Por fin.

Cuando termina el concierto todas las opiniones coinciden en lo mismo: el acompañamiento fue muy bueno. No sé si se dice acompañamiento exactamente, lo que sí sé es que hay instrumentos que algunas veces hacen de solistas y otras veces hacen de otra cosa. A esa otra cosa la llamo acompañamiento. Y el caso era que aquella noche el acompañamiento había sido tan importante como el solista.

A la salida, nos reunimos para intercambiar impresiones. Todos formamos un corrillo en torno al héroe de la noche y le acribillamos con cumplidos. Nos alegramos por él.

Tras la primera oleada de comentarios, expongo mis impresiones sobre la importancia que ha tenido la tardía aparición de M (ahora no caigo en más sinónimos de novia). Ese inocente comentario provocó el que la nena se ruborizara. Ha sido la única vez en mi vida que he visto una media naranja del color del tomate.

Es por todos bien sabido el beneficio que supone para el organismo el consumo de naranjas. Más concretamente la gran cantidad de vitamina C que contienen. Pero aquella noche la vitamina C no era de la naranja, era C de corazón.