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PAPPANO VERSUS BRÜGGENPor Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Sevilla, Teatro de la Maestranza. Ciclo “El Mundo Sinfónico”, organizado por Promúsica. 5 de mayo: M. Julsrud, soprano; M. Kroese, mezzo; A. J. Dahlin, tenor: D. Wilson-Johnson, bajo. Coro de cámara de Holanda. Orquesta del siglo XVIII. Frans Brüggen, director. Obras de Mozart. 8 de mayo: M. de Young, mezzosoprano. Orquesta Sinfónica de La Monnaie. Antonio Pappano, director. Obras de Verdi y Berlioz. Con sólo tres días de diferencia se han ofrecido los dos últimos y a priori más interesantes conciertos del ciclo “El Mundo Sinfónico” de Promúsica en el Maestranza de Sevilla. De esta manera hemos podido comparar dos batutas, o más bien dos maneras de enfrentarse a la música, radicalmente enfrentadas entre sí. Por un lado, el veterano historicista Frans Brüggen y su orquesta de toda la vida; por otro, el joven en imparable ascenso Antonio Pappano y la formación que abandona después de mucho tiempo para convertirse en director musical nada menos que del Covent Garden. Brüggen ofrecía el mismo programa Mozart del disco "live" editado por Glossa hace unos años: la Maurerische Truauermusik, el Adagio para 2 clarinetes y 3 cornos de bassetto y el Réquiem. Con buen tino, incluyó además la Sinfonía fúnebre en do menor de su contemporáneo Joseph Martin Kraus (1756-1792), que compusiera el mismo año de su muerte para el funeral Gustavo III de Suecia (cuyo asesinato inspiró a Verdi Un ballo en maschera). Ayudado por una orquesta y un coro notabilísimos, que no por unos solistas meramente correctos -salvo el tenor Anders J. Dahlin, excelente-, el veterano maestro ofreció unas interpretaciones plenamente representativas de la austera escuela holandesa: secas, espartanas, distantes, ajenas tanto a la retórica como a la frivolidad, de espiritualidad honda y sincera en una línea marcadamente calvinista. Opción coherente y respetable, pues, pero que no nos convenció en absoluto. El Réquiem de Mozart necesita para funcionar una buena dosis de vitalidad, sensualidad, contrastes, elegancia y buen sentido de lo teatral -de catolicismo, si se quiere- que con Brüggen estuvieron ausentes. Todo lo contrario se puede decir de Pappano: el suyo fue uno de los conciertos sinfónicos más memorables del Maestranza post-Expo'92 merced a su batuta incandescente, muy latina, de una cantabilidad, un sentido del color y una capacidad para el matiz deslumbrantes. La obertura de La forza del destino fue portentosa, con un legato y una efusividad -me venía a la mente el canto de Bergonzi- que evidencian la afinidad del maestro al mundo de la ópera. Les nuits d’étè resultaron irreprochables, entre otras cosas por la intervención de la mezzo norteamericana Michelle de Young, cuyo instrumento es tan enorme y seductor como su físico. La Sinfonía Fantástica deslumbró no por su brillantez -hubiera hecho falta una orquesta más sólida que la de La Monnaie-, sino por su alta temperatura emocional. Fue una magnífica versión que, venturosamente, en ningún momento rozó el desmadre ni el efectismo al que tanto invita esta partitura. Dos fragmentos orquestales de Carmen pusieron fin a una velada memorable que fue aplaudida con palmas a la flamenca, típicas en Jerez pero desde hace ya tiempo reservadas en Sevilla para muy contados eventos. En este mismo número ofrecemos una charla con el joven director.
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