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Número 28º - Mayo 2.002


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MÚSICA EN LAS CUEVAS DE MALLORCA: MÁGICA BELLEZA INTERIOR

Por Isabel Francisca Álvarez Nieto. 


Oscuridad, silencio y misterio. Estas premisas nos introducen en el extraordinario subsuelo de la isla de Mallorca. Entresijos, documentos vivos, que a los mallorquines nos desvelan mejor que nadie nuestro pasado histórico y nuestra esencia como isla.

La composición calcárea de la tierra que nos sustenta ha configurado un asiento colmado de cavidades de diverso origen. Esto ha enriquecido el patrimonio natural mallorquín con un meticuloso, lento y silente trabajo milenario; que ha servido también para la práctica apasionante de la espeleología.

En Mallorca existen cientos de cuevas, pero la más indicada para iniciarse en esta práctica es la de Sa Campana, en Escorca, pues no muestra apenas dificultad técnica; aunque el neófito deberá tener en cuenta sus más de mil seiscientos metros de longitud, que la convierten en la segunda más larga de la isla, título en el que es eclipsada por las Cuevas del Drac con mil setecientos metros, en las que me centraré más adelante.

Sa Campana, sin embargo, puede presumir de sus trescientos cuatro metros de desnivel, que la convierten en la más profunda de la isla y casi del país.

Aunque si lo que  buscamos es el estudio científico, lo hallaremos en los avencs que, debido a los imprescindibles conocimientos técnicos que requieren para deslizarse por sus hendiduras verticales, son las cavidades que menos ha modificado la acción humana.

Pero las cuevas más conocidas a nivel turístico y que ofrecen un inigualable marco musical son, sin duda, las Cuevas del Drac, a las que ya me he referido.

Estas cuevas, de belleza sin igual, probablemente inimaginable por muchos de los compositores que en ellas nos deleitan con sus obras, y conocidas en todo el mundo, se encuentran en la finca de Son Moro, junto a la mar de Portocristo, término que debe su nombre al desembarco en él de la venerada figura del Santo Cristo, de la que el pueblo es devoto desde hace más de 700 años y que se encuentra protegida en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores de Manacor.

Lo más llamativo de estas cuevas es, justificadamente, que en su interior se halla uno de los mayores lagos subterráneos del mundo, el llamado, por el topólogo y espeleólogo M. F. Will, Llac Martel (Lago Martel), de 177m de largo, unos 30 de ancho y con unos 5 a 12m de profundidad de agua semisalada.

Desde él, pequeñas barquitas iluminadas (con músicos en su interior) van apareciendo para deleitar al público asistente con un bellísimo Concierto de Música Clásica, que supone un espectáculo único en el mundo, más realzado, si cabe, con el acompañamiento que los juegos de luz hacen entre las estalactitas. Y que se inicia con la simulación de un amanecer.

Caballero, Martini, Chopin y Offenbach son algunos de los que prestan sus respectivas obras: Alborada Gallega, Plaisir D’amour, Tristeza. Estudio 3 Opus 10 y Barcarola de “Los cuentos de Hoffmann” para impregnar con sus melodías tan sobrecogedor escenario.

La existencia de la Cueva se encuentra documentada en 1338 y su nombre, Drac (Dragón), tiene su origen en la mitología mallorquina medieval, drac fantàstic, animal con cuerpo de serpiente, de cabeza grande y aspecto feroz, al que se le atribuía guardar un tesoro.

Pero en 1632, y de mano del historiador Dameto, aparece por vez primera en la Historia General del Reino de Mallorca el nombre de Drach.

El 17 de junio de 1922, Don Joan Servera Camps y su esposa Doña Ángela Amor Nadal compran, a la familia Moragues de Palma, un terreno en Porto Cristo llamado Es Tancat de Sa Torre (El Cerrado de la Torre) donde se localizaban las Coves del Drac.

En 1929, los nuevos propietarios abren una nueva entrada a las mismas frente a Cala Murta. Las iluminan y, como dije antes, las musicalizan.

El alumbrado se inicia en 1934 a cargo del ingeniero Carles Buïgas i Sans, quien proyecta y realiza la obra resaltando la inigualable belleza natural de estas cuevas, y que el propio Buïgas calificó como una de sus obras de más prestigio.

De las melodías que se encargan de agasajar al visitante, en esta ocasión quiero centrarme en la embriagadora Barcarola de la ópera de Los cuentos de Hoffmann que tiene el honor de clausurar dicho concierto.

Jacques Offenbach (Colonia 1819 – París1880) puede ser considerado un compositor francés a pesar de su origen alemán, ya que a muy corta edad salió de su Alemania natal para trasladarse a París, ciudad en la que se formó en el dominio del violín y el violonchelo.

Fue director de la orquesta de la Comédie française; y a partir de 1855 sólo compondría para teatro. Aunque, como a tantos otros artistas de diversas disciplinas, el reconocimiento le llegaría tarde, ya que no cosechó éxito alguno durante su vida. Fue en 1881, un año después de su muerte, cuando el público reconoció su valía gracias a Les contes d’Hoffmann (Los cuentos de Hoffmann), ópera en 3 actos estrenada en la Ópera cómica de París que, sin embargo, fue finalizada por E. Guiraud, quien también la orquestaría. La ópera está inspirada en la obra del escritor alemán E.T.A. Hoffmann, compatriota gracias al que obtendría una recompensa póstuma.

La barcarola, uno de sus pasajes, es el que se desarrolla en las Cuevas del Drac. De su lago, entre bosques de estalactitas, aparecen tímidas pero imparables sus primeras notas que, seguramente, en esta sugerente oscuridad no extrañan a la Ópera cómica de aquel París decadente del Segundo imperio en que por fin vieron la luz.

Este espectáculo de la Madre Naturaleza, a pesar de lo irreal que resulta su cuidada iluminación, sus pasillos cimentados y sus metálicos pasamanos, no concluye aquí. La visita incluye, además, el paso del lago en una cómoda barquita que nos acerca a la salida; y que nos hace gozar durante unos instantes con todos los sentidos, deleitando al pensamiento con un hueco silencio incomprensible en la superficie.

En nuestra próxima cita retornaremos a Palma para conocer a uno de los emblemas culturales de la ciudad, el Teatre Principal. Hasta entonces.