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SECCIÓN DEL APÓCRIFO (HUMOR Y SÁTIRA): Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum.
Yo, apócrifo donde los haya, intento disfrutar lo más que puedo del poco tiempo libre que nos queda en esta sociedad estresante en la que vivimos. Una de las formas que tengo de evadirme es oír música clásica. Reconozco que en un principio (muy en el principio) usaba la música clásica para dormitar en las apacibles tardes de verano. La verdad es que hubo una experiencia que cambió para siempre mi concepto de la música clásica. Recuerdo que fue una tarde del mes de octubre. El día era desapacible y no había gente por la calle. Yo estaba en la calle porque tenía que comprarle un regalo de cumpleaños a mi hermano y no tenía más remedio. Entré en unos grandes almacenes (no voy a mencionar nombres por el tema de la publicidad, pero el nombre se parece a que un inglés te dé un corte) con el pensamiento de comprarle un disco de la música nueva esa que se hace con ordenadores y que se parece un montón al ruido del lavavajillas. El caso es que después de estar un rato paseando entre las estanterías llegué a la zona de música clásica. Paseé la mirada por las estanterías en busca de algún nombre que me sonara. Vamos, era como encontrar la aguja del pajar (ahora no, ya conozco por lo menos dos o tres nombres) pero se estaba calentito y por el hilo musical sonaba el Canon de Pachelbel (por aquél entonces no sabía que se llamaba así). En fin, una atmósfera agradable. Cuando estaba a punto de irme tuve una de las experiencias más singulares de mi vida. Al otro lado de la estantería frente a la que me encontraba encontré la imagen más celestial que recuerdo. Unos cabellos rubios como el oro, unos ojos azules como el mar y una sonrisa como un Sol. Fue como un banquete para los sentidos. Vista y oído se disputaban mi atención. En ese instante el tiempo pareció congelarse, todo iba a cámara lenta. Mi percepción captaba cada milisegundo que pasaba y lo paladeaba en toda su extensión. Fue en ese momento cuando me aficioné (dentro de mis limitaciones) a la música clásica. El momento mágico se rompió cuando un punki mal encarado agarró a la chica por la pintura y se la llevó lejos de mí mientras le ponía la mano en el trasero. El momento mágico pasó, y la chica también. Pero la música continuó sonando y fue con ella con quien me quedé. Y desde entonces no la he abandonado, algo de lo que no me arrepiento y cada día me alegro más. Es raro, por lo menos para mí, que un instante tan fugaz haya perdurado tanto en el tiempo y concretamente en mi vida. Este artículo tiene un montón de gente candidata para dedicárselo. Pero hay que seguir un orden porque si no nadie queda satisfecho después. En primer lugar quisiera dedicárselo a mi amiga Rocío C. para que vea que me acuerdo de ella y que no me olvido. Es que yo soy asi hija mía, qué le vamos a hacer. En segundo lugar me gustaría dedicarle este artículo a todas las personas hospitalarias del mundo, porque son capaces se hacerte sentir en casa cuando en realidad estas muy lejos de ella. Gracias.
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