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EL BALLET, LA CENICIENTA
Jerez, Teatro Villamarta. 15 de febrero. Ballet de Moscú. Director artístico: Timour Faiziev. Stravinsky: El pájaro de fuego. Coreografía original: Michel Fokine. Adaptación: Timour Faiziev. Con Y. Kazantseva, I. Bogdan, D. Bugaev. Bizet/Shedrin: Carmen. Coreografía: Radu Poklitaru. Con I. Trotsky, D. Smirnov, G. Poladkhanov. Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Decididamente, el ballet clásico -sea en la vertiente tradicional o en la contemporánea- es la cenicienta de la programación de la mayoría de los teatros andaluces. Desaparecido en Sevilla el prestigioso Festival de Itálica merced al desinterés de los políticos de turno, el género ha quedado reducido a una presencia meramente testimonial en el Maestranza; muy difícilmente pueden así crearse nuevos aficionados. En el jerezano Villamarta el culpable de su cada vez más reducida presencia es sin embargo el propio público, dado su escaso respaldo a las propuestas de enorme interés que ofreciera el teatro en los años inmediatamente posteriores a su reapertura. Claro que, como en el cuento de Perrault, determinadas circunstancias pueden hacer que la criatura habitualmente arrinconada, desatendida y hasta maltratada se transforme en una deslumbrante figura de enorme atractivo que arrastre hasta las más insensibles miradas. Es lo que ha ocurrido en el citado teatro jerezano con la visita del Ballet de Moscú: tal interés ha suscitado que las entradas se encontraban agotadas desde días antes de la función. Y es que, ya se sabe, el binomio danza-Rusia es ante el gran público promesa de calidad o, cuanto menos, de glamour. O quizá sea que el género empieza a calar. Sea como fuere, aficionados de todas las edades -abundando los matrimonios con sus niños pequeños- abarrotaron el recinto para asistir al espectáculo ofrecido por el citado Ballet de Moscú, una de las diversas compañías formadas tras la caída de la URSS a partir de las ruinas de instituciones de mayor calado, y que han encontrado en las giras su medio de vida. Su nivel técnico es normalito, mientras que la recurrencia a la música enlatada resulta un evidente lastre que, por otro lado, hace mucho más económica su actuación. El pájaro de fuego se presentaba en una coreografía a partir de la original de Fokine: clásica, elegante, con cierto sabor popular y a veces -en el tratamiento de los "malos"- un tanto ridícula. Los solistas, no muy ágiles, cumplieron en todo momento sin inspirar mucha poesía. Hizo subir el nivel el vistoso decorado, inspirado en David Caspar Friedrich. Tan convencional propuesta se vio sustituida por otra de superior interés, mas no en la vertiente plástica, tan tópica como pobretona, sino en la propiamente danzística. Sonaba en los altavoces la Carmen de Rodion Schedrin, esto es, los muy peculiares arreglos que sobre la ópera de Bizet realizara el compositor soviético para su esposa, la mítica Maia Plisiétskaia, quien por cierto actuó no hace mucho -a pesar de su avanzadísima edad- en las tablas del propio Villamarta. Pues bien, la reciente coreografía que realizara Radu Poklitaru para la Ópera de Odessa rebosa fuerza, dinamismo y credibilidad, resultando el relato no por conocido menos dramático e impactante; brillante y vistoso sin concesiones a la puramente decorativo, el suyo es un planteamiento realmente sólido y convincente dentro de la danza contemporánea. Tanto los tres solistas como el cuerpo de baile estuvieron entregados y convincentes. El público aplaudió con especial entrega: está claro que la próxima temporada habrá que programar mayor cantidad de ballet. Pero esta vez con notas al programa, por favor, que esto no es -o no debería seguir siendo- La Cenicienta.
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