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      War Requiem de Benjamin Britten: Por Mario Arkus (Colaborador de Filomúsica en Argentina).   No pudieron elegir a alguien mejor, cuando encargaron a Benjamin Britten (1913-1976) la realización de una Misa de Difuntos para la reconsagración de la Catedral de Coventry en 1962, la cual había sido destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial; no sólo por tratarse del más grande compositor inglés del Siglo XX, sino además por haber expresado durante toda su vida el más ferviente antibelicismo. Efectivamente, no conforme con aquello que la música pudiera por sí misma transmitir a sus auditorios, decidió intercalar en esta obra, entre los textos litúrgicos una serie de poemas de Wilfred Owen (1893-1918), un soldado, poeta y pacifista, que perdiera la vida una semana antes del fin de la Gran Guerra.          Britten propone al oyente de 
      su Requiem de Guerra una serie de simbolismos que trascienden la 
      ejecución musical y vuelven apasionante la tarea de realizar un análisis 
      del mismo. La idea es que nos dejemos llevar por todas las sensaciones que 
      esta pieza maestra nos transmite en su música y también en su texto, ya 
      que en éste hallaremos muchas claves para la comprensión musical. Este 
      artículo tiene como objetivo realizar una breve historia de la composición 
      y facilitar la audición de una obra que, aún cuando no tiene una escritura 
      demasiado compleja, no resulta tan simple para aquellos que no se 
      encuentran familiarizados con el lenguaje musical del maestro británico. Una vida y una posición consecuentes Frente a los aprestos que se estaban realizando en Inglaterra, Britten no quiso comprometerse de ningún modo con el conflicto que se avecinaba y se embarcó en la primavera de 1939 hacia los Estados Unidos en compañía de algunos amigos: el tenor Peter Pears (1910-1986)[1], el poeta Wystan Hugh Auden (1907-1973)[2] y el novelista y dramaturgo Christopher Isherwood (1904-1986)[3]. Sin embargo, su permanencia en ese país no fue prolongada, ya que regresó en compañía de Pears en marzo de 1942, cuando la guerra se hallaba en su apogeo. A pesar de ello, como prueba de su compromiso antibélico, ni siquiera aceptó la designación –prácticamente simbólica- de músico militar.           De aquellos 
      años de autoimpuesto exilio quedará su primera creación para el teatro 
      lírico: Paul Bunyan (1941), con libreto de Auden –basado en el 
      popular cuento sobre el leñador gigante- y estrenada en Nueva York, la que 
      luego de su première el compositor decidirá olvidar hasta su revisión en 
      1974. También quedarán las ideas básicas de Peter Grimes (1945), la 
      obra que lo llevará al reconocimiento mundial. Justamente, sintiendo la 
      nostalgia de su tierra lejana, en una librería de Los Angeles –durante un 
      viaje a California a fines de 1941- encuentra un volumen de poesías de 
      George Crabbe (1754-1832)[4] y 
      con algunos días de diferencia lee un artículo, en el periódico 
      Listener, del escritor E. M. [Edward Morgan] Forster (1879-1970) que 
      comienza diciendo: “Pensar en Crabbe es pensar en Inglaterra”. No hace 
      falta más para que termine de decidir la vuelta a su país, sean cuales 
      fueran las condiciones existentes allí. 
      A su llegada se le formó un tribunal frente al cual se 
      declaró “objetor de conciencia” y fue eximido de prestar servicios 
      militares. Desde ya que, para ese entonces, el joven Britten era un 
      compositor de renombre tanto en su país como entre el público entendido y 
      la crítica de los Estados Unidos[5]. 
      Destacar su posición acerca de la guerra, estando tan distante aún en el 
      tiempo la creación del War Requiem, sirve para ver la coherencia 
      con la cual actuó a lo largo de su vida. Resulta fácil ser pacifista 
      frente a guerras lejanas –espacial o temporalmente- pero cuando la 
      contienda tiene lugar en el propio país y la presión social se hace sentir 
      en forma directa, la posición del que piensa de modo diverso, más que 
      sostenerse, se padece. Y Britten –sin lugar a dudas- la padeció; al menos 
      hasta que el público privilegió su arte por encima de su ideología. No 
      será el primer artista perseguido por estos motivos ni –lamentablemente- 
      tampoco el último; abundan ejemplos bien cercanos en el tiempo. 
 Posguerra: reconstrucción y reconciliación. 
      A partir de 1945, concluida la contienda y con el estreno 
      de Peter Grimes el 7 de junio de ese año en el reabierto Sadler’s 
      Wells Theater  de Londres, la popularidad de Britten creció 
      espectacularmente. El músico apareció en la escena musical inglesa como la 
      gran promesa de un músico de reconocimiento internacional; el orgullo 
      nacional primó sobre los resquemores que podían causar los 
      posicionamientos políticos. Cuando en 1961 le encargaron el Requiem 
      para la reconsagración de la Catedral de Coventry, ya habían pasado casi 
      dos décadas en las que éste consolidó su bien reconocido prestigio.
       La fundación de dicha catedral en esa sede se remonta al 1043 como una comunidad benedictina, por parte de Leofric, Conde de Mercia y su mujer, Godiva. En 1539 con la disolución de los monasterios, la diócesis de Coventry fue unificada con la de Lichfield y la antigua catedral quedó descuidada. Sólo en 1918 con la restauración de la diócesis la iglesia de St. Michael fue designada nuevamente con esa jerarquía. Con aquella disolución que tuvo lugar durante el reinado (1509-1547) de Enrique VIII (1491-1547), fueron muchas las iglesias y catedrales inglesas que fueron destruidas, sin embargo, las ruinas de St. Michael fueron consecuencia de la violencia del Siglo XX. La noche del 14 de noviembre de 1940 la ciudad de Coventry fue devastada por bombardeos de la Luftwaffe alemana y la catedral ardió quedando casi reducida a escombros. Si bien la decisión de reconstruirla fue tomada al día siguiente de su destrucción, concretarla llevó bastante más tiempo. 
         
      Britten pensó este War Requiem como una obra de 
      reconciliación por encima de los horrores de la guerra. Por ello éste no 
      es un homenaje a los británicos que lucharon en las contiendas o una pieza 
      pro-británica, sino una declaración pública de sus convicciones en contra 
      de cualquier conflicto bélico. La obra quiere denunciar la perversión de 
      la guerra en sí, no pretende el juicio hacia ningún bando en particular. 
      El autor quiso que en los solistas vocales se representaran las 
      nacionalidades de aquellos que habían combatido: los  mismos estarían a 
      cargo de la soprano rusa Galina Vishnevskaia, el barítono alemán Dietrich 
      Fischer-Dieskau y el –eterno britteniano- tenor inglés Peter Pears, como 
      símbolo de la importancia de la reconciliación y del valor que tuvieron 
      las pérdidas sufridas por cada una de las partes. 
      Como anécdota, señalo que Vishnevskaia no pudo participar 
      en el estreno, debido a que la por ese entonces, Ministro de Cultura 
      soviética, Ekaterina Furtseva (1910-1974) –la única mujer en el riñón del 
      poder en la URSS- no le permitió asistir. Britten comentó con amarga 
      acidez en una carta a E. M. Forster: “La combinación de “catedral” con 
      “reconciliación con Alemania Occidental”... fue demasiado para ellos 
      [los soviéticos]”. Fue reemplazada en la ocasión por Heather Harper, aún 
      cuando luego de esto, la intérprete participó en la primera grabación del
      Requiem y volvió a cantarlo en numerosas oportunidades. 
      Intervinieron en la ejecución, el Coro del Festival de Coventry, la 
      City of Birmingham Symphony Orchestra, el Melos Ensemble y 
      niños de los coros de la Santa Trinidad  de Leamington y de la Santa 
      Trinidad de Stratford; el coro y la orquesta sinfónica fueron dirigidos 
      por Meredith Davies (1922-) y la orquesta de cámara por el propio Britten. 
      Probablemente desde el estreno de Peter Grimes, una 
      obra del compositor no significó un avance tan espectacular en la 
      notoriedad del mismo, como lo fue a través de esta première y de las 
      presentaciones subsiguientes que se hicieron en Europa y los Estados 
      Unidos. Por otra parte, se estrenó en un momento histórico que significó 
      un punto de inflexión y de reflexión acerca de un futuro nada promisorio 
      para la humanidad: en plena “guerra fría”, con los avances norteamericanos 
      sobre Cuba en la Bahía de los Cochinos, la posterior crisis de los 
      misiles, la construcción del Muro de Berlín y el creciente involucramiento 
      de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam. En tal marco, la obra de 
      Britten se eleva como un grito en contra de todas las guerras, un grito 
      que expresaba –al decir del crítico Hans Keller (1919-1985)- el “agresivo 
      pacifismo” que profesaba Britten. 
          La Missa 
      pro defunctis (misa de difuntos) o generalmente llamada Misa de 
      Requiem[6], difiere en sus 
      partes, dentro de la liturgia, del Ordinario de la Misa. Su forma fue 
      mudable hasta el Siglo XVII, apareciendo en menor medida la secuencia del
      Dies Irae –Día de la ira- hasta entrado el período Barroco. Los 
      antiguos Requiem alternaban secciones de canto llano[7], 
      entonadas por el sacerdote, con secciones contrapuntísticas o corales 
      entonadas por el coro. Esta práctica fue dejada de lado a partir de fines 
      del XVII. Con la influencia que fue teniendo la ópera sobre la música 
      sacra, hubo una nueva apreciación de las posibilidades dramáticas del 
      texto del Requiem. Frases tales como las referidas al Día del 
      Juicio -ese día en el que caerá la tierra en cenizas, en el que las 
      trompetas esparcirán su sonido por todas las regiones- sugerían un 
      tratamiento musical más violento, mientras que partes que reflejan el 
      arrepentimiento, la contrición, el ruego piadoso, como el Tremens 
      factus sum ego ecc. –temblando estoy y temeroso hasta que tu mano 
      venga con el grial- eran pasibles de un tratamiento que reflejara las 
      emociones de las propias palabras que allí se expresan. El Requiem 
      paulatinamente se convirtió en una posibilidad para dramatizar más aún la 
      música litúrgica. Con un espíritu similar, Britten intercalará nueve 
      poemas de Wilfred Owen en el texto latino, dándole unicidad a esta 
      composición simbólicamente bilingüe.   
      El poeta Wilfred Edward Salter Owen había nacido en 
      Oswestry, Shropshire, Inglaterra, el 18 de marzo de 1893. Habiendo 
      contemplado la posibilidad del ministerio sacerdotal y estado bajo la 
      tutela de un clérigo, comenzó a escribir desde muy temprana edad. Por ese 
      entonces sus versos no eran ni muy originales ni de gran valor literario; 
      era una poesía en la que se notaban las influencias de John Keats 
      (1795-1821) y Alfred Tennyson (1809-1892). Iba a ser –irónicamente- la 
      guerra la que lo liberara en su estilo. Ingresó al ejército como 
      voluntario en 1915 y desde diciembre del año siguiente estuvo en servicio 
      activo en Francia, con el Regimiento de Manchester; allí fue herido y 
      hospitalizado en el Craiglockhart Military Hospital, en Escocia, 
      durante cinco meses de 1917. Conoció durante su internación a Siegfried 
      Sassoon (1886-1967) otro de los “poetas de la guerra” -también ingresado 
      por heridas- quien revisó sus poemas y le presentó a algunas figuras 
      literarias como Robert Graves (1895-1985), Arnold Bennett (1867-1931) y H. 
      G. Wells (1866-1946). Este período en el hospital fue su etapa más 
      creativa, en la cual nacieron sus poemas más conocidos y de mayor 
      inspiración. Prestó servicios durante varios meses más en Inglaterra y fue 
      trasladado nuevamente a Francia en agosto de 1918. En octubre de ese mismo 
      año, fue condecorado con la Cruz Militar[8] 
      y en la madrugada del 4 de noviembre fue ametrallado mientras trataba de 
      hacer cruzar a su compañía a través del canal de Sambre-Oise. El día 11 
      -apenas una semana después- se firmaría el armisticio en Compiègne que 
      marcaría el fin de la Gran Guerra. También ese día se le comunicó a sus 
      padres la noticia de su muerte. Tenía veinticinco años.   
      Si bien casi no tuvo tiempo de trascender en vida demasiado 
      en su vocación –murió prácticamente como un joven desconocido- su estilo 
      influyó en poetas posteriores como W. H. Auden y Stephen Spender 
      (1909-1995) entre otros. Comenta el especialista en Britten, Mervyn Cooke, 
      que Owen, en la búsqueda de sustitutos para la rima, utiliza inusuales 
      discontinuidades, suspensiones; consonacias y disonancias, las cuales -a 
      causa de su carácter inesperado- enriquecen la versificación. Él es el 
      poeta más sobresaliente del período de guerras mundiales, inclusive de la 
      Segunda, como esencial continuación del primer conflicto. 
      Mientras preparaba este artículo me encontré con un 
      comentario breve sobre Owen, dentro de una nota acerca del arte y la 
      guerra, en el que se afirmaba que su poesía reflejaba miedo, terror a la 
      guerra y al absurdo que ésta representa. No me parece que la poesía de 
      Owen exprese un miedo personal; menos aún un miedo que él mismo no 
      demostró en el momento de decidir su enlistamiento voluntario y luego en 
      el infierno de la batalla. Es un poeta que se mueve en medio de la 
      sinrazón y da cuenta de ella en forma permanente; sabe que su función allí 
      hace que deba mantenerse con su espíritu templado y que tiene que estar 
      abierto a la percepción del dolor de los demás, del miedo de los demás. Su 
      narración de los hechos, de los sentimientos ajenos, no tiene de ningún 
      modo la frialdad del cronista; por el contrario, acusa, anatematiza, 
      consuela, se rebela ante la muerte. La poesía de Owen es la denuncia de un 
      valiente, de un héroe que por su condición de tal, puede señalar el horror 
      y las aberraciones cometidas en nombre de la patria. Muere por la misma 
      causa que condena y es por ello que su denuncia tiene aún más fuerza 
      moral:   
      My friend, you would not tell with such high zest Poesía 
      y música para una tragedia. 
      Aún cuando la obra haya sido compuesta para el fin público 
      de la reconsagración de una catedral, Britten escribió una dedicatoria 
      privada a cuatro amigos suyos que perecieron por causa de la Primera 
      Guerra: Roger Burney, Subteniente de la Real Reserva de Voluntarios 
      Navales; David Gill, marinero de la Armada Real; Michael Halliday, 
      Teniente de la Real Reserva de Voluntarios de Nueva Zelanda y Piers 
      Dunkerley, Capitán de la Royal Marine. Los tres primeros murieron en los 
      años posteriores a la contienda, afectados por secuelas de la misma, 
      mientras que el último de ellos, se suicidó en 1959 luego de toda una vida 
      de inestabilidad psíquica, que la participación en el conflicto le había 
      dejado. 
      Si bien el primero de los poetas de la guerra del ’14, que 
      trascendió al gran público fue Rupert Brooke (1887-1915) -quien murió a 
      bordo de un barco-hospital a los veintisiete años de edad- Owen fue 
      reconocido dentro de este grupo, por su elocuencia y abundancia de 
      recursos, como el más importante de ellos. 
      Britten eligió poemas que se relacionaran en distintos 
      sentidos con el texto latino del Requiem, ya oponiéndose o ya 
      complementándose, por lo cual le otorgó un nuevo significado a las 
      palabras allí expresadas. La combinación de textos, indica en verdad mucha 
      audacia por parte del compositor. Por otra parte, no trabajó sobre la base 
      de una unidad solistas-coro-orquesta, sino que ubicó a los mismos en tres 
      grupos, asignándole a cada uno de éstos un rol distinto; de esta forma, 
      acentuó el carácter teatral de la obra. A lo largo de la misma, los grupos 
      se complementan, superponen, o ejecutan secciones solistas. En ocasiones 
      se ha dicho que la selección de los poemas no ha sido del todo adecuada 
      para complementarse con el texto de la misa de difuntos, sin embargo, el 
      resultado dramático para el oyente es sumamente convincente. Creo que esto 
      deviene principalmente de la abierta interacción entre los grupos de 
      intérpretes.
       
      Los grupos se distribuyen en tres ensembles espacialmente 
      separados que interpretan sus partes en planos también aislados unos de 
      otros: presentan la calma litúrgica del más allá de la muerte (coro de 
      niños y órgano), la mezcla de duelo, súplica y sentimiento de humana 
      culpabilidad en la misa (coro y orquesta principal -sentimientos por 
      momentos sublimados o personalizados por la soprano solista) y el clamor 
      de las víctimas de la guerra (solistas masculinos –tenor y barítono- y 
      orquesta de cámara). Es a través de esta estructura que se producen las 
      bruscas confrontaciones entre mundos diversos; esos mismos por los que la 
      música circula de uno a otro. En ocasiones tenemos la sensación de estar 
      frente a diálogos, pero estos no son tales; transcurren en planos 
      distintos, en mundos que no pueden cruzarse -por momentos el bilingüismo 
      también nos lo pone en evidencia. Pero el punto culminante de esta 
      tragedia puesta en música, es que quizá sean mundos que ni siquiera puedan 
      entenderse entre sí. 
       
      Por una parte tenemos el sosiego celestial del más allá, en 
      el que se hace incomprensible el sufrimiento humano, porque se vive en el 
      descanso eterno. Se ruega por las almas, para que lo antes posible lleguen 
      a ese lugar de reposo, para que sean libradas de la condenación: 
      Hostias et preces tibi 
      Domine                                    Ofrendas y oraciones a ti Señor, 
      laudis offerimus: tu suscipe pro   
                                    sacrificios de alabanza te ofrecemos:
       
      animabus illis, quarum hodie   
                                       acéptalos por las almas
       
      memoriam facimus: fac eas,    
                                        Domine,que recordamos este día. 
      de morte transire ad vitam.   
                                          Llévalos, Señor, de la muerte a la 
      vida. 
      En otro plano se encuentra la comunidad que ora por 
      aquellos que han muerto y carga con el dolor y la culpa de la contienda. 
      Contradicciones de una humanidad que llora a los caídos que ha impulsado a 
      combatir. El temor por el Juicio y el veredicto final, se expresa en 
      numerosas oportunidades: Quid 
      sum miser tunc dicturus?                                Qué alegaré yo, 
      miserable? Quem 
      patronem rogaturus,                                      A quién pediré 
      intercesión Cum vix 
      justus sit securus?                                      Cuando el Justo 
      tome asiento?   Rex 
      tremendae majestatis,                                        Rey de 
      tremenda majestad, Qui 
      salvandos salvas gratis,                                    Que nos envías 
      la gracia de la salvación,¡ Salva 
      me, fons pietatis. 
       
      [...]¿Podrá la vida retornar a estos cuerpos? / ¿En 
      verdad anulará Él la muerte, / aliviará las lágrimas vertidas? / ¿Llenará 
      de vida las vacías venas / con nueva juventud y lavará, / en algún líquido 
      inmortal, / el tiempo pasado?[...] Es la muerte. / Ni mis viejas 
      cicatrices serán glorificadas. / Ni mis titánicas lágrimas -el océano- 
      serán secadas[10].     
                     Tenor: [...] “Extraño amigo –dije- aquí no hay motivos 
      para congojas”. 
       
      Barítono: “Ninguno –dijo el otro- salvo los años 
      perdidos, la desesperación. Cualquiera de tus ilusiones fueron también las 
      mías. 
      [...] Por mi dicha muchos han reído / y de mi aflicción 
      algo ha perdurado, / algo que debe ahora morir. / Me refiero a la verdad 
      no dicha. / Al sufrimiento de la guerra. / El sufrimiento refinado de la 
      guerra. / Ahora los hombres irán satisfechos / con nuestros despojos o, 
      descontentos, / con sangre hirviente a ser derramada. 
      [...] Se aislarán en vano  / de este mundo en 
      decadencia  / perdiéndose en desprotegidas / ciudades. / Entonces, cuando 
      torrentes de sangre / empantanen las ruedas de sus carruajes, / iré hacia 
      ellos y los lavaré / con agua de pozos cristalinos. / Buscaré para ellos 
      una verdad / que nadie pueda hundir en el fango. / Yo soy el enemigo que 
      tu mataste, / mi amigo.[11]          
      Creo que esta es la clave para comprender mejor el War Requiem: 
      seguir con atención estos planos en los que se divide la acción dramática. 
      En el final, la soprano, el coro principal y el coro de niños cantan el 
      mismo texto: In Paradisum deducant te Angeli, ecc., pero, a mi modo 
      de ver, es una coincidencia circunstancial para cerrar la obra; los dos 
      grupos invocan el mismo deseo de que las almas de los difuntos descansen 
      en paz (con una adición fuera de la liturgia que hace Britten agregando un
      “Requiescat in pace” al texto[12]), 
      pero estos muertos –los soldados-víctimas- dicen “Durmamos ahora” y 
      su encuentro no es en el Paraíso como señala algún comentarista, sino en 
      ese limbo indefinido en el que transcurre su acción dramática. Esto creo 
      que se puede ver con claridad en el poema final, Strange Meeting. La distribución de los poemas de Owen dentro de los números del Requiem se refleja en el siguiente cuadro: 
   Las 
      partes del War Requiem. Requiem aeternam         El
      Introitus y el Kyrie están comprendidos en el primer número,
      Requiem aeternam. Sólo unos breves y graves acordes que muestran 
      estabilidad, preceden la entrada del coro principal que canta las primeras 
      frases del Introito, creando una tensión angustiante. La música 
      llega al clímax para hundirse en un pianissimo; sobre las palabras 
      finales (luceat eis) se percibe con   Dies irae Esta parte es la más extensa de la obra. Las fanfarrias distantes nos ponen frente a una atmósfera de guerra, antes de que el coro, en un pacífico stacatto,[14] comience su pintura del Día del Juicio. Cada estrofa es separada por una melodía con importante participación de los metales y de la percusión, que al final, subrayan la entrada del barítono con el segundo poema de la obra: The next war (La Próxima Guerra) cuyo primer verso dice: “Cantaron los clarines entristeciendo el aire de la tarde”. El desarrollo de este tropo es sereno y meditativo, pero crea una atmósfera de pesadumbre.         
      Interviene por primera vez la soprano iniciando un vibrante Liber 
      scriptus proferetur (El libro escrito será traído). En 
      contraste con la majestuosidad de sus frases un semi-coro tímidamente 
      pregunta: “¿Quid sum miser tunc dicturus?” (¿Qué alegaré yo, 
      miserable?). La ferviente plegaria de la soprano es acompañada 
      –nuevamente a media voz- por el coro: Rex tremendae majestatis (Rey 
      de enorme majestad). Un redoblante[15] 
      inicia el alegremente amargo The Next War (La Próxima Guerra), 
      una especie
               
      Con gran solemnidad, las voces femeninas del coro, inician el Recordare 
      Jesu Pie: “Recuerda Jesús piadoso que yo soy causa de tu venida, no 
      me pierdas en este día...” Una plegaria que parece la contrapartida de 
      la anterior intervención de los solistas. Con el Confutatis maledictis 
      (“confunde a los malditos y envíalos a la perdición, llámame junto a 
      los benditos”), cantado por las voces masculinas, la música salta 
      hacia un feroz allegro. Se cruza con la tesitura más aguda de la 
      sección masculina –en un clima distinto- en el Oro supplex et 
      acclinis...ecc. (“Te suplico arrodillado, con el corazón contrito y 
      casi en cenizas: Ayúdame en mi final”). La maldición  del 
      Confutatis nos lleva a un bombardeo de timbales que da paso a los 
      primeros versos de On Seeing a Piece of Our Artillery Brought Into 
      Action (Sobre la vista de una pieza de artillería puesta en acción). 
      Interrumpe el barítono con la que pareciera una invocación a Dios, pero no 
      es este el sentido: “Que se ice lentamente tu brazo largo y negro, gran 
      cañón álzate hacia el cielo...”. Las frases del solista son acentuadas 
      por las fanfarrias y los golpes secos del timbal. El último anatema al 
      mortal arma es vibrante: ¡Que Dios te maldiga y te arranque de nuestra 
      alma! Nuevamente el coro vuelve a invocar el Día del Juicio (Dies irae) esta vez en un opresivo fortissimo. De vuelta a un piano, una oración entrecortada que semeja la plegaria jadeante de un moribundo, deja paso a la voz de la soprano que inicia un angustioso y quebrado Lacrimosa. La flauta, el címbalo y violines temblorosos, todo en un conjunto sumamente estático, acompañan al tenor en el quinto poema, Futility (Futilidad). Las primeras frases (Move him, move him, into the sun - pónganlo al sol, siempre él lo ha despertado, aquí mismo en Francia, esta misma mañana entre la nieve) son apenas musitadas por el solista. La angustia, la incredulidad frente a la muerte, son traducidas magnifícamente por la música. Tres veces interrumpe el poema de Owen el Lacrimosa de la soprano, en uno de los pasajes más bellos y conmovedores de toda la partitura. El tenor, finalmente, eleva preguntas que quedan sin respuesta: ¿Para esto, para esto creció desde el barro?¿Qué hizo que los fatuos rayos del sol interrumpieran del todo el sueño de la tierra?”. Con la última palabra del solista, nuevamente aparece el lúgubre e inquietante tañido de las campanas. “Jesús piadoso, dales el descanso eterno. Amen.”-concluye el coro. Offertorium 
      El coro de niños inicia este número como un canto llano, 
      acompañado por el órgano: Domine Jesu Christe, Rex glorie. La 
      belleza etérea se quiebra con la entrada del coro, precedido de un golpe 
      de timbales, que canta la invocación a San Miguel Arcángel:  Sed 
      signifer sanctus Michael...ecc. (Deja que San Miguel nos conduzca 
      hacia la luz santa). Las palabras finales de esta sección (Quam 
      olim Abrahae promisisti – Como prometiste a Abraham) son tratadas por 
      un vigoroso coro que lleva a un enorme clímax donde el tema se enlaza con 
      la intervención del barítono y el tenor. Así la música pasa de la orquesta 
      a la orquesta de cámara y al sexto poema de la obra: “The Parable of 
      the Old Man and the Young” (La Parábola del Viejo y el Joven). 
      Ésta es quizá la más inspirada de las vinculaciones textuales de Britten. 
      El tema de la primera parte (Quam olie Abrahae) está tomado de una 
      cita propia: el cántico Abraham and Isaac, que el músico escribiera 
      para Peter Pears y Kathleen Ferrier (1912-1953) en el año 1952. Éste está 
      basado en una de las historias de las Chester Miracle Play[16].  
      La sección del War Requiem también está planteada como una fuga[17], 
      del mismo modo que el compositor lo hiciera en la obra anterior. Owen 
      tenía su propia versión de la historia de esta parábola, en la que 
      finalmente Abraham mata a Isaac, no haciendo caso del consejo del ángel. 
      Una dramática metáfora de la vieja Europa enviando a morir a sus jóvenes 
      hijos en la guerra. Con el inesperado final del poema, la música regresa 
      de nuevo a la fuga para culminar con el apacible coro de niños cantando el
      Hostias. Sanctus          
      Probablemente sea la parte más original de toda la obra en términos de 
      cualidades sonoras. La soprano inicia el número cantando el texto latino 
      del Sanctus con el acompañamiento de varios elementos de percusión 
      evocativos de campanas de iglesia: vibráfono, glockenspiel, címbalos 
      antiguos, campanas y piano en percusión. Su estilo vocal es lucido y 
      exultante. El coro inicia una plegaria suave, con una superposición de 
      voces que parece desordenada, además siempre en el mismo tono. Se produce 
      un crescendo que acaba en un forte que se corta en el aire, para dejar 
      paso a la fanfarria que anuncia la intervención brillante del coro en el
      Hosanna in excelsis. La soprano canta un Benedictus de 
      profundo lirismo acompañada conversacionalmente por el coro. Una breve 
      pausa de silencio lleva otra vez a la exaltación del Hosanna. 
      Cuando la música se apaga, el barítono da comienzo a un 
      comentario con el séptimo poema utilizado: The End. Luego de las 
      glorias y grandezas de Dios cantadas en el Sanctus, no se puede 
      pensar en conclusiones más pesimistas y desesperanzadas; toda una 
      meditación acerca de lo que queda luego de la batalla: sólo destrucción y 
      muerte. Pero si hubiera confianza en ese Dios descrito por el texto latino 
      al menos se tendría la promesa de una vida en el más allá; por el 
      contrario, las dudas en el poder supremo son confirmadas por el viejo 
      Tiempo –Cronos- que todo lo ha visto: “Es la muerte”, dice y se 
      refiere a una muerte sin esperanzas de ningún tipo. El fin. Con el relato 
      del solista, la música va apagándose hasta acabar en un ominoso silencio. Agnus Dei         
      Posiblemente sea el número que más recuerde estilísticamente a ciertas 
      partes de las cantatas de Bach. La orquesta de cámara inicia el 
      acompañamiento del tenor quien canta el octavo poema de Owen (At a 
      Calvary near the Ancre) “Juntos recorrimos caminos bombardeados que 
      se apartan / en esta guerra Él también ha sido mutilado / pero sus 
      discípulos se ocultan / Y ahora 
       
      Libera me          
      El movimiento final se inicia con una marcha amenazante. El coro canta su 
      lamento fúnebre, va creciendo en velocidad y sonoridad hasta la explosión 
      sobre la palabra final de la estrofa: “ignem” (fuego). Nótese allí 
      el uso de la percusión. La soprano balbucea su Tremens factus sum ego, 
      es un canto cortado y temeroso. Retorna el Dies irae con una fuerza 
      inusitada, como no se había mostrado hasta ahora. Se apaga todo 
      paulatinamente, como sin restos de ninguna energía física (el último es un 
      acorde de Si-bemol que Britten señala como pianissimo cold -frío o 
      desapasionado).          
      Comienza allí el último poema de Owen –Strange Meeting- 
      protagonizado por un soldado inglés y uno alemán, en su encuentro en el 
      mundo de los muertos. El tenor inicia su parte y es seguido por el 
      barítono; es una canción triste y lúgubre en la que los violines y el arpa 
      acentúan algunas frases. Se entrelazarán las dos voces en la frase final: 
      “Let us sleep now” (Durmamos ahora) mientras el coro de 
      niños inicia un apacible “In paradisum deducant te Angeli”. 
      Gradualmente van incorporándose a la música el coro, la soprano y la 
      orquesta, para luego, del mismo modo, ir retirándose de la masa sonora. 
      Finalmente, volverán a entrar -en primer término el coro de niños- para 
      iniciar los últimos versos de la obra –los mismos con los que ésta 
      comenzó: “Requiem aeternam dona eis.” Se escucha por última vez la 
      progresión coral con campanas dentro de un clima de creciente angustia; el 
      coro de niños a capella conduce una de las últimas frases, seguido otra 
      vez de los solistas y el coro, mientras la música va apagándose 
      sumiéndonos en el desasosiego luego de la última frase de la masa coral: “Requiescat 
      in pace. Amen.” Un 
      testimonio para la posteridad. Obra de contrastes, de simbolismos, de múltiples lecturas, esta obra maestra de la música del Siglo XX merece nuestra particular atención. Quizá en alguna ocasión la hemos escuchado y no profundizamos en sus contenidos; es un buen momento para volver sobre ella. Tal vez con ecos de guerras tan cercanos, podamos reflexionar acerca de los puntos de vista de hombres que vieron distintas contiendas y concluyeron en pensar que existen caminos alternativos: aquellos de la paz. Y aún cuando no compartamos sus puntos de vista, no podemos dejar de conocer esta creación genial. Para conseguir la única versión del libreto traducida al castellano en Internet, podemos consultar la página http://www.terra.es/personal/ealmagro/war/war.htm . Hallaremos una traducción relativamente aceptable del texto latino y de los poemas. Si podemos leer con facilidad la versión inglesa, es preferible hacerlo de ese modo. Entre las múltiples grabaciones que se han hecho del War Requiem destaca, por supuesto, aquella primera realizada por los intérpretes que Britten imaginara: Meredith Davies dirigiendo a la London Symphony Orchestra, con Galina Vishnevskaia, Peter Pears y Dietrich Fischer-Dieskau como solistas, que ha sido puesta en CD por el sello Decca (4143832) proveniente de un registro de 1963. Para aquellos que no estén muy decididos con esta obra -y no consiguen a un amigo que se las preste para escucharla- tienen en el otro extremo de precio, una muy digna grabación de Naxos (8.553558-9) de 1995, dirigida por Martyn Brabbins con la BBC Scottish Symphony Orchestra y buenos solistas como Lynda Russell, Thomas Randle y Michael Volle. Las opciones son muchas, pasando por la también histórica (en vivo y en un solo CD de 79:11) de Carlo María Giulini (quien había sido elegido como posible director de la première por las autoridades del Festival de Coventry), de 1969, con Britten en la dirección de la orquesta de cámara –el Melos Ensamble, el mismo del estreno- y la New Phillarmonia Orchestra con Stefania Woytowicz, Pears y Wilbrink en BBC Legends; Simon Rattle con la City of Birmingham SC Orchestra y los solistas Elisabeth Söderström, Robert Tear y Thomas Allen, EMI (CDS7 47034-8); Richard Hickox para el sello inglés Chandos (CHAN 8983/4) con la London Symphony Orchestra y Heather Harper, Philip Langridge y John Shirley-Quirk; Robert Shaw para Telarc (CD 80157) con la Atlanta Symphony Orchestra con Lorna Haywood, Anthony Rolfe-Johnson, Benjamin Luxon, entre otras versiones. Para aquellos que prefieran combinar lo visual con lo auditivo –y gusten de los video-clips extensos- tienen la posibilidad de ver la película que el director Derek Jarman (1942-1994) realizó sobre la obra y estrenó en 1989. La banda sonora utilizada es la de Decca. Agradezco la invalorable colaboración del personal de la Biblioteca del Teatro Colón de Buenos Aires. 
 
        [1] 
        Pears había conocido brevemente a Britten en 1934 y a partir de 1937, 
        iniciaron una relación que se prolongaría hasta la muerte del compositor 
        en 1976. Era tenor y organista, habiendo estudiado en el Royal 
        College of Music. Dieron su primer concierto juntos en el Balliol 
        College en Oxford, en 1937 (el mismo año en el que Britten escribe 
        su Marcha Pacifista para el concierto de la Peace Pledge Union), 
        un espectáculo organizado para ayudar a las víctimas de la Guerra Civil 
        Española. Fue nombrado Caballero del Imperio Británico en 1978. 
        [2] W. H. Auden se encuentra 
        entre las mayores figuras de la poesía inglesa del Siglo XX. Junto a su 
        compañero Chester Kallman fue también libretista de Stravinsky en su 
        obra The Rake’s Progress -La Carrera del Libertino (1951) y de 
        Hans Werner Henze (1926-) en Elegy for Young Lovers –Elegía para 
        Jóvenes Amantes (1961) y The Bassarids -Las Basárides (1966). 
        [3] Antiguo compañero de 
        escuela de Auden, su padre había muerto en la Gran Guerra, siendo uno de 
        los motivos por lo que él se volvió un acérrimo pacifista. Entre sus 
        obras más conocidas se cuentan las novelas Adiós a Berlín (1939) 
        –que inspirara a Bob Fosse (1927-1987) para el musical Cabaret 
        (1972)- y El Mundo por la Tarde (1954). 
        [4] Autor de The Borough -El 
        Burgo- (1910); en uno de sus episodios se basará la ópera Peter 
        Grimes. 
        [5] Para ese entonces ya 
        había compuesto, con gran éxito su Concierto para Piano (1938) y el 
        Concierto para Violín (1939), el ciclo Les Illuminations Op.18 
        (1939) para voz aguda y cuerdas, la Ballad of Heroes Op. 14, para 
        voz aguda, coro y orquesta (1939) y  A Ceremony of Carols Op. 28, 
        para voces femeninas y arpa (1942), entre otras obras. 
        [6] Esto debido a las 
        palabras con las que se inicia: Requiem æternam dona eis Domine – 
        Dales el descanso eterno, Señor... 
        [7] El “canto llano”, también 
        llamado “canto gregoriano”, es una denominación genérica del canto 
        monódico, diatónico y de ritmo libre de las distintas liturgias 
        occidentales y orientales. 
        [8] La Military Cross 
        era una distinción para oficiales, desde capitán hasta el menor rango 
        que se estableció en el Reino Unido a partir de diciembre de 1915. 
        También se otorgaba a suboficiales mayores.
         
        [9] “Mi amigo, no diga con 
        tanto entusiasmo / a los niños ansiosos de desaforada gloria / la vieja 
        mentira: Dulce y debido es morir por la patria”. Versos finales de
        Dulce et decorum est, poema datado en octubre de 1917, durante su 
        hospitalización en Craiglockhart. La máxima latina fue tomada por Owen 
        de una de las odas del poeta latino Horacio (Quinto Horacio Flaco 65-8 
        a.C.). 
        [10] Fragmento de The 
        End, poema incluído dentro del Sanctus. 
        [11] Fragmento de 
        Strange Meeting, poema del Libera Me y que cierra el War Requiem. 
        [12] El texto litúrgico de 
        la Misa de Requiem termina con la frase: “Requiem aeternam dona eis, 
        Domine: / et lux perpetua luceat eis, / cum sanctis tuis in aeternum, / 
        quia pius es.” (Dales el descanso eterno, oh Señor: / que tu luz 
        brille perpetuamente sobre ellos, / con todos tus santos por siempre, /  
        por tu misericordia) A esta estrofa, Britten le quita el final 
        –luego de ...luceat eis- y le agrega el Requiescat in pace. 
        Del mismo modo, sólo que con otro sentido, cambia el final del Agnus 
        Dei de la Misa de Requiem (Dona eis requiem sempiternam 
        –Dales el descanso eterno) por el final de aquel del Ordinario de 
        la Misa (Dona nobis pacem –Danos la paz), que hace cantar al 
        tenor solista. Yo interpreto dos posibles sentidos: el primero, recalcar 
        que el solista no se halla en continuidad con el Agnus Dei que 
        canta el coro y, el segundo, que es un ruego de esta víctima de la 
        guerra, que no se refiere sólo a la paz del descanso eterno, sino 
        también a la paz temporal en el tiempo presente; a la paz para la guerra 
        a la que hace referencia el poema At a Calvary near the Ancre, 
        que cantó un momento antes. [13] Tropo: Amplificación no oficial del texto litúrgico. [14] Staccato: Término que significa que los sonidos son ejecutados (o deben ejecutarse) en forma separada. Es lo contrario al término legato (ligado). Nótese cómo el coro acentúa la separación cantando: Dí-és I-ráe, dí-és í-llá...etc. [15] Tambor militar. [16] El Miracle Play era un género de obra teatral, similar al auto sacramental. En este caso se trata del ciclo de veinticinco obras aparecidas entre 1454 y 1500 en la ciudad de Chester, basadas en historias bíblicas, entre las cuales se encontraba la de la fe de Abraham y el sacrificio de Isaac. 
        [17] Forma de contrapunto 
        imitativo en la que las voces entran unas detrás de otra, cada una 
        siguiendo a la precedente, motivo por el que parecen fugar de ella. 
        Nótese cómo se crea este efecto en la frase del coro Quam olim 
        Abrahae promisisti...ecc. 
 
 
 
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