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El dramón de Alfonso Onceno
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee
su curriculum.
La Favorite, ópera en cuatro actos. Música de Gaetano Donizetti. Libreto de Alphonse Royer, Gustave Vaëz y Eugéne Scribe. Intérpretes (21 de abril): Manuel Lanza, Dolora Zajick, Susana Cordón, Raúl Jiménez, Stefano Palatchi, Antonio Gandía, Gonzalo Fernández de Terán. Director de escena: Ariel García Valdés. Director musical: Roberto Rizzi Brignoli. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Teatro Real de Madrid, 13 de abril a 9 de mayo de 2003. Nueva producción del Teatro Real y del Gran Teatre del Liceu de Barcelona. La Favorita es uno de los títulos predilectos del repertorio belcantista. Tiene todos los ingredientes del Romanticismo en una divertida combinación: bellas melodías, duración exacta, buen ritmo, recitados, los justos, un dramón como argumento y una ubicación en una país lejano y exótico: la España de Alfonso XI. La coproducción ha llegado al Teatro Real desde el Liceo de Barcelona, donde fue estrenada el pasado año con un reparto casi idéntico. Dolora Zajick encarna a Doña Leonor sin demasiadas ganas, pero con un maravilloso instrumento vocal, de una potencia y extensión prodigiosas. Sus graves son voluminosos, oscuros y suntuosos, por lo que causa admiración y sorpresa descubrir su facilidad para unos agudos brillantes. La igualdad entre los registros ni se pretende, pero ello redunda en una intensificación dramática del rol. Los otros cantantes del reparto también gozan de grandes voces, todas muy particulares y distintas. El contraste se impuso sobre la cualquier posible equilibrio. Raúl Jiménez crea un personaje de Fernand delicado, incluso frágil, frente a opulenta Leonor y al enérgico Rey. Jiménez emplea con delectación y gusto su estupenda voz media. Manuel Lanza presenta un Don Alfonso enérgico y rudo, con una voz grande y bella. El resto del reparto fue igualmente interesante y heterogéneo. El maestro Rizzi estuvo sobre todo atento a la orquesta y coro, que se ajustaron a su papel eficaz y contenido, sin grandes retos ni entusiasmos. La puesta en escena de Ariel García Valdés no profundizó en los aspectos interpretativos, limitándose a mover los personajes dentro de unas coordenadas obvias. La propuesta fue ecléctica y algo sosa: moderna sin riesgos y tradicional sin convencionalismos. Los cuadros giraron alrededor de una gran roca tridimensional concebida por Jean-Pierre Vergier e iluminada con acierto y variedad por Dominique Borrini. Todo tuvo calidad, pero el resultado final no alcanzó demasiado vuelo y fue algo insípido, quizá por la distancia respecto el estreno en Barcelona, que tampoco era tan grande como para concitar la emoción de una completa reposición.
(Fotografía de Javier del Real)
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