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Sección del apócrifo (humor-tragedia)
presenta: Por Antonio
Pérez Vázquez. Lee su curriculum. Viajar es un placer, siempre que se haga en las condiciones adecuadas y en la compaZía deseada. Cuando se viaja y no se reúnen ninguna de estas condiciones el resultado puede ser tan pintoresco como el que se relata a continuación. Era temprano, hacía frío y el autobús estaba aún calentando el motor. El conductor esperaba pacientemente a que los primeros viajeros llegasen para ir colocando el equipaje en el interior del maletero. No era la primera vez que trabajaba un domingo, pero siempre que lo hacía le costaba una barbaridad entrar en situación y olvidarse de que a aquellas horas debería estar durmiendo en la cama. Primero llegó el director de la orquesta, que debía organizar la entrada en el autobús y el recuento de la gente. Intercambió unas palabras con el conductor, pero al ver que no tenía muchas ganas de conversación se limitó a esperar junto a él. Cuando faltaban un par de minutos para la hora de la partida, comenzaron a llegar los viajeros, o lo que es lo mismo, la orquesta. Un sinfín de bultos hicieron aparición en un santiamén. El conductor se mostró muy sorprendido por el volumen de alguno de ellos y por el peso de otros. Hico lo que pudo para intentar acomodarlo todo de la mejor forma posible. Aquello parecía una partida de Tetris. Justo lo que necesitaba para que le alegraran el día. Después de verificar de que estaba todo el mundo el autobús se puso en marcha y todos intentaron buscar la postura más cómoda para pasar esas horas previas al amanecer en las que no se sabe qué hacer ni qué decir. Con las primeras luces del día comenzaron las primeras conversaciones en voz baja, tanto el director de la orquesta como el conductor sabían que en pocos minutos todo el autobús se convertiría en un murmullo continuo. Esa sería la seZal para parar a desayunar. La seZal tardó un cuarto de hora en hacerse notar. Tras el desayuno la cosa fue a peor. Por los nervios previos al concierto algunos comenzaron a interpretar su trozo de partitura empleando esa noble práctica que es el tarareo, e incluso con los propios instrumentos. A pesar de ser una práctica noble puede llegar a ser de lo más incómoda si se practica de forma indiscriminada y desordenada. Cualquiera que escuchase el sonido que había en el interior del autobús creería estar oyendo un caso de posesión infernal o algo parecido. El conductor dio gracias al cielo por llegar al lugar del concierto. El tiempo que transcurrió entre la salida y la vuelta de los pasajeros le pareció un suspiro, quizás porque parte de ese tiempo la pasó echando una pequeZa siesta. El regreso tuvo otra nota dominante, los excitados comentarios post-concierto. Múltiples versiones circulaban por el autobús: un éxito, un fracaso, podría haber estado mejor,... Pero en general todos estaban contentos con el resultado. Más tranquilos. El regreso al punto de partido fue lo mejor del día para el conductor. Juró que nunca volvería a trabajar en domingo, y mucho menos llevar a la orquesta de un colegio. Yo me acuerdo de ese viaje y sonrío cada vez que me pongo a recordarlo con el resto de los compaZeros que componíamos la banda de música del colegio. La versión del conductor sólo la utilizo para que todo esto quede más creíble. Seguro que no se lo pasó tan mal.
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