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ABURRIMIENTO EN LA CORTE DE HERODESPor Fernando López Vargas-Machuca. Sevilla, Teatro de la Maestranza. 4 de noviembre de 2005. Strauss: Salomé. Nancy Gustafson, René Kollo, Doris Soffel, Samuel Youn, Joan Cabero, Ursula Von, Den Steinen, Ian Caley, Emilio Sánchez, Pedro Mª Calderón, Gustavo Peña, Fernando Latorre, John Marcus Bindel, Bodo Brinkmann, Giancarlo Tosi, Ramón de Andrés, Jesús Becerra. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, director musical. Sabine Hartmannshenn, directora de escena (sobre la concepción original de Willy Decker). Producción de la Staatsoper de Hamburgo.
N unca me he creído esa imagen de director mediocre, deficiente en lo técnico, inmaduro en lo expresivo y (¡pecado más grave aún!) protegido del presidente Zapatero, que con insistencia digna de mejor causa algunas firmas nos quieren vender sobre el joven Pedro Halffter. Antes el contrario, el paciente lector puede comprobar que en estas mismas páginas no sólo he mostrado interés por su proyecto de renovación de la anquilosada vida musical sevillana, sino que tampoco le he regateado alabanzas cuando me ha gustado alguna de sus realizaciones en el escenario del Maestranza, trátese de Haydn, Schnittke o Korngold. Talento no le falta. Pero tampoco me duelen prendas ahora al afirmar que ha sido el principal responsable del fracaso rotundo de la Salomé que inauguraba la primera temporada lírica por él diseñada y dirigida. Y no sólo por escoger mal a dos de las principales voces, sino sobre todo por la deficiente dirección musical que ha realizado al frente de la Sinfónica de Sevilla. Su labor de foso estuvo llena de buenas intenciones: no sepultar a los cantantes, desmenuzar la prodigiosa orquestación de Strauss y ofrecer una lectura mucho antes atmosférica que vistosa, brillante o efectista. Para ello moderó considerablemente el volumen, ralentizó los tempi, controló con minuciosidad cada intervención instrumental y evitó cualquier exceso. El problema es que el experimento no le salió nada bien, pues estas cosas tan arriesgadas hay que saber cómo hacerlas. El resultado fue una lectura flácida, plana, morosa y profundamente aburrida, amén de por completo fuera de estilo: con tantas texturas sedosas y difuminadas aquello parecía por momentos más bien Debussy o Ravel. La orquesta sonó muy bien, eso es verdad, y se escucharon detalles orquestales que en otras ocasiones pasan desapercibidos. Tampoco podemos ignorar momentos realmente logrados, como la aparición de la cabeza de Iokanaán o el monólogo final de la protagonista. No ha de extrañar, pues por la radio se le ha escuchado una magnífica Sinfonía Doméstica al frente de la Filarmónica de Gran Canaria. Pero el saldo final de su Salomé sevillana no puede calificarse sino como negativo, y no ya en comparación con las grandes lecturas discográficas de la página (el "romántico" Karajan y el "expresionista" Dohnányi a la cabeza), sino con la admirable interpretación que hace diez años ofreciera en el propio Maestranza y con la misma orquesta Antoni Ros Marbá. Muy insuficiente la protagonista. Nancy Gustafson es una buena cantante, dueña de una voz agradable e indiscutible musicalidad. Era su debut en un rol verdaderamente temible, tanto en lo vocal como en lo expresivo, y por ello no deberíamos ser demasiado duros con ella. Pero desgraciadamente el papel le viene grande por todos lados. Su instrumento carece de peso, volumen y proyección, por lo cual sus agudos -por otra parte muy sólidos- no logran sobrepasar a la orquesta, mientras que sus graves sencillamente no existen; muchas notas resultan áfonas e incluso en las más abisales ha de recurrir al parlato. Como tampoco tiene capacidad para insuflar credibilidad a su personaje, ni tampoco ha contado con un director musical que la haya sabido guiar en el laberinto de los matices expresivos de tan complicado rol, su Salomé resultó siendo tan esforzada como sosa e insustancial. Por si fuera poco la producción escénica no supo aprovechar la belleza de esta escultural señora, de la que podía haberse sacado muchísimo partido. Mediocre asimismo el Iokanaán del joven coreano Samuel Youn, conocido por sus breves intervenciones en los festivales de Bayreuth: expresivamente plano y con una voz no de mala calidad pero sí cortita para el papel en todos los sentidos, sus intervenciones carecieron por completo de la fuerza, garra y sentido visionario que requiere el personaje. Por si fuera poco la amplificación electrónica falló en su primera intervención desde el fondo de la cisterna, haciéndola inaudible. Fue bastante digno el Narraboth de Joan Cabero, muy interesante el paje de Ursula Hesse von den Steinen y en general solvente el grupo de judíos y nazarenos, entre los que encontramos nombres conocidos como los de Emilio Sánchez, Fernando Latorre o Bodo Brinkmann (Donner y Gunther en el Anillo de Barenboim, y paradójicamente el Iokanaán de la última Salomé de Caballé en el Liceu, como se recoge en la extensísima discografía preparada al alimón por Pedro Coco y David Cuesta para el programa de mano).
El único atractivo de la velada vino de la mano de dos grandes artistas: la veterana ex-belcantista Doris Soffel y el no ya veterano, sino realmente mítico René Kollo. La mezzo alemana hizo una soberbia Herodías, algo corta en el registro grave pero vocalmente poderosa, rotunda en los agudos y llena de autoridad en el fraseo. Además tiene personalidad y se mueve estupendamente en escena. El que un día fuera uno de los cantantes wagnerianos favoritos de Solti, Karajan, Kleiber y Barenboim se mostró en relativamente en buena forma canora: para qué engañarnos, las vibraciones las tiene desde hace más de veinte años, y por otra parte la pérdida de esmalte no impide reconocer en determinados momentos la belleza del que fuera un timbre privilegiado. Así, y en lugar de desplegar la previsible exhibición histriónica a la que muchos recurren para ocultar el declive vocal, el celebérrimo tenor ofreció un Herodes sobrio y correctamente cantado, con las notas en su sitio dentro de lo posible -notables aún sus agudos- y muy atento hacer creíbles sin caer en el ridículo los progresivos delirios del débil y caprichoso monarca. Tenerle en Sevilla ha sido un lujo y un honor. La producción escénica venía de la Staatsoper de Hamburgo. La idea original de Willy Decker (que por descontado no acudió a Sevilla, como tampoco hizo en las dos primeras entregas de su reciente Anillo del Teatro Real) parecía interesante, ajena a los tópicos y moderna sin llegar a ser caprichosa ni incoherente, con la excepción de la ridícula escena en la que Salomé acuchilla a Narraboth para rematarlo y el innecesario suicidio de la protagonista. Desdichadamente la encargada de la reposición, Sabine Hartmannshenn, realizó una mediocre labor dejando a cada uno a su aire: resultaron difícilmente creíbles Gustafson y Youn, se desenvolvió con muchas tablas Kollo y estuvo avasalladora la Soffel, quien le robó la escena a sus compañeros a pesar de actuar en una línea un tanto caricaturesca -no desmadrada- que no terminaba de cuadrar con la propuesta global. La escenografía de Wolfgang Gussmann resultó tan desnuda como eficaz, aunque tanta escalera no sólo resultaba sumamente incómoda para los cantantes, sino que perjudicaba de manera considerable la proyección de las voces. Tampoco permitía la realización de una coreografía en la danza de los siete velos, aquí sustituida por una ridícula pantomima de seducción entre Salomé y Herodes. Lástima, porque la Gustafson cuenta con estudios de danza y podía haber hecho algo interesante. El proyecto original preparado por Halffter y la directora de producción Alessandra Panzavolta -ahora ausente, oficialmente "sabática"- era una Tosca con doble reparto, el primero de ellos encabezado por Cristina Gallardo-Dômas y Marcelo Álvarez y el segundo por Elisabete Matos. A ultimísima hora, con la revista del teatro ya en la imprenta y a poco más de veinte días de presentar oficialmente la temporada, el joven director decidió permutar el título por esta Salomé. La primera opción no encajaba menos con el tema de la mujer en la música propuesto para la programación global por el artista madrileño, quien tampoco es desconocedor del mundo de Puccini. Así que el motivo del repentino cambio de este título por otro que ya se había visto en el Maestranza -y con felices resultados- resulta bastante oscuro. Lo cierto es que varios cantantes y agencias han quedado comprensiblemente mosqueados por el asunto, mientras que Pedro Halffter no sólo no se ha lucido en el foso sino que ha terminado hundiendo la producción con su tan voluntariosa como fallida labor de batuta. Todos hemos salido perdiendo. O quizá no todos, si hacemos caso a los preocupantes rumores que circulan entre los aficionados. Rumores cada vez más intensos que ya nadie puede ni debe ignorar, entre otras cosas porque de confirmarse podría rodar alguna cabeza. Y no precisamente la de Iokanaán.
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