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Hombres, ángeles, demonios Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum.
Alas. Coreografía: Nacho Duato. Dirección teatral: Tomaz Pandur. Concepto escenográfico: Tomaz Pandur y Nacho Duato. Realización: Odeón. Música original: Pedro Alcalde y Sergio Caballero. Collage musical con otras de Arvo Pärt, Jules Massenet, Pawel Szymanski y Michael Strohmann. Figurines: Angelina Atlagic. Diseño de luces: Brad Fields. Proyecciones de vídeo: Zelijko Serdarevic y Dragan Mileusnic. Textos: Win Wenders (El cielo sobre Berlín). Voz: Ana Wagener. Compañía Nacional de Danza. Teatro Real, Madrid, del 28 de febrero al 7 de marzo de 2007. Nacho Duato es un genio que nos ha vuelto a regalar con una gran suite coreográfica estrenada en Cantabria el pasado año con el título de Alas. Se trata de una investigación sobre la levedad, sobre la ingravidez, sobre la fluidez del movimiento y de la vida. Con este trabajo, Duato vuelve a confirmar algunos de los mejores aciertos de su personal vocabulario: la fantasía y la imaginación en la utilización de todos los recursos y niveles, el inagotable juego con las parejas, la intensidad expresiva cerca de los límites del vacío, o la plena y sabia integración de música y vestuario en la danza. Estos elementos conforman el estilo inconfundible de Duato pero el coreógrafo se ha renovado en esta ocasión al contar con la colaboración de Tomaz Pandur en la dirección escénica. El artista esloveno es un provocador y polemista que no me gusta mucho, pero que ha aportado al trabajo de Duato algunas ideas valiosas, y que no le vienen nada mal, con cierta picardía y sexualidad. La inesperada escena final, bailada sobre agua, es todo un reto técnico y teatral resuelto magistralmente. La pieza también incluye otras ocurrencias en las que me parece advertir alguna huella del reciente trabajo con la Compañía Nacional de Danza de Chevi Muraday, que es uno de nuestros jóvenes coreógrafos más importantes y prometedores. Alas es un ballet ambicioso, grande y repleto de belleza, de hombres, ángeles y demonios. Es una obra que refleja toda la libertad creativa que los medios técnicos ofrecen a quien los domina más que de sobra. Nacho Duato protagoniza esta obra sobre el escenario y vuelve a bailar, a pesar de su retiro, interpretando un personaje misterioso y omnipresente, que recita largos parlamentos y en torno al cual gira todo. A pesar de sus cincuenta años, la presencia escénica de Duato es imponente y basta por si sola para llenar el escenario. El papel está hecho a la medida de sus condiciones actuales, que son excelentes pero ya no aquellas de otros tiempos juveniles. La danza está perfectamente integrada en el espectáculo, que cuenta con una interesante propuesta plástica, resuelta a la perfección con unas proyecciones de vídeo impecables y con una iluminación magistral, con calles de luz realizadas dentro de un espacio aparentemente (y ostensiblemente) cerrado por los lados. Todo es intencionadamente oscuro, tal vez más oscuro de lo que hubiera requerido la evocación de espacios amplios, más acordes a los vuelos sugeridos por la danza. Todo en la producción es exquisito, salvo el sonido que resulta feo, desubicado, mal ecualizado, tanto en el directo como en las grabaciones. La realización técnica del sonido está muy por debajo de la altísima calidad que la Compañía Nacional de Danza presenta en todo su trabajo, y evidentemente falta algún especialista que se responsabilice del tema. Pero lo principal son los bailarines, que tienen un nivel de primera categoría artística y técnica en todas sus intervenciones, tanto individuales como de conjunto. Es un lujo contar en Madrid con una de las mejores compañías de danza del mundo. Fotografía: Fernando Marcos
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