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VARIACIONES: Amor y muerte de un enano Por José Ramón Martín Largo. Lee su curriculum.
En los tratados clásicos, la invención y la ejecución, combinadas, son la clave que dan la medida de un talento artístico. Mientras que la última de ellas parece ser un asunto que atañe principalmente a la técnica, a las virtudes adquiridas pacientemente con el esfuerzo, la primera es por el contrario más bien un don, una indisciplina en la que no es preciso ejercitarse, ya que interviene en la vida del artista como la gracia lo hace en la del creyente, de manera un tanto arbitraria y misteriosa, como algo que de hecho no es posible alcanzar, aunque sí merecer. El mismo Mozart, que llegó a la cima de todos los géneros musicales, pero que no los inventó, recibe con frecuencia de los estudiosos la consideración de ejecutor, la cual parece estar un poco por debajo de la consideración de inventor que los mismos estudiosos, con justicia, atribuyen a Haydn. Quizá porque se comprendió pronto que no todos podemos ser inventores (ni siquiera Mozart) apareció alguna vez el arte de la variación, noble práctica comúnmemente aceptada y reconocida en la creación musical, aunque no tanto en la literaria, pese a que la totalidad de los argumentos de la literatura moderna bebe en unas amplias fuentes, repletas ya de variaciones sobre temas idénticos, que en Occidente van desde el Antiguo Testamento y la mitología greco-latina hasta el Quijote. Un ejemplo muy querido entre nosotros por distintos motivos y con una larga y admirable tradición es el del enano enamorado de la doncella, eventualmente transmutada ésta en princesa, tema recurrente y de final trágico ya predecible desde sus moralistas inicios, hermano del tema inagotable de la bella y la bestia, el cual, aparte de la desigualdad física, tiene la facultad de presentar a lo crudo (si bien muchas veces simbólicamente) la imposibilidad absoluta del amor a causa de otras desigualdades, empezando por la muy influyente desigualdad social. Las invenciones literarias que la música tomó prestadas con el propósito de hacer con ellas variaciones, que a menudo sirvieron para divulgar las obras en las que tenían su origen, abastecieron también al cine y en muchos casos volvieron a la literatura transfiguradas y enriquecidas, a fin de crear con ellas nuevas variaciones que quizá algún día volvieron (o volverán) a expresarse con música. Un enano con su correspondiente amor imposible aparece ya perfilado psicológicamente en El Rey Bohusch, uno de los Relatos de Praga que Rainer Maria Rilke escribió en 1898 y que publicó al año siguiente. El enano es un ser inocente que, tras la muerte de su padre, ha crecido (aunque no mucho) en estado silvestre, como los lirios de los valles. Su repulsiva fealdad le ha impedido toda socialización y castrado por tanto las facultades humanas que en él se dirigen hacia el exterior, desarrollando a cambio sus facultades espirituales hasta dotarle de una hipersensibilidad enfermiza. Su aislamiento le confiere un aire aristocrático que él mismo ignora; el muro defensivo tras el que se refugia, ya que no hay otra escapatoria, crece a lo alto y a lo ancho: el enano tiene ya algo de insolente. Poco versado en las cosas del mundo, su única y desesperada salida al exterior, como es natural, traerá consecuencias desastrosas para él y para otros. En Colonia, en mayo de 1922, Otto Klemperer, que no tenía nada de enano y que fue todavía durante unos años gran apóstol de la nueva música que surgió en aquella edad dorada hasta la ruina cultural (anuncio de otras ruinas) iniciada en 1933, estrenó Der Zwerg, o El cumpleaños de la Infanta, ópera en un acto del austríaco Alexander von Zemlinsky. Que el libretista, George Klaren, se inspirase en un relato de Oscar Wilde no impide que se trate de una nueva variación sobre el tema que ya había redondeado Rilke en su Rey Bohusch. Y es probable que al compositor le rondara en la cabeza, en lugar de la de una infanta española, la imagen de aquella Alma a la que amaron todos los hombres que eran alguien en la Viena de su época. Esta vez el enano (el propio Zemlinsky) debe experimentar su enamoramiento, su deseo de expandirse y su fracaso en un palacio real, rodeado del séquito que acompaña a la dulce y cruel infanta, para quien él es apenas un bufón. Su muerte se producirá ante el espejo en el que por primera vez ve reflejada su espantosa imagen, lo cual cuadra muy bien con unos tiempos que también andaban agitados a causa del psicoanálisis. Hoy la desigualdad social tal vez carece del peso que tuvo en las muy jerarquizadas Praga y Viena de entonces, pero en su lugar han surgido otras desigualdades que pueden dar pie a nuevas variaciones sobre el tema del enano y la doncella: la desigualdad racial, religiosa, étnica... y tecnológica, como ya sugirió el inglés Harrison Birtwistle al revisar el tema en 1994, cuando convirtió a su enano en un gigante exótico, nada menos que King Kong, enano cibernético (igual que todos nosotros) que debe encontrarse en el ordenador con the second Mrs. Kong. Variaciones escritas por Bach, Beethoven, Brahms y tantos otros han hecho de éste un genero respetado en el ámbito musical, cosa que no ocurre en la literatura, donde se sospecha que la variación está peligrosamente cerca del plagio. Pero no es posible negar la creatividad y la invención que puede alcanzar el en apariencia humilde arte de la variación, ya que lo cierto es que nuestras bellas artes viven desde hace siglos de préstamos mutuos, conexiones subterráneas y lugares comunes que no empobrecen, sino todo lo contrario, nuestra memoria y nuestra cultura. Acaso los antiguos tratadistas no captaron la sutileza de la invención que hay en la ejecución, y viceversa. Nuestros temas no se crean ni se destruyen: se transforman. Lejos de agotarse, en palabras de Rilke, “parecen ser como aquellos que se separan, que siguen haciéndose señales pero ya sin reconocerse”.
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