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IFIGENIA EN TÁURIDE LLEGA A OVIEDO
Por
Angel Riego
Cue. Lee su
Curriculum.
Oviedo, Teatro Campoamor. 22 de diciembre de 2007. Gluck: Ifigenia en
Táuride. E. Matos, G. Bermúdez, P. Nilon, V. García Sierra, L. Rugiero, M.
Ubieta, L. Cansino. Coro de la Ópera de Oviedo. Orquesta Sinfónica del
Principado de Asturias (OSPA). Dir. musical: Jane Glover. Dir. de escena:
Emilio Sagi..
En una temporada marcada por la renovación, donde tres de los cinco
títulos ofrecidos son estrenos o casi pueden considerarse tales (alguno
llevaba más de 80 años sin ofrecerse en Oviedo), llega el turno ahora al
estreno absoluto de la penúltima ópera de un autor fundamental del siglo
XVIII, Christoph Willibald Gluck. Puede decirse que con esta Ifigenia
en Táuride de 1779 culmina la reforma operística que Gluck iniciara
en 1762 con Orfeo y Eurídice, pues a continuación sólo
estrenaría, en el mismo 1779, la mucha menos conocida Eco y Narciso.
Una reforma que incluía una serie de innovaciones para potenciar la fuerza
dramática de la escena, como la supresión de los recitativos, potenciación
del papel del coro, importancia de la obertura como presentación de la
acción... que serían recogidas un siglo después por Wagner, quien se
proclamaba gran admirador de Gluck.
Hoy día, junto al "revival" que experimenta la puesta en escena de óperas
de Haendel o Rossini, hasta hace poco reducidas a dos o tres títulos cada
uno, existe otro cierto "revival" Gluck, aunque menor que los anteriores.
No obstante, Ifigenia en Táuride es una obra que despierta
últimamente la atención en el mundo de la ópera, tanto que por estas
fechas la está cantando en el Met neoyorkino nada menos que Plácido
Domingo, que incorpora así a su repertorio el papel de Orestes.
En la presentación de esta obra en Oviedo no se han buscado en general
grandes nombres, reservados para otros títulos, sino una labor de
conjunto. El único nombre famoso del reparto era Elisabete Matos en el
papel titular, quien demostró tener las dotes dramáticas que el papel
exigía, aunque también algunos defectos como un vibrato algo excesivo. Ya
se sabe, a veces la frontera entre la expresividad dramática y el grito es
muy estrecha. Con todo, la Matos nos dio momentos memorables en su aria
inicial del tercer acto, y su actuación puede ser calificada en conjunto
como más que satisfactoria. Del resto del reparto se puede decir que al
menos cumplió; de destacar algo, sería el Pylade de Paul Nilon, de bella
voz, mientras que al Orestes de Gabriel Bermúdez, correcto en general, se
le podría pedir algo más de volumen (a veces era difícil escucharle por
encima de la orquesta); correctas las sacerdotisas de Liliana Rugiero y
Marta Ubieta, y posiblemente lo menos bueno fuese el Thoas de Víctor
García Sierra. El coro superó con éxito los difíciles requerimientos de
esta obra, y la enérgica dirección de Jane Glover (a quien escuchamos en
Gijón en 1991 un Requiem de Mozart al frente de los London Mozart
Players) acentuó la fuerza dramática de la obra, que llegaba a sonar
"prewagneriana"; también es cierto que si la orquesta que tenía a su
disposición era la OSPA, parecía más bien difícil decantarse por una
versión en la línea historicista.
Queda por hablar de la escena de Emilio Sagi, con un "look" que parecía
actualizar la obra para el público de hoy: las sacerdotistas de Diana,
vestidas de negro, llevaban la cara pintada de blanco con una sombra en
los ojos que cruzaba como un antifaz, de lado a lado de la cara (una
estética a lo "punk", que podría recordarnos a una Alaska, por ejemplo).
Thoas, vestido de cuero y con medallones sobre el pecho descubierto, algo
recordaba a una cierta estética gay "after-hours", al igual que el papel
mudo de un verdugo (muy bien interpretado por el bailarín Diniz Sánchez),
mientras que un abrazo entre Pílades y Orestes podría sugerir que, quizá,
fueran algo más que amigos. Posiblemente esta escena fuera lo que hiciera
que la producción acabara de cuajar en su conjunto, y al público ovetense
le "llegase" esta obra que bien podría calificarse como el primer drama
musical de la historia.
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