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ZIMERMAN Y BARENBOIM
EN LOS CONCIERTOS DE BEETHOVEN
Por Ángel Carrascosa Almazán.
Con sólo una semana de diferencia se han editado en España las
dos interpretaciones más importantes en DVD de los 5 Conciertos para
piano de Beethoven: la de Krystian Zimerman y Leonard Bernstein con la
Orquesta Filarmónica de Viena (Deutsche Grammophon) y la de Daniel
Barenboim tocando y dirigiendo la Staatskapelle de Berlín (EuroArts). No
sólo son importantes en DVD; en CD apenas hay versiones de este calibre.
Zimerman, como todo el mundo sabe, es uno de los
gigantes actuales del piano. A propósito de la publicación de estos cinco
Conciertos en CD (versión en la que, debido a la muerte de
Bernstein, el propio pianista dirigió los dos primeros), Anabel García
Hurtado escribió en “Ritmo”: “Barenboim es uno de los más grandes
pianistas vivos y el artista más grande entre ellos, y Zimerman es el más
grande pianista actual y uno de los más grandes artistas entre ellos”;
opinión que puedo suscribir, si bien aquella crítica se refería a las
grabaciones anteriores del argentino, las dirigidas por Klemperer y por él
mismo (EMI 1968 y 1987, respectivamente). Pues bien, retomando lo dicho
sobre Zimerman al comienzo de este párrafo: sí, el polaco es un coloso del
piano (quizá sólo Kissin toca tan apabullantemente bien como él), pero
también es inocultable que no es un beethoveniano de pro. Eso se le nota,
y ahí se halla en clara desventaja frente a Barenboim, que está a más no
poder en su elemento (es “su compositor”, por encima de cualquier otro,
Mozart y Wagner incluidos): téngase en cuenta que es el artista que más
música de Beethoven ha grabado hasta la fecha.
Zimerman posee unos dedos prácticamente infalibles
(será poco menos que imposible encontrar un roce en estas grabaciones
suyas en público: lo son las de los tres últimos Conciertos, no las de los
dos primeros). El polaco “las da todas” y, por descontado, su musicalidad
es de primer orden, si bien no es en Beethoven donde esta última se
desenvuelve con mayor libertad y acierto (la interpretación de estos
Conciertos no me parece del nivel estratosférico de sus Baladas
de Chopin, de su Sonata en Si menor de Liszt, sus Sonatas y
Conciertos de Brahms con Bernstein o de sus Preludios de
Debussy, por poner algunos ejemplos).
Pero ¿es que acaso se pueden tocar mejor estos
Conciertos de Beethoven, se dirá más de uno? Tocar quizá no; pero
interpretar, sí. ¿Quiénes? Quizá sólo Claudio Arrau y Barenboim. Comparado
con éstos, Zimerman resulta un poco inflexible, falto de la variedad en el
fraseo de esos dos musicazos sudamericanos. Esto se aprecia sobre todo en
los movimientos iniciales de los Conciertos, particularmente en los
dos primeros (quizá contribuya la ausencia de Bernstein: la “dirección”
del polaco es algo metronómica); esto ocurre menos en los finales, y aún
menos en los movimientos lentos, en los que en general se explaya con
mayor libertad métrica y agógica. Aun así, hay que admitir que, en
ocasiones, Zimerman emplea esa relativa inflexibilidad como arma: por
ejemplo, para conseguir una sensación de “lo inexorable” en el sensacional
primer movimiento del Tercer Concierto que logran Bernstein y él.
Técnica
y mecanismo
Barenboim no posee un mecanismo de ese calibre: su mano
es bastante más pequeña (lo que le impide tocar, por ejemplo, y con gran
disgusto por su parte, el Segundo Concierto de Bartók), más cortos
sus brazos, y tampoco ha cultivado nunca esa habilidad como un fin en sí
mismo (jamás ha practicado, ni siquiera en su niñez, con ejercicios;
siempre con música). Por eso es más falible que Zimerman y que otros
virtuosos. Aun así, Barenboim ha llegado como pianista donde ha llegado
-mal que les pese a algunos- en un mundo en el que difícilmente se toleran
fallos mecánicos. Este es el principal motivo -aparte de manías
personales- por el que no es ídolo en los conservatorios. Ya se sabe cuál
es el punto de vista más extendido entre los instrumentistas: el
violinista más grande es Jascha Heifetz, un ejecutante prácticamente
perfecto. ¡Qué más da que como músico sea muy inferior!... ¿Saben acaso
muchos melómanos que en no pocas escuelas de canto es opinión extendida
que Fischer-Dieskau es una nulidad? Y esto lo sostienen “hasta la muerte”
gente que canta como el culo, con perdón. No miento: podéis preguntarlo.
La técnica pianística de Barenboim es excepcional.
Porque ¿qué es técnica? Es algo así como el dominio del instrumento con el
objeto de expresar a través de él todo cuanto se pretende. Por eso su
técnica es excepcional: su diversidad en los ataques y formas de pulsar
una tecla es ilimitada, increíblemente amplia su gama dinámica, con
infinidad de grados entre fff y ppp; nadie trina tan bien
como él, de modo menos mecánico y capaz de reguladores dinámicos y
agógicos en una serie de ellos. Su técnica le permite una increíble
variedad de articulación en las sucesivas reapariciones de un mismo tema:
escúchesele, por ejemplo, el Rondó del Tercer Concierto. La
comparación con la -magnífica- interpretación de ese movimiento por
Zimerman es elocuente: el polaco queda muy por debajo del argentino; a su
lado es una máquina de escribir.
La técnica de Zimerman me parece también, por supuesto,
superlativa, pero en lo que es superior a Barenboim es en el mecanismo,
que es fabuloso y de una seguridad aplastante. Porque mecanismo es algo
así como la capacidad de que se oigan todas las notas con nitidez y
limpieza. Pero ¿es eso tan importante para la Música, con mayúscula, como
la técnica? De ninguna manera: para hacer música no basta, ni mucho menos,
con tocar limpiamente cada nota. Hay miles (miles, sí: acudid a un buen
concurso de piano) de pianistas con un mecanismo de gran seguridad. A
Zimerman se le oyen más nítidamente todas las notas, a lo que, además de
su superior destreza, contribuye también su estilo de ejecución, que es
por lo general mucho más incisivo y recortado y mucho menos legato.
Por eso a los pianistas de otras escuelas o estilos no
se les oyen tan individualizadas todas y cada una de las notas; entre
otras razones, porque no es eso lo que persiguen. ¿Quién le niega a Arrau
una técnica fantástica? Pero, al igual que Barenboim, no perseguía por
encima de todo esa nitidez, un empeño que en algunos resulta casi
obsesivo.
La
sintonía con Beethoven
Barenboim es, como decía arriba, mucho mejor conocedor
de Beethoven que Zimerman, y esto se aprecia casi constantemente. Ni
siquiera Bernstein es tan beethoveniano como Barenboim director. ¡A éste
se le oyen en estos Conciertos cosas que no se habían percibido
nunca hasta ahora, y siempre bien traídas! La grabación, que es fenomenal,
tiene parte de la “culpa”, pero no basta para explicar la maravilla. Y,
para colmo, si consiguiéramos escuchar sin prejuicios juzgando la
actuación de cada una de las orquestas, creo que la conclusión sería que,
aquí, la Staatskapelle de Berlín, de sonoridad beethoveniana a más no
poder, no tiene que envidiar a la Filarmónica de Viena, aunque ésta sea
una orquesta aún mejor.
Como ya me he extendido más de la cuenta, quiero
brevemente terminar con algunas puntualizaciones: los dos primeros
Conciertos de Zimerman están menos bien que los tres últimos, sobre
todo que el Tercero, cima (como en Barenboim) de la serie. En el
Cuarto la dirección me parece más romántica de la cuenta, con atisbos
de sentimentalismo, sobre todo en la introducción. En el Rondó del
Quinto Bernstein defrauda un pelín: me esperaba mayor entusiasmo, esa
cualidad que Barenboim derrocha a manos llenas, arriesgando sobremanera
(¡qué valor!).
En Barenboim hay siempre (o esa impresión es la que se percibe) mayor
espontaneidad, y desde luego mayor libertad -siempre ¡siempre! certera,
nunca caprichosa o arbitraria-, dictadas con asombrosa naturalidad por un
conocimiento incomparable del universo beethoveniano. Me parece
globalmente la mejor de sus grabaciones del ciclo. De todas las cadenzas
el argentino saca mucho más partido, mucha más música que el polaco o que
cualquier otro pianista. Nada más lejos que la mera exhibición: la del
primer movimiento del Tercero roza lo milagroso. La versión de las
suyas más discutible o polémica pueda que sea la del Cuarto, menos
sereno y lírico y más dramático que de costumbre (incluidas sus anteriores
versiones, las dos de EMI y la de RCA dirigiendo a Rubinstein, en el ciclo
de 1975); el segundo movimiento es particularmente hosco y no es seguro
que alcance la paz, y la alegría desbordaba del Rondó tiene algo de
salvaje.
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