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VIRTUOSO DEL ESTE, BATUTERO DEL NORTE
Jerez, Teatro Villamarta. 10 de noviembre de 2007. Larsson: Suite Pastoral. Schumann: Concierto para violonchelo. Beethoven: Sinfonía nº 3, “Heroica”. Jian Wang, violonchelo. Orquesta de Cámara Sueca. Thomas Dausgaard, director. Por Fernando López Vargas-Machuca. El gran atractivo del concierto de la Orquesta de Cámara Sueca, una buena formación con notable cuerda y sólidas maderas y metales, era la presencia del aún joven violonchelista Jian Wang, hoy estrella de la Deutsche Grammophon. Claro que de ello no parecía consciente ni el propio Villamarta: su biografía no se incluía en el programa de mano ni su nombre en la portada del mismo, mientras que en la revista oficial del teatro la encargada de escribir sobre el espectáculo se limita a resumir -léase plagiar alegremente- en veinticinco líneas el currículo oficial de la formación, sin dedicar al solista más que las siguientes palabras: “este joven chino, que recibió su primera formación en el Conservatorio de Shangai, ha desarrollado una brillante carrera desde que, en 1986, se presentara en el Carnegie Hall de Nueva York”. ¿Tan difícil era bucear un poco en Internet para descubrir quién es Jian Wang? Casi nadie entre el público se enteró de que teníamos a una orquesta de segunda categoría acompañando a un violonchelista de primera. Por no hablar de la falta de respeto hacia el artista. Lo más impresionante de escuchar a Wang en directo es su sonido, no especialmente bello pero de una potencia y robustez insólitas, aunque no por eso deje de plegarse a las sutilezas expresivas. Su visión del emblemático Concierto de Schumann fue ante todo viril y poderosa, llena de energía y vitalidad, incluso a ratos extrovertida, pero en modo alguno hubo rastro de superficialidad: la melancolía, el recogimiento íntimo y hasta el dolor presentes en la genial partitura estuvieron también ahí, aunque evitando la blandura y la sensiblería aquí tan peligrosas. Ni que decir tiene que el virtuosismo estuvo garantizado, a despecho de tres o cuatro roces propios del directo, y que la gama expresiva fue amplia. Y quizá hubiera matizado mejor y ofrecido una interpretación aún más emocionante, profunda y variada si hubiera contado a su lado con una batuta de mayor calibre que la de Thomas Dausgaard. Y ahí estuvo el gran problema del concierto. Porque aunque el director danés resultó convincente en la agradable Suite Pastoral de Lars-Erik Larsson que abría la velada, en Schumann se limitó a ofrecer un acompañamiento tan encendido como tosco al solista, para trazar después una burda, zafia y vulgar Sinfonía Heroica de Beethoven. Los tempi fueron rápidos hasta el atropellamiento, el fraseo tosco y descuidado, el balance instrumental subrayó de la manera más estentórea a metales y percusión, la cantabilidad brilló en todo momento por su ausencia, los ataques fueron de una brutalidad gratuita y, en general, la interpretación estuvo presidida por la superficialidad, la energía descontrolada, el mal gusto y el efectismo. De estilo beethoveniano y de matices expresivos, ni hablemos. La tanda de propinas -sí, el público aplaudió, aunque con bastante menos entusiasmo que otras veces- se cerró con una amaneradísima Danza Húngara nº 5 de Brahms. No recuerdo haber sufrido nunca tanto en un concierto como en la segunda parte de esta velada. ¿Lo peor de las temporadas de concierto del Villamarta en los últimos años? Probablemente.
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