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LAS
SINFONÍAS DE PROKOFIEV:
UNA APROXIMACIÓN DISCOGRÁFICA
Por Fernando López Vargas-Machuca.
En el número
anterior hacíamos un repaso de las escasas grabaciones discográficas
existentes de las sinfonías de Prokofiev. Allí decíamos que la de
Rostropovich (Warner), sin ser ni mucho menos la mejor tocada ni la de
mayor claridad, es la que más profundiza anímicamente en este apasionante
universo sonoro. Que, siendo menos emocionante, la de Ozawa (DG) es una
buena alternativa, sobre todo por la deslumbrante intervención de la
Filarmónica de Berlín. Que las de Martinon (Vox, muy difícil de encontrar)
y Rozhdestvensky (Melodiya) resultan excesivamente irregulares, que la de
Walter Weller (Decca) es puro aburrimiento y que las de Järvi (Chandos) y
Gerviev (Philips), muy ensalzadas por algunos sectores de la crítica, nos
parecen pura vulgaridad y efectismo. Hagamos ahora un repaso, sinfonía a
sinfonía, de las versiones sueltas más recomendables.
PRIMERA
La Sinfonía Clásica es una página extremadamente difícil de
interpretar, pues necesita de un gran refinamiento, y virtuosismo por
parte de la orquesta, pero también de una extraordinaria capacidad por
parte de la batuta para aunar elegancia, vuelo lírico y humor socarrón sin
cae en lo frívolo, en lo superficial ni en lo pimpante. La grabación que
realizó Giulini al frente de la Sinfónica de Chicago para Deutsche
Grammophon es en este sentido la número uno, no ya por estar
prodigiosamente tocada y por su asombrosa claridad, sino por lograr el
milagro de ser muy “clásica” (sobria, equilibrada, elegante, ajena al
efectismo y alejada del arrebato), sacando al mismo tiempo todo lo que la
partitura tiene de tanto de lirismo y de evocación como de ironía y mala
leche. Por desgracia el registro es hoy casi imposible de conseguir, ya
que nunca ha conocido una edición oficial europea en CD exceptuando la que
realizó en España la editorial Salvat para una enciclopedia de venta a
domicilio. La única opción es comprar la edición japonesa: ¡ojo con los
gastos de envío y con la aduana!
Mucho más personal y discutible, pero desde luego apasionante, es la
realización de Sergiu Celibidache al frente de la Filarmónica de Munich,
en una excelente edición oficial en compacto realizada por EMI al margen
de aquella sesión con ensayos que ofreció Teldec hace años en Laser Disc y
de la que no se ha sabido nada aún en formato DVD: una dirección lenta y
diseccionadora, pero no pesante ni carente de fuerza, llena de matices y
de espléndido sentido del color, que posee un peculiar sentido del humor y
que canta el segundo movimiento con el mayor lirismo. Magnífica asimismo
la de Riccardo Muti al frente de la Filarmónica de Viena, en una edición
limitada en CD realizada por la propia orquesta, por encima de su en
cualquier caso notable interpretación con Philadelphia en Philips.
Muy buena la interpretación de la Orquesta de Cámara Orpheus (DG),
poética y luminosa, así como las dos últimas de las grabadas por el
siempre idiomático André Previn (EMI y Philips respectivamente). La de
Ozawa es muy singular y discutible, pero es una interesantísima
aportación. Y resulta muy atractiva la alegre y espiritosa de Igor
Markevitch con la Philharmonia (Testament). A partir de ahí el nivel baja
considerablemente, encontrándonos con un buen puñado de interpretaciones
de sólida factura pero alejadas del ideal (Kurtz, Weller, Simonov,
Ashkenazy, Bernstein, Gergiev o el propio Rostropovich), y otras muchas
mediocres (Martinon, Ormandy, Tilson Thomas, Karajan, Abbado) o incluso
abiertamente malas (Koussevitzky, Rozhdestvensky).
SEGUNDA
Dentro de una visión puramente maquinista y agresiva de la obra, las
poderosas e incisivas interpretaciones de Rozhdestvensky (Melodiya) y
Leinsdorf resultan ideales. Esta última, registrada por RCA y editada por
Testament, pertenece a una integral iniciada en los años sesenta al frente
de una magnífica sinfónica de Boston que, de haberse concluido, podía
haberse convertido en la referencia. Rostropovich y Ozawa, en sus
integrales, nos enseñaron por el contrario que esta partitura esconde una
buena dosis de carácter atmosférico, e incluso de vuelo lírico que es
necesario sacar a flote; el oriental, concretamente, realiza una singular
aproximación de extraordinario sentido del color y del ritmo, en la que
consigue texturas muy interesantes en los pasajes “nocturnales”.
El resto de las interpretaciones que conocemos no presentan mayor
interés, aunque la teatralidad y el gusto por la parafernalia sonora de un
Gergiev por una vez consiguen vistosos resultados. La peor de todas es
quizá la de Weller, quien aunque en principio puede parecer resultón
termina aburriendo mucho por la ausencia de claridad, color y, sobre todo,
de contraste entre los diferentes pasajes, culminando con un final
desinflado.
TERCERA
La obra es en gran medida una suite sinfónica de su ópera El Ángel de
Fuego, por lo que es necesario atender tanto a la fuerza y estridencia
del expresionismo como a la creación de ambientes sonoros góticos y
opresivos. Y ahí Muti, en su grabación con la Orquesta de Philadelphia
para Philips en 1991, no ha encontrado rival. Es la suya una lectura
poderosa, arrolladora y brillante, pero también muy atmosférica, que
cuenta con una fabulosa orquesta y una batuta de sonido muy Prokofiev. La
disección de las texturas orquestales es extraordinaria, aun sin llegar
quizá a la claridad de un Ozawa. Con Muti la tensión es implacable en todo
momento, aunque nunca se confunde con el ruido ni el efectismo. A destacar
especialmente el “lirismo siniestro” del segundo movimiento y la fuerza
desasosegante del tercero. Diríamos que se trata de una lectura
insuperable si no fuera porque, como explicábamos en el número anterior,
en su interpretación londinense frente a la Sinfónica de Chicago el
italiano logró llegar aún más lejos.
Imposible de encontrar hoy en el mercado, la única alternativa casi a la
altura de Muti es la de Leinsdorf, que ya anuncia a la del milanés en su
capacidad para lograr la mayor tensión y rusticidad sin caer en el
efectismo ni en la tosquedad, como también de crear atmósferas malsanas y
dejar volar el lirismo cuando es necesario. Un poco por debajo de ambos,
Rostropovich y Chailly (Decca) consiguen notabilísimos resultados, como
también el citado Ozawa, quien sabe poner de manifiesto sus puntos
fuertes: excepcional ejecución de la orquesta, admirable claridad,
elevadísimo sentido del color y de las texturas, tensión interna
perfectamente planificada, conocimiento del lenguaje y, sobre todo, un
encomiable equilibrio entre brutalidad -jamás efectista ni ruidosa- y
refinamiento, entre estridencia y belleza sonora. Alto nivel el de
Kondrashin al frente de la Sinfónica de Chicago, en una edición limitada
a cargo de la propia orquesta. El resto es más bien poco interesante,
aunque de nuevo Gergiev se mueve puede impresionar, más que convencer, con
su despliegue de magma sonoro. Especialmente flojos Martinon y Weller.
CUARTA
Hay dos versiones distintas de la página: la de 1930, francamente
mediocre, y la muchísimo más convincente de 1947. Martinon, Rostropovich,
Järvi y Gergiev se cuentan entre los poquísimos directores que han animado
a grabar su versión original; el chelista es quien obtiene mejores
resultados, pero con algunos baches notorios. De la revisada sí que hay
una interpretación redonda: la de Rostropovich, que -ahora sí, con mucho
mayor convencimiento- consigue un resultado muy lírico y evocador, intenso
y sentido, sobre todo el clímax del primer movimiento, mientras que en el
tercero renuncia un tanto al humor para sacar a la luz aspectos ocultos.
Ozawa es algo blando en su elegante y evocadora interpretación, mientras
que Rozhdestvensky, en una lectura vibrante, impetuosa, ácida y grotesca,
resulta algo superficial. Particularmente horrendo Gergiev, quien va a
todo correr pasando de largo ante cualquier elemento lírico y reduciéndolo
todo a un cúmulo de atropelladas explosiones sonoras; sólo se salva el
tercer movimiento, donde aporta interesantes detalles humorísticos, pero
la explosión final que da sentido a la obra no resulta con el ruso trágica
sino vulgar.
QUINTA
La mejor interpretación que conozco de la Quinta la pude grabar
de la radio hace muchos años: Lorin Maazel al frente de la Filarmónica de
Viena, en uno de esos conciertos radiofónicos de intercambio
internacional. Pero como ésta no ha conocido edición comercial y el
registro de estudio del propio Maazel en Cleveland (Decca/DG) no llega ni
mucho menos a semejante altura, no hay nada que hacer. El primer puesto
discográfico quizá lo ocupe la grabación digital de Leonard Bernstein al
frente de la Filarmónica de Israel, una interpretación especialmente
trágica y oscura en la que el primer movimiento es más lento y ominoso que
nunca; el resto es de una gran tensión, con un final vibrante pero lleno
de dramatismo. Esperemos que Sony se decida a reeditarla de una vez,
porque la que circula del norteamericano al frente de la Filarmónica de
Nueva York no es más que un borrador de la que señalamos.
Menos difícil resulta de encontrar en el mercado la sensacional
interpretación de Leinsdorf registrada en 1963. Desde el primer momento
asombran la perfección de la orquesta y la claridad de la batuta, a lo que
contribuye una notable grabación. El sonido que extrae de la Sinfónica de
Boston es ideal por la carnosidad de las maderas y la estridencia de los
timbres, y el enfoque resulta certero en todo momento, aunque más del lado
del Prokofiev brutal que del lírico. El desarrollo del primer movimiento
es algo extraño, pero se llega a un clímax de terrible tensión.
Extraordinarios los otros tres, con todo el sarcasmo y la negrura
necesarias, no cayendo en la tentación de la trivialidad ni el
triunfalismo en el último.
Aunque hasta hace pocos años no podíamos disfrutar de ningún
acercamiento a esta obra por parte del maestro rumano, hoy son dos las
grabaciones que podemos encontrar a cargo de Sergiu Celibidache: una con
la Sinfónica de la Radio de Stuttgart (DG), espléndida y de línea ortodoxa
aunque con detalles tan creativos como convincentes, y otra con la
Filarmónica de Munich (EMI), una interpretación singular y desigual, que
sorprende por su introversión y carácter atmosférico, y que por ello no
resulta muy sarcástica, trágica o rebelde; sobresale un genial tercer
movimiento, siniestro y nocturno. En las dos interpretaciones, por
desgracia, se echa de menos una orquesta de mayor calidad.
Otra magnífica interpretación es la soberbiamente grabada de Previn con
la Filarmónica de Los Ángeles, restos de una integral que, como la de
Leinsdorf, de haberse concluido podía haber sido de referencia.
Fabulosamente tocada y planificada, llevada con un magnífico progreso de
las tensiones, no es una especialmente oscura, ni sarcástica, tampoco muy
lírica, pero convence por completo por el perfecto equilibrio de sus
ingredientes. Más heterodoxo pero muy interesante resulta aquí
Rozhdestvensky, que a pesar de contar con una orquesta mediocre y de
ofrecer una realización tosca consigue una lectura de gran fuerza en la
que se anteponen el sarcasmo, la incisividad y la aspereza al lirismo y al
misterio, pero convenciendo con su enfoque dramático y su certero sonido
Prokofiev.
Conocemos otras tres grabaciones más no redondas pero sí de gran altura.
Una es la de George Szell (Sony), una interpretación sobria, clara,
incisiva, tensa y ajena a efectismos, en la que por desgracia los veloces
tempi se llevan por delante la “grandeza pesimista” y el vuelo
lírico del primer movimiento. Otra sería la tomada en vivo en 1968 nada
menos que a Mravinsky (Russian Disc), quien deja por completo a un lado lo
ominoso, lo ácido y lo sarcástico, así como el sonido más adecuado al
autor, para decantarse por una lectura descaradamente romántica; en este
sentido es magnífica, muy fogosa e intensa, con una Filarmónica de
Leningrado que aporta su típico sonido. Y finalmente estaría la de
Rostropovich; como siempre, se puede decir que las hay mejor tocadas, más
claras, más brillantes y más incisivas, pero el chelista termina
convenciendo por la comprensión del mensaje último de las partituras.
En el pelotón de cola se encontrarían un montón de interpretaciones que
se quedan a medio camino, como las de Martinon, Karajan, Ashkenazy,
Temirkanov, Muti, Tilson Thomas, Dutoit, Gergiev e incluso
-sorprendentemente- la de un aquí blando y descafeinado Ozawa. Y luego
vendrían los fracasos rotundos: Ansermet, Weller, Kletzki, Levine, etc.
Intérpretes algunos de los cuales son grandes en otros repertorios, pero
que en esta obra maestra se quedan muy cortos.
SEXTA
En esta algo deslavazada pero apasionante partitura interesa muchísimo
el enfoque de la interpretación de Leinsdorf, porque alberga el lirismo
melancólico y la atmósfera malsana necesarias pero no renuncia al
sarcasmo, la incisividad y la brillantez propias del autor. En el tercer
movimiento, por fortuna, no se deja llevar por lo jovial ni lo pimpante.
Con un poco más de negrura y rebeldía en el final sería de referencia. A
su misma altura estaría la de Ozawa, clarísima y sumamente equilibrada,
que profundiza en la parte oscura de la obra sin excederse en el
componente expresionista; resulta quizá algo distante quizá en el último
movimiento, aunque concluye con acertado pesimismo.
No hay mucho más donde escoger. Están bien a secas las grabaciones de
Martinon, Weller -quien por una vez acierta en el clima enrarecido de la
partitura- y Rostropovich, este último algo falto de tensión, y por ello
menos interesante que en otras ocasiones. La emocionante y “romántica”
interpretación de Mravinsky (Praga/Harmonia Mundi) puede discutirse por
subrayar lo que puede los aspectos afirmativos de la partitura y no
profundizar en la tragedia, lo que evidencia sobre todo en un tercer
movimiento en exceso optimista. Aparentes pero insinceras las de Ashkenazy
-muy descafeinado y superficial en el Largo-, Järvi y Gerviev.
SÉPTIMA
Dos opciones existen a la hora de interpretar el final de esta
nostálgica y evocadora partitura. Una es hacerlo con el breve y forzado
“happy ending” que el autor incluyó tras el inesperado y acongojante
retorno del melancólico tema del primer movimiento y la pesimista
disolución que le sigue. La otra, que se ha ido imponiendo en tiempos
recientes, es eliminar semejante parche; de hecho el propio Rostropovich
aseguró al autor de estas líneas, durante una firma de autógrafos, que
Prokofiev lo había incluido sólo para asegurarse la obtención del premio
Lenin, y que le rogó que cuando él falleciese se encargase de eliminarlo
de la partitura.
Es precisamente el chelista quien ha logrado la interpretación más
emotiva, la que más llena de confesión personal las notas. En ella
Rostropovich emociona sobremanera con el tema principal, borra buena parte
de la ironía y acidez y se queda con una reflexión tan nostálgica como
pesimista. Pierde gas, eso sí, en el último movimiento, pero la disolución
es la más tremenda y nihilista de todas. Por ello su audición es
imprescindible.
Otra importante interpretación sin “final feliz” es la intensa y sincera
de Ozawa, quien de nuevo sobresale por su gran sentido del color y
admirable claridad. El maestro oriental saca a relucir la parte dramática
de la obra, pero contemplándola con sobriedad, y al igual que Rostropovich
acierta más en los momentos líricos que los trepidantes. Alcanza un muy
alto nivel Ashkenazy (Decca), que aunque a veces sucumbe al efectismo y no
alcanza toda la claridad deseable logra cantar con gran belleza el tema
principal y consigue dos excelentes movimientos centrales. Por desgracia
la marcha del último movimiento se la pasa de largo, mientras que no le da
sentido a la disolución final. Gergiev también opta por el final trágico,
pero su interpretación es superficial e insincera.
Ya con la edición tradicional de la partitura habría que citar los dos
registros de André Previn, quien como siempre ofrece un sonido cien por
cien Prokofiev al frente de la Sinfónica de Londres y de la Filarmónica de
Los Ángeles respectivamente (EMI y Philips); la primera es una
interpretación eminentemente lírica, a veces en exceso contemplativa y
falta de rebeldía, mientras que la segunda se muestra algo menos
ensimismada, pero también menos clara en el tejido orquestal. La de
Martinon es una excelente lectura, muy intensa y sentida tanto en los
aspectos líricos como en los lúdicos y humorísticos, en la que sabe sacar
partido a la marcha del último movimiento, pero sin apenas ver negrura en
la disolución final. Weller intenta ser lírico, pero le sale una
interpretación flácida y aburrida. Mediocre Järvi al frente de la
insuficiente Nacional Escocesa: el director va aprisa y corriendo, sin
detenerse en planificar correctamente ni en apuntar matices expresivos, y
sin tener tampoco una idea clara la idea de la partitura. Es vistoso pero
no emociona.
RECOMENDACIONES FINALES
Quien se quiera hacer de todas las sinfonías de un tirón lo mejor que
puede hacer es comprar la integral de Rostropovich, que sale bastante
barata (su precio no llega a 30 euros) y cuya adquisición es casi
“obligatoria”. Pero haciéndose además con algunos discos sueltos puede uno
poner en su estantería interpretaciones aún más interesantes. Teniendo en
cuenta las ediciones que en el momento de escribir estas líneas se
localizan en el mercado, recomendamos vivamente adquirir los dos compactos
arriba citados de Erich Leinsdorf (difíciles de encontrar en tiendas pero
asequibles a través de la distribuidora Diverdi) con las sinfonías
Segunda, Tercera, Quinta y Sexta. Para Cuarta
y Séptima, las dos mejores interpretaciones son las de
Rostropovich, así que con la integral basta y sobra. Para completar la
serie sólo queda la Primera, y a falta de la de Giulini lo mejor es
llevarse la grabación de Celibidache en EMI: se repite la Quinta,
pero es una interpretación tan singular de esta magnífica música, y tan
diferente a las de Leinsdorf y Rostropovich, que la repetición merece la
pena. Y si alguna vez se reeditan la Sinfonía Clásica del fallecido
maestro italiano, la Tercera de Muti o la Quinta de
Bernstein con Israel, ¡a por ellas!
ENLACES RECOMENDADOS
The Prokofiev page:
http://www.prokofiev.org/
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