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CINE
Y MUSICA: LUCHINO VISCONTI (y 7-El testamento de un
genio)
Por Angel
Riego Cue. Lee su
Curriculum.
La tarde del 27 de julio de 1972, Luchino Visconti se
hallaba en la terraza del hotel Eden de Roma, en
compañía de la guionista Suso Cecchi d'Amico, esperando
reunirse con unos productores a los que pensaba interesar
en su siguiente proyecto; el rodaje de Ludwig
estaba por entonces ya terminado, y la película se
hallaba en fase de montaje. En un momento dado, Visconti
se dobla hacia adelante y cae sobre sus propias rodillas,
aunque manteniéndose en la silla. Ha sufrido una
trombosis cerebral. Sin perder en ningún momento la
consciencia, es ingresado en una clínica romana, donde
se observa que tiene paralizados el brazo y la pierna
izquierda, y que las posibilidades de recuperación son
escasas. El origen de este mal parece haber estado en el
frío clima de montaña que soportara el director durante
el rodaje de Ludwig, la falta de descanso y
sobre todo el carácter de fumador compulsivo de
Visconti, 70 u 80 cigarrillos diarios ("a veces
hasta 120") y el no haber tomado la medicación
oportuna cuando recibió en su salud los primeros
"avisos".
La clínica romana se ve pronto atestada de amigos,
conocidos y curiosos, por lo que el 14 de agosto, apenas
su estado lo permite, se le traslada a Zurich, donde
además será atendido por un especialista suizo en
neurología, Hugo Krayenbühl, quien le dicta una
"interminable" serie de ejercicios de
rehabilitación que, si bien no conseguirán dejarle como
antes, al menos van dirigidos a que pueda desplazarse
apoyándose en un bastón. Para el cineasta es
especialmente odiosa la situación en que se encuentra
(como un niño al que otros han de ayudar a levantarse y
calzarse; como un muñeco de trapo que no se mantiene en
equilibrio en una silla sin caerse), de ahí que se
entregue a estos ejercicios con ahínco. Durante esta
convalecencia, su guionista Enrico Medioli le va leyendo
a diario la abundante correspondencia que le llega de
actores y gente que ha trabajado con él: Burt Lancaster,
Alain Delon, Dirk Bogarde, la Callas, etc. A finales de
septiembre, Visconti decide dar por terminada su
inactividad (si le obligan a guardar cama, según él,
moriría antes; su mejor terapia es el trabajo) y
abandona Zurich, trasladándose a su villa de Cernobbio;
allí, en las caballerizas se ha improvisado la sala de
montaje donde se terminará Ludwig, primero en
la versión de 4 horas y luego, por exigencias
comerciales, mutilada hasta las 3 horas.
A pesar del trago tan amargo que supuso ver así
recortada la película por la que tanto había luchado (y
que en parte fue responsable de su enfermedad), Visconti
no se rinde y piensa ya en sus siguientes proyectos. A
finales de noviembre ha regresado a Roma. Vende su casa
de Via Salaria, con esas enormes estancias que ya no
podrá recorrer y esas escaleras que ya no podrá subir,
y se traslada a un apartamento más pequeño en Via
Fleming; los muebles y otros objetos de su anterior
mansión irán a una villa de Castelgandolfo, donde en
parte serán pasto de los ladrones. El 18 de enero de
1973 se estrena por fin Ludwig en Bonn, casi un
año después del comienzo de su rodaje.
Una oferta de La Scala para montar El Anillo del
Nibelungo de Wagner, a razón de una jornada por
año, es rechazada; oficialmente, el clima de Milán es
desaconsejado por los médicos, aunqe quizás influya
también que la empresa desborda las posibilidades
físicas de Visconti en esa época, tanto en lo referente
a complejidad de la obra como del número de años que
necesitaría vivir para completarla. En su lugar, para su
retorno al escenario teatral elige una obra más
sencilla, al alcance de sus posibilidades: Sucedió
ayer, de Harold Pinter (presentada con el título de
Tanto tempo fa), que consta de tan sólo tres
personajes en un único decorado. El estreno en mayo de
1973 estuvo acompañado de la polémica, pues el propio
Pinter llegó desde Londres para denunciar alteraciones
en su obra; es posible que en fondo siguera latente la
disputa por la adaptación de En busca del tiempo
perdido, en la que Pinter habría tomado parte junto
a Joseph Losey de no haber mediado el veto de Visconti.
Al mes siguiente, junio, Visconti vuelve a la ópera y
estrena en Spoleto la que sería su última puesta en
escena, la Manon Lescaut de Puccini, con un
éxito clamoroso.
Pero para recuperar totalmente a Visconti aún faltaba
conseguir que volviera a filmar, y encontrar un argumento
que pudiera rodar en sus condiciones físicas: ya no
podría dirigir grandes escenas con multitud de extras,
más bien buscaba una acción con pocos personajes y
situada en una sola habitación. Su guionista Medioli le
propone en el invierno de 1973 una historia que se
desarrolla en dos habitaciones, que mostraría el
contraste entre un viejo profesor y un grupo de jóvenes
que irrumpen en su casa y que trastocarán sus
concepciones de la vida. La película, por tanto, estará
ambientada en la época contemporánea a su filmación, e
incluirá referencias a los problemas que preocupaban por
entonces a los italianos, como las tramas terroristas y
golpistas. Finalmente, en abril de 1974 comienza a
rodarse Confidencias.
El protagonista de Confidencias es un profesor
del que no se dice nunca nombre ni apellido, siempre se
le llama así, "El profesor". Vive aislado del
mundo contemporáneo, entre sus libros y sus obras de
arte, en una mansión romana. Al comienzo de la
película, unos marchantes de arte intentan venderle un
cuadro, oferta que él declina cortésmente, por lo que
suponemos es escasez de dinero, aunque no se nos diga de
forma directa. Cuando estos se marchan, queda una mujer
que se anuncia al profesor como la marquesa Bianca
Brumonti, esposa de un rico industrial, y muestra su
interés por alquilar el piso superior de la vivienda, no
habitado. El profesor insiste en que no lo piensa
alquilar, pero Bianca no se rinde tan fácilmente y sube
a visitarlo. Y no sólo ella: aparecen de improviso su
hija Lietta, el novio de esta, Stefano, y Konrad Hübel,
un joven del que sabremos luego que es el "amante y
mantenido" de Bianca. Con la casa llena de tanta
gente, aparecida como por arte de magia, el profesor
insiste en no alquilar el piso. Pero subestima la
capacidad de insistencia de los Brumonti. Cuando llama
para decir a la galería que ha cambiado de opinión, que
piensa comprar el cuadro, se entera de que ya ha sido
vendido; al día siguiente su abogado Micheli le
informará que ese cuadro lo han comprado los Brumonti, y
que se lo ofrecen como anticipo de los primeros 3 meses
de alquiler, que duraría en total solamente un año. Al
tocarle en su "fibra sensible", el profesor
accede por fin al alquiler.
Nunca lo hubiera hecho... porque a partir de entonces
comenzará un verdadero infierno para él. Las obras del
piso de arriba (en principio, ampliación de un baño)
provocan derrumbes y goteras en el piso inferior; al
subir aquella noche al piso de arriba a exigir
explicaciones a Konrad (que es para quien se ha alquilado
el piso), este le llega a apuntar con una pistola,
desconfiado; le llega a decir que le han comprado el piso
para él y que en su casa hace lo que quiera. El profesor
exige una inmediata aclaración del contrato que él
había entendido de simple alquiler, y Konrad llama por
teléfono a Bianca, cubriéndola de insultos como
"marquesa de mierda" o "guarra". Ella
le ha engañado diciéndole que le compraba el piso. Sin
embargo, contra lo que pudiera parecer, entre el profesor
y Konrad surge una curiosa sintonía, debida a gustos
comunes: el joven descubre junto al tocadiscos del
profesor un disco de Mozart y pide escucharlo. También
demuestra conocer la pintura de Arthur Davis, artista
inglés del siglo XVIII: de hecho, en otra ocasión le
llevará una fotografía de un cuadro del mismo pintor
que tienen unos amigos suyos.
El profesor se interesa por la vida de Konrad, y le
pregunta si ha estudiado arte en la Universidad; Konrad
dice que empezó en la Universidad, pero lo dejó cuando
se apuntó a las revueltas estudiantiles de 1968. Desde
entonces, si deja algún problema es para meterse en otro
mayor; así, una noche es apaleado en su habitación por
unos desconocidos, y el profesor decide esconderle en una
"habitación secreta" de la casa, que durante
la guerra sirvió para esconder a partisanos y judíos.
Con todo, Konrad es la única persona joven donde el
profesor cree ver alguien con ideas parecidas a las
suyas, muy por encima de la vacuidad de Lietta y Stefano,
que tienen ocurrencias tan vulgares como regalarle un
mirlo que repite siempre la misma palabra; o de la
marquesa Brumonti, sin ningún interés por la cultura
pero eso sí, podrida de dinero. Sin embargo, también la
conducta de Konrad le choca profundamente, como en una
noche en la que le hace levantarse de la cama una
canción pop que suena a todo volumen en el piso de
arriba; subiendo allí, encontrará a Lietta, Stefano y
Konrad desnudos y fumando droga en una especie de
"menage a trois": ella justificará
"poéticamente" su conducta recurriendo a unos
versos del último poema de Auden, dedicado a un eterno
tema de inspiración para los poetas, el "carpe
diem", y que termina diciendo: "No hay vida
sexual en la tumba".
El profesor no tiene familia, vivía en la única
compañía de su vieja sirvienta Erminia; a través de
unos breves "flash-back", la película nos
recuerda a su madre (que aparece con el velo en la cara,
como suelen aparecer las madres en las películas
viscontianas, y que murió antes que acabara la guerra) y
a su esposa, un matrimonio que sabemos que fracasó
aunque no quede clara la causa. Por ello acaba
considerando a sus ruidosos inquilinos como su verdadera
familia: cuando Lietta le diga que "si alguno de
estos dos me deja embarazada, en vez de deshacerme del
niño, se lo daría al profesor", este contestará
que le queda poco tiempo de vida, y que necesita a un
hijo ya crecido para enseñarle lo poco que sabe. La
respuesta de ella será: "¿Y por qué no adopta a
Konrad?" En la relación del profesor y Konrad hay
cierta ambigüedad, pues en parte puede tratarse de un
afecto paternal, y por otra el posible aspecto de
atracción homosexual tampoco puede descartarse. Esto lo
llegará a insinuar Bianca con su grosería habitual,
"¿No será usted otra víctima del encanto de
Konrad?"
Konrad no deja de meterse en líos, y un día el profesor
recibe la visita de dos policías que informan que lo han
detenido por tráfico de drogas. Va a informar a Bianca,
y comprueba el desprecio que ella siente por su
"gigoló", lo que le indigna, reprochándole
que si tan despreciable le parece cómo es que permite
que su hija se acueste con él (aparte de hacerlo ella
misma). Pero será en una cena a la que el profesor
invita a toda su "familia" (Bianca, Lietta,
Stefano y Konrad) donde se desencadene la tormenta.
Bianca Brumonti cuenta que su marido se ha ido a Madrid
"con los Villaverde" para la apertura de la
temporada de caza (en el doblaje este pasaje suena con
una voz distinta, lo que hace pensar que esta referencia
al yerno y la hija de Franco fuera eliminado en la
versión española). También, antes de marcharse, le
exigió que dejara a Konrad, a lo que ella contestó que
prefiere divorciarse y quedarse libre. Konrad le pide
que, si queda libre, se casa con él, pero ella le
rechaza, "no es su tipo para casarse"; para la
sociedad, un "mantenido" como él no es alguien
que se acepte en una familia decente. Esto enfurece a
Konrad, que revela que la causa de que su marido tuviera
que salir del país es que está implicado en un complot
de la extrema derecha para matar a una docena de
diputados comunistas y dar un golpe de estado; es más,
ha sido el propio Konrad quien le ha denunciado, y quien
afirma que la alta sociedad en la que no le permiten
entrar está más corrupta aún que él, que sólo es un
"gigoló". Esto desata una serie de acusaciones
mutuas con Stefano, quien afirma que Konrad es un
ingrato, pues de los numerosos líos en los que se mete
(deudas de juego, drogas...) escapa siempre gracias a las
influencias de su amante en las "altas
esferas". La discusión degenera en reyerta de
taberna, a golpes, entre Konrad y Stefano, y el profesor
debe intervenir paar separarles.
Poco tiempo después, el profesor recibe una carta de
despedida de Konrad, diciendo que nunca le volverá a
ver, y firmando como "su hijo". A los pocos
instantes se oye una explosión en el piso de arriba; el
profesor sube y encuentra muerto a Konrad,
"oficialmente" se ha suicidado con el gas. Pero
Lietta le dirá al profesor (convaleciente en cama con
marcapasos tras el golpe recibido, perdida ya toda
posibilidad de tener un hijo al que enseñar) que Konrad
no se ha suicidado, sino que le han asesinado. El motivo
queda oscuro, pero bien pudiera ser una venganza por
haber delatado el complot donde participaba el marido de
Bianca.
El día de la "pelea familiar" en la cena, el
profesor había contado a sus invitados la historia de un
inquilino que se establece en el piso superior, donde el
dueño de la casa le oye moverse y hacer ruido, y que se
va y al principio tarda en volver, pero luego regresa
cada vez con más frecuencia: es una metáfora sobre la
muerte. Sin embargo, aunque reconoce que "si hay
inquilinos inaguantables me han tocado a mí", no es
menos cierto que su presencia ha significado para él lo
contrario de la muerte, ha significado salir de un sueño
donde estaba aislado de la vida, y volver a la vida. Al
fin y al cabo, su familia verdadera, de haberla tenido,
bien pudiera haber resultado así. Pero después de
recibir de Lietta la noticia de que Konrad ha sido
asesinado, cuando al final de la película quede solo en
la cama, escuchará los pasos del "inquilino del
piso de arriba": su muerte está próxima.
Para comprender el contexto histórico y político de la
época en que se desarrolla Confidencias, que
hoy nos queda ya lejana, hay que conocer algunos hechos:
en 1970 se había desarticulado un intento de golpe de
estado encabezado por el príncipe J. Valerio Borghese,
que seguía un diseño semejante al que tres años
después llevaría a cabo Pinochet en Chile; en el caso
italiano, los intentos de golpe venían motivados por la
posibilidad de que el Partido Comunista ganara las
elecciones. Y desde 1969 ha aparecido el terrorismo de
extrema derecha, seguido dos años después por su
contraparte de extrema izquierda, las Brigadas Rojas: dos
grupos teóricamente contrarios pero que parecen seguir
estrategias complementarias. El primer atentado es el 12
de diciembre de 1969, cuando una bomba en el Banco
Agrícola de Milán causa 14 muertos. Durante el rodaje
del film, las noticias sobre terrorismo no dejarán de
sucederse: El 18 de abril de 1974, mientras Visconti
rueda la escena en la que Konrad llama a Bianca
"marquesa de mierda", el juez Mario Sossi es
secuestrado en Génova por las Brigadas Rojas; será
liberado a los 35 días. El 28 de mayo, el mismo día que
se filma la escena de la paliza de Konrad, una bomba en
la Piazza della Loggia en Brescia deja 8 muertos y 102
heridos. El 4 de agosto, ya durante el montaje, una
explosión en un tren a 40 kilómetros de Bolonia dejará
12 muertos y 48 heridos; y es en la estación de Bolonia
donde unos años después (2 de agosto de 1980) el
terrorismo de extrema derecha llegará a su atentado más
sangriento y tristemente célebre, con 84 muertos y unos
300 heridos, aunque Visconti ya no vivirá para verlo.
Cuando el profesor esconde a Konrad en el mismo cuarto
secreto usado durante la guerra, el simbolismo es claro:
si la misma habitación vuelve a ser necesaria, es que la
misma época (el fascismo) puede volver.
El personaje del profesor contiene referencias
inevitables al propio Visconti: las nuevas generaciones a
las que no entiende, su militancia izquierdista (como le
dice Stefano, en quien se puede reconocer a un posible
neofascista, todos los intelectuales se declaran de
izquierdas aunque ello no signifique luego nada en su
vida o en su obra), incluyendo esa aspiración frustrada
a "encontrar un equilibrio entre la política y la
moral"... Sin embargo hay otros elementos, como el
apartarse del contacto de la gente, que no encajan con el
extravertido carácter viscontiano, siempre lleno de
amigos a los que hacía continuos regalos. Visconti nunca
hubiera suscrito la frase con la que el profesor exalta
la vida "monástica" que lleva: "Los
cuervos vuelan en bandada; el águila vuela sola";
más bien hubiera estado de acuerdo con la réplica de
Konrad: "Pero en la Biblia está escrito: ¡Ay de
quien esté solo, porque cuando caiga no habrá nadie
dispuesto a levantarlo!".
Donde habría que buscar el modelo de ciertas conductas
del profesor sería en otra figura de la época, el
crítico de arte Mario Praz, que efectivamente vivía en
Roma en una mansión rodeado de cuadros de pintores
célebres y sin más compañía humana que una vieja
sirvienta, y que se reconoció de buena gana como
inspirador del personaje del profesor: es más, la
película fue para él profética, pues poco después de
su estreno le llegaron inquilinos... El propio Mario Praz
es autor de un estudio sobre el género de pintura
inglesa del XVIII conocido como "Conversation
Piece", género que proporcionará el título con
que se exhiba esta película en los países de habla
inglesa, más acertado que los usados en España (Confidencias),
Francia (Violence et Passion) o el mismo título
original italiano, Gruppo di famiglia in un interno
(Retrato de familia en interior).
El intérprete del profesor fue Burt Lancaster, en una
actuación simplemente sensacional; para Lancaster, nunca
hubo ninguna duda de que el profesor "era"
Visconti, y que la película expresaba claramente el amor
que seguía sintiendo por Helmut Berger, el intérprete
de Konrad (un papel que parecía tener muchos puntos en
común con su personalidad real). El carácter
autobiográfico viene por la especial relación
profesor-Konrad: si pudiera haber alguna connotación
homosexual (el cuerpo del joven duchándose desnudo...)
todo se halla sublimado por un amor como el de un padre
por su hijo; un amor tan puro que casi se diría de
connotaciones religiosas, sugeridas en más de una
imagen: esa composición del profesor llevando en brazos
el cadáver de Konrad que nos hace pensar en la Pietá
de Miguel Angel, o ese fotograma final del profesor
reclinando la cabeza como Cristo en la cruz... Un amor
así era a todo lo que podía aspirar Visconti en ese
momento, cuando su cuerpo ya no le respondía. Como el
profesor, tampoco Visconti tuvo hijos ni pudo formar una
familia, y es posible que en el estado en que se hallaba
también mirase a Berger como el hijo que siempre quiso
tener... Por su parte, Berger había sido de los pocos
entre sus actores que no fue a visitarle a Zurich durante
su convalecencia; parece que un Visconti enfermo ya no le
interesaba como pareja. Después de la muerte del
director, vendería sus cartas como el actor Kainz
vendió las del rey Ludwig.
En el resto del reparto, destacan veteranos del cine de
Visconti como Silvana Mangano (en su cuarta colaboración
con el director), que consigue expresar a la perfección
el carácter sórdidamente materialista de la marquesa
Brumonti, y Romolo Valli (antes el Padre Pirrone del Gatopardo
y el maître de hotel de Muerte en Venecia) que
aquí es el abogado del profesor. Los personajes de
Lietta y Stefano están mucho menos desarrollados,
reducidos a lo esquemático, fueron suficientemente
servidos por Lina Marsani y Stefano Patrizi, dos actores
de los que apenas se ha oído hablar más: ella había
obtenido el año anterior un título de "Miss"
y él era hijo de una actriz bastante conocida en el cine
italiano, Valentina Cortese (la Valentina de Giulietta
de los espíritus de Fellini o, por poner un ejemplo
cercano a los españoles, la maestra de escuela de Calabuch
de Berlanga). Hay que mencionar dos las breves
apariciones en "flash-back" de la madre y la
esposa del profesor, que no figuran en los créditos, y
que son nada menos que Dominique Sanda y Claudia
Cardinale.
Otros nombres conocidos del cine de Visconti se
encargaron del guión (Medioli, Cecchi d'Amico), la
fotografía (Pasquale de Santis) y la música original
(Franco Mannino, autor de un tema que se repite en
distintas orquestaciones, una de las cuales, la usada
para la evocación de la madre del profesor, nos trae a
la memoria los Valses del Rosenkavalier de
Richard Strauss). Además, se utiliza música de Mozart
en dos momentos cruciales de la película: el disco que
escucha Konrad en casa del profesor, la noche que hablan
por primera vez, que contiene el aria de concierto Vorrei
spiegarvi o Dio (Quisiera explicarte, oh Dios) K
418, y que al joven, mientras lo escucha fascinado, le
inspirará el comentario "Adoro a Mozart" (¿es
sincero o desea ganarse al profesor?); y por otro lado el
2º movimiento de la Sinfonía Concertante para
violín y viola K 364, que el profesor escucha a
solas cuando es interrumpido por la estridente música
del piso de arriba, y que también sonará cuando relate
la historia del inquilino que es en realidad la muerte.
El aria la escuchamos en la voz de la soprano Emilia
Ravaglia, y para la Sinfonía Concertante se eligió una
grabación comercial, la de Josef Suk (violín), Josef
Kodousek (viola) y la Orquesta de Cámara de Praga.
Para la producción de Confidencias, Visconti
daría un nuevo escándalo al aceptar como productor de
la película a Edilio Rusconi, industrial de tendencias
derechistas; se justificará diciendo que su película no
es de derechas, que el productor ha puesto el dinero pero
no ha influido en la realización de la película, y
añadiendo una frase que pronuncia en la película Bianca
Brumonti: "No conozco industriales de
izquierdas". En conjunto, la película seguramente
no sea de las mejores de Visconti, aunque tenga una baza
indudable en la interpretación de Lancaster y en
conjunto sea mucho más que digna y tenga el interés
añadido de mostrar una visión de su propia época, y no
cuidadosas ambientaciones históricas; es, sin embargo,
su carácter de "testamento" y el conocimiento
de las circunstancias en las que fue rodado lo que la
hacen especialmente emocionante.
A pesar de ser Confidencias su
"testamento", Visconti sigue decidido a luchar
porque no sea su última película. Desde hace tiempo le
rondan otros proyectos: como un film biográfico sobre
Puccini centrado en su último amor, Sybil Seligman, que
se llamaría Las cartas de Puccini a Sybil y
donde el personaje del compositor podría estar
interpretado por Mastroianni. O una biografía de la
mujer del escritor Francis Scott Fitgerald, Zelda, basado
en el relato Save me the Waltz, que habría
permitido una reconstrucción del París de antes de
1929, y que encontró la oposición de la hija del
escritor, temerosa de que su madre (alcohólica y que
murió ingresada en un sanatorio mental) no quedara bien
parada en la pantalla, por lo que exigió una suma
demasiado alta por los derechos. Una verdadera pérdida
para el cine fue que tampoco filmara La montaña
mágica de Thomas Mann, para lo cual ya había
llegado a un acuerdo con el hijo del escritor, el
historiador Golo Mann: no sólo estaba la conocida
sintonía entre escritor y cineasta, que ya había dado
como fruto Muerte en Venecia, sino que además
el argumento (la historia de un enfermo convaleciente)
parecía el ideal para ser traducido a la pantalla por
Visconti en aquella época, dado su estado. Sin embargo,
por una parte ello hubiera supuesto una vuelta al clima
de montaña, y por otra, según declaró Cecchi d'Amico,
"ningún productor quiso oír hablar de la
película. La historia de una enfermedad, filmada por un
enfermo..." Si se hubiera rodado, sus protagonistas
hubieran sido Charlotte Rampling como Claudia Cauchaut y
Helmut Berger como Hans Castorp.
La elección finalmente recayó sobre El inocente,
la novela primeriza de Gabriele d'Annunzio, lo que
originó un nuevo escándalo debido a las simpatías por
el fascismo del escritor en la última etapa de su vida.
Visconti saldría al paso de las protestas afirmando que
admiraba a D'Annunzio como escritor, aunque lo detestara
como ser humano. Previamente, se había pensado en otra
obra del mismo autor, El placer, pero los
derechos estaban ya adquiridos. El rodaje debe empezar a
mediados de 1975, pero pocas semanas antes, el 3 de
abril, cuando ya Visconti comenzaba a ser capaz de
caminar sin bastón (tras tantos meses de intensos
ejercicios), sufre una caída y se rompe la pierna
derecha, la que no estaba paralizada. El comienzo del
rodaje se pospone mientras el director sigue en el
hospital. Los productores ya han perdido dinero, hay
incertidumbre sobre si por fin se filmará o no. En
septiembre Visconti anuncia que pese a todo dirigirá la
película desde la silla de ruedas (donde ha quedado ya
confinado de por vida) y si hace falta, "la próxima
vez quizá lo haga desde una camilla". Aunque no le
hubieran financiado otros proyectos quizá más
atrayentes, no deja de ser representativo del prestigio
de Visconti el que en ese estado aún hubiera quien le
financiara algo.
En los títulos de crédito de El inocente vemos
la mano derecha de Visconti pasando las páginas de la
novela original de d'Annunzio (un ejemplar bastante
ajado, por cierto, parece una pieza de bibliófilo); una
forma de decirnos que lo que veamos en la película es ni
más ni menos que lo que contiene el libro. Y lo que
vemos es la alta sociedad romana de finales del siglo
XIX, entre quienes se encuentra Tullio Hermil, quien pasa
el tiempo entre los salones de esgrima y las veladas
musicales que sirven como punto de encuentro a la
aristocracia de Roma; veladas a las que muchos asisten
más bien para contemplar a las bellezas presentes, que
debido a ningún interés por la música. Tullio tiene
una bella esposa, Giuliana, pero en él nace una pasión
por una de las asistentes a esas veladas, la joven y ya
viuda condesa Teresa Raffo, una mujer que no está
dispuesta a compartir a un hombre ni siquiera con su
propia esposa (y se lo dice en público).
Tullio habla con franqueza a su mujer confesándole que
ama a Teresa como no amó antes a ninguna otra mujer. En
cuanto a su matrimonio, "el amor existe los primeros
años, luego lo que queda es afecto, cariño"... Le
ofrece a Giuliana que sigan viviendo juntos, y la
tratará como a una hermana muy querida. Dicho y hecho,
se va con Teresa a Milán, y antes encarga a su hermano
Federico (militar que está esos días en casa de
permiso) que cuide de Giuliana, pues "es un momento
muy delicado para ella". Giuliana ha quedado
evidentemente deprimida, toma pastillas para dormir, y
aun así no puede hacerlo, debido a la angustia. Una
noche, irrumpe con aspecto demacrado en el salón donde
está Federico hablando con unos amigos, y se desmaya.
Entre estos amigos se encuentra el escritor Filippo
d'Arborio, que se muestra muy cortés con Giuliana.
Mientras tanto, en Milán se presenta Stefano, otro de
los pretendientes de Teresa, un caballero ya entrado en
años; desea invitar a la condesa a una carrera de
caballos (la afición juvenil del propio Visconti);
Tullio tiene un arranque de celos y le reta a duelo; tras
celebrarse este, Teresa desaparece de su lado y él,
desengañado, vuelve a casa.
Pero en la ausencia de Tullio han ocurrido muchas cosas.
Su mujer ha visto con frecuencia a Filippo d'Arborio
después de aquel primer encuentro. Cuando su marido la
vuelve a ver, la encuentra con un perfume nuevo, y un
ejemplar dedicado de la novela de d'Arborio La llama.
En una casa de subastas, a donde le ha dicho Giuliana que
iba, aunque luego no se la vio, encuentra a Teresa, y
ambos piensan en reanudar su relación. En el club de
esgrima, Tullio conoce a Filippo d'Arborio, aunque el
escritor no sabe que le están presentando al marido de
Giuliana, la cual, misteriosamente, ha dejado Roma para
trasladarse al campo, a la villa que posee su suegra.
Teresa le ofrecerá a Tullio irse juntos a París pero,
en el último momento él la deja plantada para reunirse
con su mujer.
A su llegada a "Villa Badiola", la propiedad de
su madre, su mujer se lleva una sorpresa, y alegando las
diferentes horas de sueño de cada uno asegura que
prefiere dormir en habitaciones separadas. Sin embargo,
Tullio, celoso de Filippo, ha acudido a la finca para
reconquistar a su mujer. La lleva a una propiedad
cercana, llamada "Villa Lilla", donde habían
estado en su época de novios y que desde entonces se
hallaba deshabitada. Allí tiene lugar una escena de
pasión amorosa, donde se percibe que Tullio ha vuelto a
enamorarse de su mujer, quizás motivado por los celos.
Pero pronto se enterará de por qué su mujer se ha
retirado a esa reclusión en el campo: está embarazada
de tres meses, luego él no puede ser el padre. Para
Tullio, el mundo se hunde a sus pies. Se acuerda de otra
vez que ella estuvo embarazada y en aquella ocasión se
malogró el hijo; en un principio desearía la
"suerte" de que este hecho se repitiera, pero
si no es así le pide a ella directamente que aborte a su
hijo. Su mujer se niega pretextando que eso es un delito,
y él contesta que el verdadero delito es el que pretende
ella: una cosa es la infidelidad, lo que le podría
perdonar ya que él ha hecho lo mismo, y otra bien
distinta es entregar su herencia y su apellido a un
extraño.
Aunque su mujer afirma que su relación con Filippo ya
había terminado antes de conocer su embarazo, Tullio
regresa a Roma y decide buscar al escritor; le informan
que partió hacia África, contrajo una enfermedad que lo
tiene entre la vida y la muerte. También encuentra a
Teresa, ciega de ira por haber sido plantada. A su vuelta
a la casa de campo, discute con su mujer qué hacer con
el niño: Giuliana le dice que la familia de ella lo
aceptará, y le ofrece a Tullio desaparecer de su vida. A
la pregunta de si no podría hacerse cargo de él su
verdadero padre, ella (que ignora su enfermedad) contesta
"él no sabe nada, ni debe saberlo". Viendo la
situación, él decide cambiar de estrategia y permitir
que nazca como hijo suyo, pues después de todo "los
hijos son de quien los educa", lo que a Giuliana le
hace concebir cierta esperanza. Pero ninguno de los dos
es sincero con el otro, ambos juegan a adivinarse las
verdaderas intenciones: así, cuando el periódico que le
llega a Giuliana en la bandeja del desayuno traiga la
muerte de Filippo d'Arborio, Tullio escudriñará en el
rostro de su mujer cuáles pueden ser sus sentimientos
reales, mientras ella se niega a mirarle.
Llega por fin el día del parto, y Tullio "da
permiso" al médico para que en el caso de que se
presenten complicaciones, ante todo salve la vida de la
madre. Pero no se presentan, y el niño nace normalmente.
Enseguida, la madre de Tullio empieza a notar una
atmósfera muy extraña: Giuliana no quiso ver a su
propio hijo después del parto, Tullio no va nunca a
verle, como si no existiera, ni siquiera asistirá a su
bautizo (aunque oficialmente se debe a ser ateo). En
realidad, Giuliana sí va a verle de noche, a escondidas,
y por su rostro vemos que siente una gran ternura por su
bebé, pero debe fingir lo contario. Sorprendida (y
abofeteada) una noche por su marido, ella declara a
Tullio una mentira, que al niño "le odio por lo que
te hace sufrir". También se defiende diciendo que
él también va de noche a verle, pero Tullio lo que hace
es intentar "descubrir el secreto". Poco
después es Navidad, y todos los habitantes de la casa
van a Misa; todos menos Tullio, que es ateo, y la
niñera, que se queda al cuidado del niño. Pero Tullio
le da permiso para que vaya también a la iglesia, y una
vez a solas lleva a cabo su despiadado plan: coloca al
niño junto a la ventana abierta, expuesto al frío del
invierno; lo devolverá a la cama para "borrar las
huellas" poco antes de que regresen las mujeres de
la casa. Cuando llegan, como era de esperar, estalla la
tragedia: primero la niñera grita que el niño no
respira. Poco después, muere.
La muerte de su hijo hace que Giuliana deje de fingir: si
lo soportaba todo era por el pequeño, para protegerle,
por su propio bien tenía que fingir que le odiaba para
alejarle de las iras de Tullio. Ahora que no existe esa
razón, abandonará a su marido, que esperaba poder
empezar con ella una nueva vida una vez desaparecido el
"estorbo". Tullio vuelve entonces con Teresa, a
la que cuenta toda la historia; ella le dice que ya no le
quiere, sólo siente lástima por él, un hombre
derrotado. Finalmente, Tullio se suicida disparándose un
tiro.
La figura de Tullio Hermil ilustra bastante bien el
concepto del "superhombre" de Nietzsche según
era entendido por d'Annunzio: tras confesar su crimen a
Teresa, añadirá "Ningún tribunal humano puede
condenarme", una muestra de alguien que se considera
no afectado por las leyes humanas, alguien "más
allá del bien y del mal". También cuando alentaba
a su esposa a abortar, ante los argumentos morales de
ella afirmaba que para él todo su mundo estaba en la
tierra, no esperaba el cielo ni temía el infierno, lo
que no puede dejar de recordarnos a Así habló
Zarathustra. Esta mentalidad (que no es de extrañar
que acabara convirtiéndole en la gloria literaria
oficial del fascismo) debía resultarle a Visconti un
tanto antipática, de ahí que añadiera un final
moralizante (el suicidio) no incluido en la novela
original, como queriendo demostrar cómo acaban los
presuntos superhombres.
Aunque el carácter de "testamento" corresponde
como hemos dicho a Confidencias, no deja de
aparecer en El inocente un curioso parentesco
con otra película postrera de otro autor, Dublineses
(Los Muertos) de John Huston, rodadas ambas en los
umbrales de la muerte y con una reflexión sobre la
muerte. En El inocente encontramos el tema del
infanticidio, materializado en el recién nacido que da
título a la obra (sacrificado como los Inocentes de
Herodes, además en el día de Navidad); un tema que
debía atraer a Visconti, quizás porque al final de una
larga vida es atrayente reflexionar sobre otra vida que
se truncó nada más iniciarse. Pero, además, en las
escenas finales de ambas se muestra una influencia de los
muertos sobre el mundo de los vivos que nos parecería
insólita. En el film de Huston (basado en Joyce), la
protagonista escucha una canción que le trae a la
memoria a un chico que le cantaba junto a su ventana,
muerto en plena juventud hacía muchos años; la emoción
que le embarga es mucho mayor que todo lo que recordaba
su marido en todos sus años de vida conyugal. En el de
Visconti, Giuliana rechaza vivir con su marido una
existencia confortable y lujosa de la alta sociedad, y
tampoco intenta rehacer su vida con otro hombre (que
oportunidades no le faltarían), sólo quiere vivir de
los recuerdos, como enterrada en vida; Tullio no
comprende cómo alguien puede preferir la compañía de
los muertos a la de los vivos, cómo un muerto puede
derrotar a un vivo como él. Se lo explicará Teresa: sus
dos rivales (Filippo y el bebé) son invencibles porque
están muertos, al estar muertos ya no pueden defraudar
nunca a Giuliana.
Con esta escalofriante reflexión se cierra El
inocente, un sólido melodrama, con argumento
accesible a todo tipo de público, donde Visconti
"tocó techo" en cuanto a reflejar la alta
sociedad (estoy convencido que una exhibición de
"aristocracia pura" como esta nunca la veremos
en el cine americano), una sociedad desocupada, a la que
pertenece Tullio Hermil, de quien en ningún momento del
film se sugiere que realice algún trabajo; en ese
sentido, es representativo que su hermano Federico le
diga que Filippo es la única persona a la que envidia:
"Nosotros hemos estudiado, viajado, leído, somos
ricos, inteligentes, hábiles, educados... ¿para
qué?". Cuando la película se estrenó en Cannes la
crítica habló del peso excesivo de los decorados y la
ambientación, pero precisamente este lujo desempeña un
papel esencial en el argumento, retrata a una clase
social. En suma, El inocente es una película
que cierra con broche de oro la trayectoria de uno de los
más grandes creadores que haya dado el cine europeo y
que nadie diría, al verla, que es la obra de un
moribundo.
Para el matrimonio protagonista, Visconti había pensado
en Alain Delon y Romy Schneider, pero ella estaba
entonces embarazada y él estaba rodando otra película
y, según Visconti, no era lo bastante
"satánico" para encarnar a Tullio Hermil. La
elección de los actores en esos dos papeles fue cuanto
menos sorprendente, e ilustra bien el gusto del cineasta
italiano de descubrir "nuevos registros" en
actores encasillados en un cierto tipo de papeles. Tullio
fue Giancarlo Giannini, un actor habitual por entonces en
comedias, que aún sigue en activo (recientemente le
hemos podido ver como el inspector Pazzi en la película Hannibal),
y que supo expresar bien la evolución del carácter de
su personaje: primero hedonista, luego poseído por celos
y por último asesino. Mayor sorpresa fue la elección de
la musa del cine erótico italiano, Laura Antonelli
(recordemos Malizia o Peccato veniale,
llamada en España "Me gusta mi cuñada") para
interpretar a Giuliana; aparte de la posibilidad de
explotar sus "talentos naturales" en las
escenas de desnudos y sexo explícito más audaces que
haya rodado Visconti (no en vano estamos ya en 1976, la
censura ha remitido, es la era del "destape"),
debe reconocerse que la Antonelli hace una excelente
composición de Giuliana, expresando en qué momentos es
realmente feliz y en cuáles debe resignarse (destino de
tantas mujeres) a fingir. Teresa Raffo estuvo
interpretada por Jennifer O'Neill, actriz que había
saltado a la fama unos años antes con la inolvidable Verano
del 42, y en los papeles secundarios encontramos a
viejos conocidos: Filippo d'Arborio es Marc Porel (uno de
los sirvientes del rey Ludwig), la madre de Tullio es
Rina Morelli (que ya había aparecido en Senso y
El Gatopardo) y como el viejo galán Stefano
Egano encontramos otra a Massimo Girotti, el protagonista
de Ossessione, que así cuenta con el honor de
haber trabajado en la primera y la última películas de Visconti.
En el guión, la fotografía y la música original
encontramos al mismo equipo de Confidencias, es
decir, al propio Visconti en colaboración con Medioli y
Cecchi d'Amico en el guión adaptado de d'Annunzio, a
Pasqualino de Santis en la fotografía, con tonos
"al pastel" muy influidos por la pintura
impresionista, y a Franco Mannino en la banda sonora, con
momentos atonales muy logrados para las escenas de celos
y el surgimiento de instintos asesinos en Tullio. Además
de la partitura original, hay que recordar la música
clásica que se interpreta en los conciertos a los que
acude la alta sociedad romana, que aparecen en dos
momentos del film. En el primero, al comienzo, vemos a
una pianista interpretar la Marcha Turca de la
Sonata nº 11 de Mozart, luego las Fuentes de la
Villa d'Este del tercer volumen de los Años de
Peregrinaje de Liszt y por último dos obras de
Chopin, la Berceuse Op. 57 y el Vals nº 9. Obras todas
ellas que quizás recordara Visconti de las veladas
musicales de su infancia, en el piano familiar. En el
segundo concierto, cuando se vuelven a reunir Tullio y
Giuliana después de que Teresa le ha abandonado a él,
una soprano canta el aria "Che faró senza
Euridice", de la ópera Orfeo y Eurídice
de Gluck: por una parte, lo que nos espera es un
auténtico "descenso a los infiernos" como el
de Orfeo, por otra no deja de ser curioso y
representativo de la mentalidad biempensante de la época
el que una obra que habla de una fidelidad conyugal
llevada más allá de la muerte sea escuchada en una una
sociedad donde las infidelidades son la moneda corriente.
Esta aria la escuchamos en la banda sonora a la mezzo
Benedetta Pecchioli, y su acompañamiento, como todas las
intervenciones del piano, está grabado por el propio
Franco Mannino.
Mientras la película se finalizaba, también crecen los
presagios de Visconti sobre su propia muerte, haciendo
bromas macabras con sus colaboradores sobre qué pondrán
sobre él las notas necrológicas. En la ficha técnica
de El inocente llega a tachar las palabras
"Es una película de Luchino Visconti" para
dejarlo en "Fue una película...". Terminado el
rodaje y el montaje, cuando se estaba procediendo al
doblaje y sonorización de la cinta, el 17 de marzo de
1976 muere Luchino Visconti en su apartamento romano.
Supo morir con la misma elegancia de los personajes
aristocráticos de sus películas: escuchaba la Segunda
Sinfonía de Brahms en compañía de su hermana Uberta
hasta que en un momento dado dijo: "Ya basta. Estoy
cansado". Dos días después se celebra el funeral
religioso en la iglesia de San Ignacio de Roma, con la
asistencia del presidente de la República, Giovanni
Leone, y del secretario general del PCI, Enrico
Berlinguer, precedido por una "ceremonia laica"
en la plaza frente a la iglesia, llena de banderas rojas.
Dos meses después la película se presentaría en
Cannes, con las críticas desfavorables antes citadas. El
día de su entierro, Roma había amanecido llena de
carteles que decían: "LUCHINO VISCONTI. Hombre de
gran cultura cuya obra ha enriquecido durante más de
treinta años la historia del arte, del cine y del teatro
de nuestro país, de Europa y del mundo. No olvidaremos a
Luchino Visconti, militante antifascista de la
Resistencia que demostró siempre una profunda y leal
solidaridad con aquellos que trabajan y luchan".
Pero posiblemente su mejor epitafio fue el que pronunció
unos años después su director de fotografía,
Pasqualino de Santis: "Con Visconti muere también
un cine que sólo él sabía hacer".
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