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Número 21º - Octubre 2.001


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CINE Y MUSICA: LUCHINO VISCONTI (y 7-El testamento de un genio)

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

  La tarde del 27 de julio de 1972, Luchino Visconti se hallaba en la terraza del hotel Eden de Roma, en compañía de la guionista Suso Cecchi d'Amico, esperando reunirse con unos productores a los que pensaba interesar en su siguiente proyecto; el rodaje de Ludwig estaba por entonces ya terminado, y la película se hallaba en fase de montaje. En un momento dado, Visconti se dobla hacia adelante y cae sobre sus propias rodillas, aunque manteniéndose en la silla. Ha sufrido una trombosis cerebral. Sin perder en ningún momento la consciencia, es ingresado en una clínica romana, donde se observa que tiene paralizados el brazo y la pierna izquierda, y que las posibilidades de recuperación son escasas. El origen de este mal parece haber estado en el frío clima de montaña que soportara el director durante el rodaje de Ludwig, la falta de descanso y sobre todo el carácter de fumador compulsivo de Visconti, 70 u 80 cigarrillos diarios ("a veces hasta 120") y el no haber tomado la medicación oportuna cuando recibió en su salud los primeros "avisos".

La clínica romana se ve pronto atestada de amigos, conocidos y curiosos, por lo que el 14 de agosto, apenas su estado lo permite, se le traslada a Zurich, donde además será atendido por un especialista suizo en neurología, Hugo Krayenbühl, quien le dicta una "interminable" serie de ejercicios de rehabilitación que, si bien no conseguirán dejarle como antes, al menos van dirigidos a que pueda desplazarse apoyándose en un bastón. Para el cineasta es especialmente odiosa la situación en que se encuentra (como un niño al que otros han de ayudar a levantarse y calzarse; como un muñeco de trapo que no se mantiene en equilibrio en una silla sin caerse), de ahí que se entregue a estos ejercicios con ahínco. Durante esta convalecencia, su guionista Enrico Medioli le va leyendo a diario la abundante correspondencia que le llega de actores y gente que ha trabajado con él: Burt Lancaster, Alain Delon, Dirk Bogarde, la Callas, etc. A finales de septiembre, Visconti decide dar por terminada su inactividad (si le obligan a guardar cama, según él, moriría antes; su mejor terapia es el trabajo) y abandona Zurich, trasladándose a su villa de Cernobbio; allí, en las caballerizas se ha improvisado la sala de montaje donde se terminará Ludwig, primero en la versión de 4 horas y luego, por exigencias comerciales, mutilada hasta las 3 horas.

A pesar del trago tan amargo que supuso ver así recortada la película por la que tanto había luchado (y que en parte fue responsable de su enfermedad), Visconti no se rinde y piensa ya en sus siguientes proyectos. A finales de noviembre ha regresado a Roma. Vende su casa de Via Salaria, con esas enormes estancias que ya no podrá recorrer y esas escaleras que ya no podrá subir, y se traslada a un apartamento más pequeño en Via Fleming; los muebles y otros objetos de su anterior mansión irán a una villa de Castelgandolfo, donde en parte serán pasto de los ladrones. El 18 de enero de 1973 se estrena por fin Ludwig en Bonn, casi un año después del comienzo de su rodaje.

Una oferta de La Scala para montar El Anillo del Nibelungo de Wagner, a razón de una jornada por año, es rechazada; oficialmente, el clima de Milán es desaconsejado por los médicos, aunqe quizás influya también que la empresa desborda las posibilidades físicas de Visconti en esa época, tanto en lo referente a complejidad de la obra como del número de años que necesitaría vivir para completarla. En su lugar, para su retorno al escenario teatral elige una obra más sencilla, al alcance de sus posibilidades: Sucedió ayer, de Harold Pinter (presentada con el título de Tanto tempo fa), que consta de tan sólo tres personajes en un único decorado. El estreno en mayo de 1973 estuvo acompañado de la polémica, pues el propio Pinter llegó desde Londres para denunciar alteraciones en su obra; es posible que en fondo siguera latente la disputa por la adaptación de En busca del tiempo perdido, en la que Pinter habría tomado parte junto a Joseph Losey de no haber mediado el veto de Visconti. Al mes siguiente, junio, Visconti vuelve a la ópera y estrena en Spoleto la que sería su última puesta en escena, la Manon Lescaut de Puccini, con un éxito clamoroso.

Pero para recuperar totalmente a Visconti aún faltaba conseguir que volviera a filmar, y encontrar un argumento que pudiera rodar en sus condiciones físicas: ya no podría dirigir grandes escenas con multitud de extras, más bien buscaba una acción con pocos personajes y situada en una sola habitación. Su guionista Medioli le propone en el invierno de 1973 una historia que se desarrolla en dos habitaciones, que mostraría el contraste entre un viejo profesor y un grupo de jóvenes que irrumpen en su casa y que trastocarán sus concepciones de la vida. La película, por tanto, estará ambientada en la época contemporánea a su filmación, e incluirá referencias a los problemas que preocupaban por entonces a los italianos, como las tramas terroristas y golpistas. Finalmente, en abril de 1974 comienza a rodarse Confidencias.


El protagonista de Confidencias es un profesor del que no se dice nunca nombre ni apellido, siempre se le llama así, "El profesor". Vive aislado del mundo contemporáneo, entre sus libros y sus obras de arte, en una mansión romana. Al comienzo de la película, unos marchantes de arte intentan venderle un cuadro, oferta que él declina cortésmente, por lo que suponemos es escasez de dinero, aunque no se nos diga de forma directa. Cuando estos se marchan, queda una mujer que se anuncia al profesor como la marquesa Bianca Brumonti, esposa de un rico industrial, y muestra su interés por alquilar el piso superior de la vivienda, no habitado. El profesor insiste en que no lo piensa alquilar, pero Bianca no se rinde tan fácilmente y sube a visitarlo. Y no sólo ella: aparecen de improviso su hija Lietta, el novio de esta, Stefano, y Konrad Hübel, un joven del que sabremos luego que es el "amante y mantenido" de Bianca. Con la casa llena de tanta gente, aparecida como por arte de magia, el profesor insiste en no alquilar el piso. Pero subestima la capacidad de insistencia de los Brumonti. Cuando llama para decir a la galería que ha cambiado de opinión, que piensa comprar el cuadro, se entera de que ya ha sido vendido; al día siguiente su abogado Micheli le informará que ese cuadro lo han comprado los Brumonti, y que se lo ofrecen como anticipo de los primeros 3 meses de alquiler, que duraría en total solamente un año. Al tocarle en su "fibra sensible", el profesor accede por fin al alquiler.

Nunca lo hubiera hecho... porque a partir de entonces comenzará un verdadero infierno para él. Las obras del piso de arriba (en principio, ampliación de un baño) provocan derrumbes y goteras en el piso inferior; al subir aquella noche al piso de arriba a exigir explicaciones a Konrad (que es para quien se ha alquilado el piso), este le llega a apuntar con una pistola, desconfiado; le llega a decir que le han comprado el piso para él y que en su casa hace lo que quiera. El profesor exige una inmediata aclaración del contrato que él había entendido de simple alquiler, y Konrad llama por teléfono a Bianca, cubriéndola de insultos como "marquesa de mierda" o "guarra". Ella le ha engañado diciéndole que le compraba el piso. Sin embargo, contra lo que pudiera parecer, entre el profesor y Konrad surge una curiosa sintonía, debida a gustos comunes: el joven descubre junto al tocadiscos del profesor un disco de Mozart y pide escucharlo. También demuestra conocer la pintura de Arthur Davis, artista inglés del siglo XVIII: de hecho, en otra ocasión le llevará una fotografía de un cuadro del mismo pintor que tienen unos amigos suyos.

El profesor se interesa por la vida de Konrad, y le pregunta si ha estudiado arte en la Universidad; Konrad dice que empezó en la Universidad, pero lo dejó cuando se apuntó a las revueltas estudiantiles de 1968. Desde entonces, si deja algún problema es para meterse en otro mayor; así, una noche es apaleado en su habitación por unos desconocidos, y el profesor decide esconderle en una "habitación secreta" de la casa, que durante la guerra sirvió para esconder a partisanos y judíos. Con todo, Konrad es la única persona joven donde el profesor cree ver alguien con ideas parecidas a las suyas, muy por encima de la vacuidad de Lietta y Stefano, que tienen ocurrencias tan vulgares como regalarle un mirlo que repite siempre la misma palabra; o de la marquesa Brumonti, sin ningún interés por la cultura pero eso sí, podrida de dinero. Sin embargo, también la conducta de Konrad le choca profundamente, como en una noche en la que le hace levantarse de la cama una canción pop que suena a todo volumen en el piso de arriba; subiendo allí, encontrará a Lietta, Stefano y Konrad desnudos y fumando droga en una especie de "menage a trois": ella justificará "poéticamente" su conducta recurriendo a unos versos del último poema de Auden, dedicado a un eterno tema de inspiración para los poetas, el "carpe diem", y que termina diciendo: "No hay vida sexual en la tumba".

El profesor no tiene familia, vivía en la única compañía de su vieja sirvienta Erminia; a través de unos breves "flash-back", la película nos recuerda a su madre (que aparece con el velo en la cara, como suelen aparecer las madres en las películas viscontianas, y que murió antes que acabara la guerra) y a su esposa, un matrimonio que sabemos que fracasó aunque no quede clara la causa. Por ello acaba considerando a sus ruidosos inquilinos como su verdadera familia: cuando Lietta le diga que "si alguno de estos dos me deja embarazada, en vez de deshacerme del niño, se lo daría al profesor", este contestará que le queda poco tiempo de vida, y que necesita a un hijo ya crecido para enseñarle lo poco que sabe. La respuesta de ella será: "¿Y por qué no adopta a Konrad?" En la relación del profesor y Konrad hay cierta ambigüedad, pues en parte puede tratarse de un afecto paternal, y por otra el posible aspecto de atracción homosexual tampoco puede descartarse. Esto lo llegará a insinuar Bianca con su grosería habitual, "¿No será usted otra víctima del encanto de Konrad?"

Konrad no deja de meterse en líos, y un día el profesor recibe la visita de dos policías que informan que lo han detenido por tráfico de drogas. Va a informar a Bianca, y comprueba el desprecio que ella siente por su "gigoló", lo que le indigna, reprochándole que si tan despreciable le parece cómo es que permite que su hija se acueste con él (aparte de hacerlo ella misma). Pero será en una cena a la que el profesor invita a toda su "familia" (Bianca, Lietta, Stefano y Konrad) donde se desencadene la tormenta. Bianca Brumonti cuenta que su marido se ha ido a Madrid "con los Villaverde" para la apertura de la temporada de caza (en el doblaje este pasaje suena con una voz distinta, lo que hace pensar que esta referencia al yerno y la hija de Franco fuera eliminado en la versión española). También, antes de marcharse, le exigió que dejara a Konrad, a lo que ella contestó que prefiere divorciarse y quedarse libre. Konrad le pide que, si queda libre, se casa con él, pero ella le rechaza, "no es su tipo para casarse"; para la sociedad, un "mantenido" como él no es alguien que se acepte en una familia decente. Esto enfurece a Konrad, que revela que la causa de que su marido tuviera que salir del país es que está implicado en un complot de la extrema derecha para matar a una docena de diputados comunistas y dar un golpe de estado; es más, ha sido el propio Konrad quien le ha denunciado, y quien afirma que la alta sociedad en la que no le permiten entrar está más corrupta aún que él, que sólo es un "gigoló". Esto desata una serie de acusaciones mutuas con Stefano, quien afirma que Konrad es un ingrato, pues de los numerosos líos en los que se mete (deudas de juego, drogas...) escapa siempre gracias a las influencias de su amante en las "altas esferas". La discusión degenera en reyerta de taberna, a golpes, entre Konrad y Stefano, y el profesor debe intervenir paar separarles.

Poco tiempo después, el profesor recibe una carta de despedida de Konrad, diciendo que nunca le volverá a ver, y firmando como "su hijo". A los pocos instantes se oye una explosión en el piso de arriba; el profesor sube y encuentra muerto a Konrad, "oficialmente" se ha suicidado con el gas. Pero Lietta le dirá al profesor (convaleciente en cama con marcapasos tras el golpe recibido, perdida ya toda posibilidad de tener un hijo al que enseñar) que Konrad no se ha suicidado, sino que le han asesinado. El motivo queda oscuro, pero bien pudiera ser una venganza por haber delatado el complot donde participaba el marido de Bianca.

El día de la "pelea familiar" en la cena, el profesor había contado a sus invitados la historia de un inquilino que se establece en el piso superior, donde el dueño de la casa le oye moverse y hacer ruido, y que se va y al principio tarda en volver, pero luego regresa cada vez con más frecuencia: es una metáfora sobre la muerte. Sin embargo, aunque reconoce que "si hay inquilinos inaguantables me han tocado a mí", no es menos cierto que su presencia ha significado para él lo contrario de la muerte, ha significado salir de un sueño donde estaba aislado de la vida, y volver a la vida. Al fin y al cabo, su familia verdadera, de haberla tenido, bien pudiera haber resultado así. Pero después de recibir de Lietta la noticia de que Konrad ha sido asesinado, cuando al final de la película quede solo en la cama, escuchará los pasos del "inquilino del piso de arriba": su muerte está próxima.

Para comprender el contexto histórico y político de la época en que se desarrolla Confidencias, que hoy nos queda ya lejana, hay que conocer algunos hechos: en 1970 se había desarticulado un intento de golpe de estado encabezado por el príncipe J. Valerio Borghese, que seguía un diseño semejante al que tres años después llevaría a cabo Pinochet en Chile; en el caso italiano, los intentos de golpe venían motivados por la posibilidad de que el Partido Comunista ganara las elecciones. Y desde 1969 ha aparecido el terrorismo de extrema derecha, seguido dos años después por su contraparte de extrema izquierda, las Brigadas Rojas: dos grupos teóricamente contrarios pero que parecen seguir estrategias complementarias. El primer atentado es el 12 de diciembre de 1969, cuando una bomba en el Banco Agrícola de Milán causa 14 muertos. Durante el rodaje del film, las noticias sobre terrorismo no dejarán de sucederse: El 18 de abril de 1974, mientras Visconti rueda la escena en la que Konrad llama a Bianca "marquesa de mierda", el juez Mario Sossi es secuestrado en Génova por las Brigadas Rojas; será liberado a los 35 días. El 28 de mayo, el mismo día que se filma la escena de la paliza de Konrad, una bomba en la Piazza della Loggia en Brescia deja 8 muertos y 102 heridos. El 4 de agosto, ya durante el montaje, una explosión en un tren a 40 kilómetros de Bolonia dejará 12 muertos y 48 heridos; y es en la estación de Bolonia donde unos años después (2 de agosto de 1980) el terrorismo de extrema derecha llegará a su atentado más sangriento y tristemente célebre, con 84 muertos y unos 300 heridos, aunque Visconti ya no vivirá para verlo. Cuando el profesor esconde a Konrad en el mismo cuarto secreto usado durante la guerra, el simbolismo es claro: si la misma habitación vuelve a ser necesaria, es que la misma época (el fascismo) puede volver.

El personaje del profesor contiene referencias inevitables al propio Visconti: las nuevas generaciones a las que no entiende, su militancia izquierdista (como le dice Stefano, en quien se puede reconocer a un posible neofascista, todos los intelectuales se declaran de izquierdas aunque ello no signifique luego nada en su vida o en su obra), incluyendo esa aspiración frustrada a "encontrar un equilibrio entre la política y la moral"... Sin embargo hay otros elementos, como el apartarse del contacto de la gente, que no encajan con el extravertido carácter viscontiano, siempre lleno de amigos a los que hacía continuos regalos. Visconti nunca hubiera suscrito la frase con la que el profesor exalta la vida "monástica" que lleva: "Los cuervos vuelan en bandada; el águila vuela sola"; más bien hubiera estado de acuerdo con la réplica de Konrad: "Pero en la Biblia está escrito: ¡Ay de quien esté solo, porque cuando caiga no habrá nadie dispuesto a levantarlo!".

Donde habría que buscar el modelo de ciertas conductas del profesor sería en otra figura de la época, el crítico de arte Mario Praz, que efectivamente vivía en Roma en una mansión rodeado de cuadros de pintores célebres y sin más compañía humana que una vieja sirvienta, y que se reconoció de buena gana como inspirador del personaje del profesor: es más, la película fue para él profética, pues poco después de su estreno le llegaron inquilinos... El propio Mario Praz es autor de un estudio sobre el género de pintura inglesa del XVIII conocido como "Conversation Piece", género que proporcionará el título con que se exhiba esta película en los países de habla inglesa, más acertado que los usados en España (Confidencias), Francia (Violence et Passion) o el mismo título original italiano, Gruppo di famiglia in un interno (Retrato de familia en interior).

El intérprete del profesor fue Burt Lancaster, en una actuación simplemente sensacional; para Lancaster, nunca hubo ninguna duda de que el profesor "era" Visconti, y que la película expresaba claramente el amor que seguía sintiendo por Helmut Berger, el intérprete de Konrad (un papel que parecía tener muchos puntos en común con su personalidad real). El carácter autobiográfico viene por la especial relación profesor-Konrad: si pudiera haber alguna connotación homosexual (el cuerpo del joven duchándose desnudo...) todo se halla sublimado por un amor como el de un padre por su hijo; un amor tan puro que casi se diría de connotaciones religiosas, sugeridas en más de una imagen: esa composición del profesor llevando en brazos el cadáver de Konrad que nos hace pensar en la Pietá de Miguel Angel, o ese fotograma final del profesor reclinando la cabeza como Cristo en la cruz... Un amor así era a todo lo que podía aspirar Visconti en ese momento, cuando su cuerpo ya no le respondía. Como el profesor, tampoco Visconti tuvo hijos ni pudo formar una familia, y es posible que en el estado en que se hallaba también mirase a Berger como el hijo que siempre quiso tener... Por su parte, Berger había sido de los pocos entre sus actores que no fue a visitarle a Zurich durante su convalecencia; parece que un Visconti enfermo ya no le interesaba como pareja. Después de la muerte del director, vendería sus cartas como el actor Kainz vendió las del rey Ludwig.

En el resto del reparto, destacan veteranos del cine de Visconti como Silvana Mangano (en su cuarta colaboración con el director), que consigue expresar a la perfección el carácter sórdidamente materialista de la marquesa Brumonti, y Romolo Valli (antes el Padre Pirrone del Gatopardo y el maître de hotel de Muerte en Venecia) que aquí es el abogado del profesor. Los personajes de Lietta y Stefano están mucho menos desarrollados, reducidos a lo esquemático, fueron suficientemente servidos por Lina Marsani y Stefano Patrizi, dos actores de los que apenas se ha oído hablar más: ella había obtenido el año anterior un título de "Miss" y él era hijo de una actriz bastante conocida en el cine italiano, Valentina Cortese (la Valentina de Giulietta de los espíritus de Fellini o, por poner un ejemplo cercano a los españoles, la maestra de escuela de Calabuch de Berlanga). Hay que mencionar dos las breves apariciones en "flash-back" de la madre y la esposa del profesor, que no figuran en los créditos, y que son nada menos que Dominique Sanda y Claudia Cardinale.

Otros nombres conocidos del cine de Visconti se encargaron del guión (Medioli, Cecchi d'Amico), la fotografía (Pasquale de Santis) y la música original (Franco Mannino, autor de un tema que se repite en distintas orquestaciones, una de las cuales, la usada para la evocación de la madre del profesor, nos trae a la memoria los Valses del Rosenkavalier de Richard Strauss). Además, se utiliza música de Mozart en dos momentos cruciales de la película: el disco que escucha Konrad en casa del profesor, la noche que hablan por primera vez, que contiene el aria de concierto Vorrei spiegarvi o Dio (Quisiera explicarte, oh Dios) K 418, y que al joven, mientras lo escucha fascinado, le inspirará el comentario "Adoro a Mozart" (¿es sincero o desea ganarse al profesor?); y por otro lado el 2º movimiento de la Sinfonía Concertante para violín y viola K 364, que el profesor escucha a solas cuando es interrumpido por la estridente música del piso de arriba, y que también sonará cuando relate la historia del inquilino que es en realidad la muerte. El aria la escuchamos en la voz de la soprano Emilia Ravaglia, y para la Sinfonía Concertante se eligió una grabación comercial, la de Josef Suk (violín), Josef Kodousek (viola) y la Orquesta de Cámara de Praga.

Para la producción de Confidencias, Visconti daría un nuevo escándalo al aceptar como productor de la película a Edilio Rusconi, industrial de tendencias derechistas; se justificará diciendo que su película no es de derechas, que el productor ha puesto el dinero pero no ha influido en la realización de la película, y añadiendo una frase que pronuncia en la película Bianca Brumonti: "No conozco industriales de izquierdas". En conjunto, la película seguramente no sea de las mejores de Visconti, aunque tenga una baza indudable en la interpretación de Lancaster y en conjunto sea mucho más que digna y tenga el interés añadido de mostrar una visión de su propia época, y no cuidadosas ambientaciones históricas; es, sin embargo, su carácter de "testamento" y el conocimiento de las circunstancias en las que fue rodado lo que la hacen especialmente emocionante.

         A pesar de ser Confidencias su "testamento", Visconti sigue decidido a luchar porque no sea su última película. Desde hace tiempo le rondan otros proyectos: como un film biográfico sobre Puccini centrado en su último amor, Sybil Seligman, que se llamaría Las cartas de Puccini a Sybil y donde el personaje del compositor podría estar interpretado por Mastroianni. O una biografía de la mujer del escritor Francis Scott Fitgerald, Zelda, basado en el relato Save me the Waltz, que habría permitido una reconstrucción del París de antes de 1929, y que encontró la oposición de la hija del escritor, temerosa de que su madre (alcohólica y que murió ingresada en un sanatorio mental) no quedara bien parada en la pantalla, por lo que exigió una suma demasiado alta por los derechos. Una verdadera pérdida para el cine fue que tampoco filmara La montaña mágica de Thomas Mann, para lo cual ya había llegado a un acuerdo con el hijo del escritor, el historiador Golo Mann: no sólo estaba la conocida sintonía entre escritor y cineasta, que ya había dado como fruto Muerte en Venecia, sino que además el argumento (la historia de un enfermo convaleciente) parecía el ideal para ser traducido a la pantalla por Visconti en aquella época, dado su estado. Sin embargo, por una parte ello hubiera supuesto una vuelta al clima de montaña, y por otra, según declaró Cecchi d'Amico, "ningún productor quiso oír hablar de la película. La historia de una enfermedad, filmada por un enfermo..." Si se hubiera rodado, sus protagonistas hubieran sido Charlotte Rampling como Claudia Cauchaut y Helmut Berger como Hans Castorp.

La elección finalmente recayó sobre El inocente, la novela primeriza de Gabriele d'Annunzio, lo que originó un nuevo escándalo debido a las simpatías por el fascismo del escritor en la última etapa de su vida. Visconti saldría al paso de las protestas afirmando que admiraba a D'Annunzio como escritor, aunque lo detestara como ser humano. Previamente, se había pensado en otra obra del mismo autor, El placer, pero los derechos estaban ya adquiridos. El rodaje debe empezar a mediados de 1975, pero pocas semanas antes, el 3 de abril, cuando ya Visconti comenzaba a ser capaz de caminar sin bastón (tras tantos meses de intensos ejercicios), sufre una caída y se rompe la pierna derecha, la que no estaba paralizada. El comienzo del rodaje se pospone mientras el director sigue en el hospital. Los productores ya han perdido dinero, hay incertidumbre sobre si por fin se filmará o no. En septiembre Visconti anuncia que pese a todo dirigirá la película desde la silla de ruedas (donde ha quedado ya confinado de por vida) y si hace falta, "la próxima vez quizá lo haga desde una camilla". Aunque no le hubieran financiado otros proyectos quizá más atrayentes, no deja de ser representativo del prestigio de Visconti el que en ese estado aún hubiera quien le financiara algo.

En los títulos de crédito de El inocente vemos la mano derecha de Visconti pasando las páginas de la novela original de d'Annunzio (un ejemplar bastante ajado, por cierto, parece una pieza de bibliófilo); una forma de decirnos que lo que veamos en la película es ni más ni menos que lo que contiene el libro. Y lo que vemos es la alta sociedad romana de finales del siglo XIX, entre quienes se encuentra Tullio Hermil, quien pasa el tiempo entre los salones de esgrima y las veladas musicales que sirven como punto de encuentro a la aristocracia de Roma; veladas a las que muchos asisten más bien para contemplar a las bellezas presentes, que debido a ningún interés por la música. Tullio tiene una bella esposa, Giuliana, pero en él nace una pasión por una de las asistentes a esas veladas, la joven y ya viuda condesa Teresa Raffo, una mujer que no está dispuesta a compartir a un hombre ni siquiera con su propia esposa (y se lo dice en público).

Tullio habla con franqueza a su mujer confesándole que ama a Teresa como no amó antes a ninguna otra mujer. En cuanto a su matrimonio, "el amor existe los primeros años, luego lo que queda es afecto, cariño"... Le ofrece a Giuliana que sigan viviendo juntos, y la tratará como a una hermana muy querida. Dicho y hecho, se va con Teresa a Milán, y antes encarga a su hermano Federico (militar que está esos días en casa de permiso) que cuide de Giuliana, pues "es un momento muy delicado para ella". Giuliana ha quedado evidentemente deprimida, toma pastillas para dormir, y aun así no puede hacerlo, debido a la angustia. Una noche, irrumpe con aspecto demacrado en el salón donde está Federico hablando con unos amigos, y se desmaya. Entre estos amigos se encuentra el escritor Filippo d'Arborio, que se muestra muy cortés con Giuliana. Mientras tanto, en Milán se presenta Stefano, otro de los pretendientes de Teresa, un caballero ya entrado en años; desea invitar a la condesa a una carrera de caballos (la afición juvenil del propio Visconti); Tullio tiene un arranque de celos y le reta a duelo; tras celebrarse este, Teresa desaparece de su lado y él, desengañado, vuelve a casa.

Pero en la ausencia de Tullio han ocurrido muchas cosas. Su mujer ha visto con frecuencia a Filippo d'Arborio después de aquel primer encuentro. Cuando su marido la vuelve a ver, la encuentra con un perfume nuevo, y un ejemplar dedicado de la novela de d'Arborio La llama. En una casa de subastas, a donde le ha dicho Giuliana que iba, aunque luego no se la vio, encuentra a Teresa, y ambos piensan en reanudar su relación. En el club de esgrima, Tullio conoce a Filippo d'Arborio, aunque el escritor no sabe que le están presentando al marido de Giuliana, la cual, misteriosamente, ha dejado Roma para trasladarse al campo, a la villa que posee su suegra. Teresa le ofrecerá a Tullio irse juntos a París pero, en el último momento él la deja plantada para reunirse con su mujer.

A su llegada a "Villa Badiola", la propiedad de su madre, su mujer se lleva una sorpresa, y alegando las diferentes horas de sueño de cada uno asegura que prefiere dormir en habitaciones separadas. Sin embargo, Tullio, celoso de Filippo, ha acudido a la finca para reconquistar a su mujer. La lleva a una propiedad cercana, llamada "Villa Lilla", donde habían estado en su época de novios y que desde entonces se hallaba deshabitada. Allí tiene lugar una escena de pasión amorosa, donde se percibe que Tullio ha vuelto a enamorarse de su mujer, quizás motivado por los celos. Pero pronto se enterará de por qué su mujer se ha retirado a esa reclusión en el campo: está embarazada de tres meses, luego él no puede ser el padre. Para Tullio, el mundo se hunde a sus pies. Se acuerda de otra vez que ella estuvo embarazada y en aquella ocasión se malogró el hijo; en un principio desearía la "suerte" de que este hecho se repitiera, pero si no es así le pide a ella directamente que aborte a su hijo. Su mujer se niega pretextando que eso es un delito, y él contesta que el verdadero delito es el que pretende ella: una cosa es la infidelidad, lo que le podría perdonar ya que él ha hecho lo mismo, y otra bien distinta es entregar su herencia y su apellido a un extraño.

Aunque su mujer afirma que su relación con Filippo ya había terminado antes de conocer su embarazo, Tullio regresa a Roma y decide buscar al escritor; le informan que partió hacia África, contrajo una enfermedad que lo tiene entre la vida y la muerte. También encuentra a Teresa, ciega de ira por haber sido plantada. A su vuelta a la casa de campo, discute con su mujer qué hacer con el niño: Giuliana le dice que la familia de ella lo aceptará, y le ofrece a Tullio desaparecer de su vida. A la pregunta de si no podría hacerse cargo de él su verdadero padre, ella (que ignora su enfermedad) contesta "él no sabe nada, ni debe saberlo". Viendo la situación, él decide cambiar de estrategia y permitir que nazca como hijo suyo, pues después de todo "los hijos son de quien los educa", lo que a Giuliana le hace concebir cierta esperanza. Pero ninguno de los dos es sincero con el otro, ambos juegan a adivinarse las verdaderas intenciones: así, cuando el periódico que le llega a Giuliana en la bandeja del desayuno traiga la muerte de Filippo d'Arborio, Tullio escudriñará en el rostro de su mujer cuáles pueden ser sus sentimientos reales, mientras ella se niega a mirarle.

Llega por fin el día del parto, y Tullio "da permiso" al médico para que en el caso de que se presenten complicaciones, ante todo salve la vida de la madre. Pero no se presentan, y el niño nace normalmente. Enseguida, la madre de Tullio empieza a notar una atmósfera muy extraña: Giuliana no quiso ver a su propio hijo después del parto, Tullio no va nunca a verle, como si no existiera, ni siquiera asistirá a su bautizo (aunque oficialmente se debe a ser ateo). En realidad, Giuliana sí va a verle de noche, a escondidas, y por su rostro vemos que siente una gran ternura por su bebé, pero debe fingir lo contario. Sorprendida (y abofeteada) una noche por su marido, ella declara a Tullio una mentira, que al niño "le odio por lo que te hace sufrir". También se defiende diciendo que él también va de noche a verle, pero Tullio lo que hace es intentar "descubrir el secreto". Poco después es Navidad, y todos los habitantes de la casa van a Misa; todos menos Tullio, que es ateo, y la niñera, que se queda al cuidado del niño. Pero Tullio le da permiso para que vaya también a la iglesia, y una vez a solas lleva a cabo su despiadado plan: coloca al niño junto a la ventana abierta, expuesto al frío del invierno; lo devolverá a la cama para "borrar las huellas" poco antes de que regresen las mujeres de la casa. Cuando llegan, como era de esperar, estalla la tragedia: primero la niñera grita que el niño no respira. Poco después, muere.

La muerte de su hijo hace que Giuliana deje de fingir: si lo soportaba todo era por el pequeño, para protegerle, por su propio bien tenía que fingir que le odiaba para alejarle de las iras de Tullio. Ahora que no existe esa razón, abandonará a su marido, que esperaba poder empezar con ella una nueva vida una vez desaparecido el "estorbo". Tullio vuelve entonces con Teresa, a la que cuenta toda la historia; ella le dice que ya no le quiere, sólo siente lástima por él, un hombre derrotado. Finalmente, Tullio se suicida disparándose un tiro.

La figura de Tullio Hermil ilustra bastante bien el concepto del "superhombre" de Nietzsche según era entendido por d'Annunzio: tras confesar su crimen a Teresa, añadirá "Ningún tribunal humano puede condenarme", una muestra de alguien que se considera no afectado por las leyes humanas, alguien "más allá del bien y del mal". También cuando alentaba a su esposa a abortar, ante los argumentos morales de ella afirmaba que para él todo su mundo estaba en la tierra, no esperaba el cielo ni temía el infierno, lo que no puede dejar de recordarnos a Así habló Zarathustra. Esta mentalidad (que no es de extrañar que acabara convirtiéndole en la gloria literaria oficial del fascismo) debía resultarle a Visconti un tanto antipática, de ahí que añadiera un final moralizante (el suicidio) no incluido en la novela original, como queriendo demostrar cómo acaban los presuntos superhombres.

Aunque el carácter de "testamento" corresponde como hemos dicho a Confidencias, no deja de aparecer en El inocente un curioso parentesco con otra película postrera de otro autor, Dublineses (Los Muertos) de John Huston, rodadas ambas en los umbrales de la muerte y con una reflexión sobre la muerte. En El inocente encontramos el tema del infanticidio, materializado en el recién nacido que da título a la obra (sacrificado como los Inocentes de Herodes, además en el día de Navidad); un tema que debía atraer a Visconti, quizás porque al final de una larga vida es atrayente reflexionar sobre otra vida que se truncó nada más iniciarse. Pero, además, en las escenas finales de ambas se muestra una influencia de los muertos sobre el mundo de los vivos que nos parecería insólita. En el film de Huston (basado en Joyce), la protagonista escucha una canción que le trae a la memoria a un chico que le cantaba junto a su ventana, muerto en plena juventud hacía muchos años; la emoción que le embarga es mucho mayor que todo lo que recordaba su marido en todos sus años de vida conyugal. En el de Visconti, Giuliana rechaza vivir con su marido una existencia confortable y lujosa de la alta sociedad, y tampoco intenta rehacer su vida con otro hombre (que oportunidades no le faltarían), sólo quiere vivir de los recuerdos, como enterrada en vida; Tullio no comprende cómo alguien puede preferir la compañía de los muertos a la de los vivos, cómo un muerto puede derrotar a un vivo como él. Se lo explicará Teresa: sus dos rivales (Filippo y el bebé) son invencibles porque están muertos, al estar muertos ya no pueden defraudar nunca a Giuliana.

Con esta escalofriante reflexión se cierra El inocente, un sólido melodrama, con argumento accesible a todo tipo de público, donde Visconti "tocó techo" en cuanto a reflejar la alta sociedad (estoy convencido que una exhibición de "aristocracia pura" como esta nunca la veremos en el cine americano), una sociedad desocupada, a la que pertenece Tullio Hermil, de quien en ningún momento del film se sugiere que realice algún trabajo; en ese sentido, es representativo que su hermano Federico le diga que Filippo es la única persona a la que envidia: "Nosotros hemos estudiado, viajado, leído, somos ricos, inteligentes, hábiles, educados... ¿para qué?". Cuando la película se estrenó en Cannes la crítica habló del peso excesivo de los decorados y la ambientación, pero precisamente este lujo desempeña un papel esencial en el argumento, retrata a una clase social. En suma, El inocente es una película que cierra con broche de oro la trayectoria de uno de los más grandes creadores que haya dado el cine europeo y que nadie diría, al verla, que es la obra de un moribundo.

Para el matrimonio protagonista, Visconti había pensado en Alain Delon y Romy Schneider, pero ella estaba entonces embarazada y él estaba rodando otra película y, según Visconti, no era lo bastante "satánico" para encarnar a Tullio Hermil. La elección de los actores en esos dos papeles fue cuanto menos sorprendente, e ilustra bien el gusto del cineasta italiano de descubrir "nuevos registros" en actores encasillados en un cierto tipo de papeles. Tullio fue Giancarlo Giannini, un actor habitual por entonces en comedias, que aún sigue en activo (recientemente le hemos podido ver como el inspector Pazzi en la película Hannibal), y que supo expresar bien la evolución del carácter de su personaje: primero hedonista, luego poseído por celos y por último asesino. Mayor sorpresa fue la elección de la musa del cine erótico italiano, Laura Antonelli (recordemos Malizia o Peccato veniale, llamada en España "Me gusta mi cuñada") para interpretar a Giuliana; aparte de la posibilidad de explotar sus "talentos naturales" en las escenas de desnudos y sexo explícito más audaces que haya rodado Visconti (no en vano estamos ya en 1976, la censura ha remitido, es la era del "destape"), debe reconocerse que la Antonelli hace una excelente composición de Giuliana, expresando en qué momentos es realmente feliz y en cuáles debe resignarse (destino de tantas mujeres) a fingir. Teresa Raffo estuvo interpretada por Jennifer O'Neill, actriz que había saltado a la fama unos años antes con la inolvidable Verano del 42, y en los papeles secundarios encontramos a viejos conocidos: Filippo d'Arborio es Marc Porel (uno de los sirvientes del rey Ludwig), la madre de Tullio es Rina Morelli (que ya había aparecido en Senso y El Gatopardo) y como el viejo galán Stefano Egano encontramos otra a Massimo Girotti, el protagonista de Ossessione, que así cuenta con el honor de haber trabajado en la primera y la última películas de Visconti.

En el guión, la fotografía y la música original encontramos al mismo equipo de Confidencias, es decir, al propio Visconti en colaboración con Medioli y Cecchi d'Amico en el guión adaptado de d'Annunzio, a Pasqualino de Santis en la fotografía, con tonos "al pastel" muy influidos por la pintura impresionista, y a Franco Mannino en la banda sonora, con momentos atonales muy logrados para las escenas de celos y el surgimiento de instintos asesinos en Tullio. Además de la partitura original, hay que recordar la música clásica que se interpreta en los conciertos a los que acude la alta sociedad romana, que aparecen en dos momentos del film. En el primero, al comienzo, vemos a una pianista interpretar la Marcha Turca de la Sonata nº 11 de Mozart, luego las Fuentes de la Villa d'Este del tercer volumen de los Años de Peregrinaje de Liszt y por último dos obras de Chopin, la Berceuse Op. 57 y el Vals nº 9. Obras todas ellas que quizás recordara Visconti de las veladas musicales de su infancia, en el piano familiar. En el segundo concierto, cuando se vuelven a reunir Tullio y Giuliana después de que Teresa le ha abandonado a él, una soprano canta el aria "Che faró senza Euridice", de la ópera Orfeo y Eurídice de Gluck: por una parte, lo que nos espera es un auténtico "descenso a los infiernos" como el de Orfeo, por otra no deja de ser curioso y representativo de la mentalidad biempensante de la época el que una obra que habla de una fidelidad conyugal llevada más allá de la muerte sea escuchada en una una sociedad donde las infidelidades son la moneda corriente. Esta aria la escuchamos en la banda sonora a la mezzo Benedetta Pecchioli, y su acompañamiento, como todas las intervenciones del piano, está grabado por el propio Franco Mannino.

Mientras la película se finalizaba, también crecen los presagios de Visconti sobre su propia muerte, haciendo bromas macabras con sus colaboradores sobre qué pondrán sobre él las notas necrológicas. En la ficha técnica de El inocente llega a tachar las palabras "Es una película de Luchino Visconti" para dejarlo en "Fue una película...". Terminado el rodaje y el montaje, cuando se estaba procediendo al doblaje y sonorización de la cinta, el 17 de marzo de 1976 muere Luchino Visconti en su apartamento romano. Supo morir con la misma elegancia de los personajes aristocráticos de sus películas: escuchaba la Segunda Sinfonía de Brahms en compañía de su hermana Uberta hasta que en un momento dado dijo: "Ya basta. Estoy cansado". Dos días después se celebra el funeral religioso en la iglesia de San Ignacio de Roma, con la asistencia del presidente de la República, Giovanni Leone, y del secretario general del PCI, Enrico Berlinguer, precedido por una "ceremonia laica" en la plaza frente a la iglesia, llena de banderas rojas. Dos meses después la película se presentaría en Cannes, con las críticas desfavorables antes citadas. El día de su entierro, Roma había amanecido llena de carteles que decían: "LUCHINO VISCONTI. Hombre de gran cultura cuya obra ha enriquecido durante más de treinta años la historia del arte, del cine y del teatro de nuestro país, de Europa y del mundo. No olvidaremos a Luchino Visconti, militante antifascista de la Resistencia que demostró siempre una profunda y leal solidaridad con aquellos que trabajan y luchan". Pero posiblemente su mejor epitafio fue el que pronunció unos años después su director de fotografía, Pasqualino de Santis: "Con Visconti muere también un cine que sólo él sabía hacer".