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Número 24º - Enero 2.002


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UN CASCANUECES VIENÉS

 Sevilla, Teatro de la Maestranza. 7 de enero de 2002. P. I. Tchaikovsky: El cascanueces. Simona Noja, Jürgen Wagner, Christian Rovny, Shoko Nakamura. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Michael Halász, director musical. Renato Zanella, coreografía y dirección. Ballet de la Ópera Estatal de Viena.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

 

El mismo día que se pusieron a la venta se agotaron las localidades para asistir a algunas de las cuatro funciones que el Ballet de la Ópera Estatal de Viena ofrecía en el Teatro de la Maestranza. Unas siete mil personas, por tanto, altamente interesadas por ver a tan prestigioso conjunto llevando a escena El Cascanueces. Si reparamos en que en éste u otros teatros sevillanos el Cuarteto de Tokio o Karita Mattila apenas congregan quinientos melómanos, nos daremos cuenta de hasta qué punto la vida musical sevillana necesita crear un público fiel verdaderamente interesado en cualquier manifestación musical de calidad al margen del reclamo popular del evento.

         Esta recientísima (noviembre de 2001) producción de El cascanueces, a todas luces un espectáculo de alto nivel, ha respondido plenamente a lo que podía esperarse: una versión vienesa por los cuatros costados, entendiendo semejante calificativo dentro de los más rigurosos tópicos. Se ha tratado, pues, de una versión ortodoxa, elegante, equilibrada, ligeramente humorística, bien realizada y, todo hay que decirlo, un tanto cursi y pasada de moda. La coreografía ideada por quien es director del conjunto desde 1995, Renato Zambella, ha sido del todo tradicional, más enfocada hacia lo narrativo y lo decorativo que hacia lo expresivo, lo cual no supone ningún problema. Sí, a nuestro juicio, esa dosis extra de blandura y edulcoramiento que la hacen resultar en exceso “vienesa”.

Por lo demás, son destacables las sustanciales e inteligentes transformaciones del argumento (la princesa Clara-María es raptada por su tío el Barón Max la noche de Navidad, y su enamorado el Príncipe Karl recorre en mundo para rescatarla, guiado por el rastro que ella va dejando: trozos del cascanueces), y la inserción en el segundo acto de los ocho primeros minutos del Romeo y Julieta del propio Tchaikovsky.

         Los decorados, vistosos y aparentes antes que lujosos, resultando en general llamativos y en algunos aspectos discutibles, como ese telón de fondo propio de una discoteca de los años setenta. El cuerpo de baile evidenció una elevada calidad, lo mismo que los solistas (las primeras figuras de la casa), todos ellos ágiles y elegantes. Claro que la comparación con el portentoso Lago de los Cisnes que vimos hace dos temporadas a cargo de la Ópera Estatal de Berlín debería haber dejado bien claro al público hispalense, que aplaudió a rabiar, que los vieneses, siendo más que notables, distan de ser el no va más. Sea como fuere, un gran triunfo para el Maestranza haber contado con una compañía de tanto prestigio y tradición.

         Mención especial para el foso. Un lujazo contar con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, a la que en ocasiones como ésta poco caso se le hace. Su calidad global y la de sus solistas (magníficas arpa y celesta) son merecedoras de todo elogio. Claro que ha tenido mucho que ver con el resultado la labor de Michel Halász, bien conocido por los discófilos por sus sólidos Fidelio y Don Giovanni para el sello Naxos. No ha sido la suya una labor genial (como la de Barenboim, en un DVD imprescindible). Más bien se ha tratado de una versión sobria y eficaz, bastante metronómica en su atención a los bailarines, pero realizada de un solo trazo, sin baches, obteniendo de la ROSS un sonido muy empastado y manteniéndose ajeno en todo momento -al contrario que la escena- a la dulzonería y lo decorativo. Como versión “de concierto” no tendría mucha validez, dada la ausencia de verdadera inspiración, pero como lectura “de foso” ha resultado muy notable. No estaría de más contar con él para alguna ópera en el Maestranza.