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UN CASCANUECES VIENÉSSevilla, Teatro de la Maestranza. 7 de enero de 2002. P. I. Tchaikovsky: El cascanueces. Simona Noja, Jürgen Wagner, Christian Rovny, Shoko Nakamura. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Michael Halász, director musical. Renato Zanella, coreografía y dirección. Ballet de la Ópera Estatal de Viena. Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.
El
mismo día que se pusieron a la venta se agotaron las localidades para
asistir a algunas de las cuatro funciones que el Ballet de la Ópera
Estatal de Viena ofrecía en el Teatro de la Maestranza. Unas siete mil
personas, por tanto, altamente interesadas por ver a tan prestigioso
conjunto llevando a escena El Cascanueces. Si reparamos en que en
éste u otros teatros sevillanos el Cuarteto de Tokio o Karita Mattila
apenas congregan quinientos melómanos, nos daremos cuenta de hasta qué
punto la vida musical sevillana necesita crear un público fiel
verdaderamente interesado en cualquier manifestación musical de calidad
al margen del reclamo popular del evento.
Esta recientísima (noviembre de 2001) producción de El cascanueces,
a todas luces un espectáculo de alto nivel, ha respondido plenamente a lo
que podía esperarse: una versión vienesa por los cuatros costados,
entendiendo semejante calificativo dentro de los más rigurosos tópicos.
Se ha tratado, pues, de una versión ortodoxa, elegante, equilibrada,
ligeramente humorística, bien realizada y, todo hay que decirlo, un tanto
cursi y pasada de moda. La coreografía ideada por quien es director del
conjunto desde 1995, Renato Zambella, ha sido del todo tradicional, más
enfocada hacia lo narrativo y lo decorativo que hacia lo expresivo, lo
cual no supone ningún problema. Sí, a nuestro juicio, esa dosis extra de
blandura y edulcoramiento que la hacen resultar en exceso “vienesa”. Por
lo demás, son destacables las sustanciales e inteligentes
transformaciones del argumento (la princesa Clara-María es raptada por su
tío el Barón Max la noche de Navidad, y su enamorado el Príncipe Karl
recorre en mundo para rescatarla, guiado por el rastro que ella va
dejando: trozos del cascanueces), y la inserción en el segundo acto de
los ocho primeros minutos del Romeo y Julieta del propio
Tchaikovsky.
Los decorados, vistosos y aparentes antes que lujosos, resultando
en general llamativos y en algunos aspectos discutibles, como ese telón
de fondo propio de una discoteca de los años setenta. El cuerpo de baile
evidenció una elevada calidad, lo mismo que los solistas (las primeras
figuras de la casa), todos ellos ágiles y elegantes. Claro que la
comparación con el portentoso Lago de los Cisnes que vimos hace
dos temporadas a cargo de la Ópera Estatal de Berlín debería haber
dejado bien claro al público hispalense, que aplaudió a rabiar, que los
vieneses, siendo más que notables, distan de ser el no va más. Sea como
fuere, un gran triunfo para el Maestranza haber contado con una compañía
de tanto prestigio y tradición.
Mención especial para el foso. Un lujazo contar con la Real
Orquesta Sinfónica de Sevilla, a la que en ocasiones como ésta poco caso
se le hace. Su calidad global y la de sus solistas (magníficas arpa y
celesta) son merecedoras de todo elogio. Claro que ha tenido mucho que ver
con el resultado la labor de Michel Halász, bien conocido por los discófilos
por sus sólidos Fidelio y Don Giovanni para el sello Naxos.
No ha sido la suya una labor genial (como la de Barenboim, en un DVD
imprescindible). Más bien se ha tratado de una versión sobria y eficaz,
bastante metronómica en su atención a los bailarines, pero realizada de
un solo trazo, sin baches, obteniendo de la ROSS un sonido muy empastado y
manteniéndose ajeno en todo momento -al contrario que la escena- a la
dulzonería y lo decorativo. Como versión “de concierto” no tendría
mucha validez, dada la ausencia de verdadera inspiración, pero como
lectura “de foso” ha resultado muy notable. No estaría de más contar
con él para alguna ópera en el Maestranza.
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