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Número 24º - Enero 2.002


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SIN CONCESIONES 

 

Sevilla, Sala Joaquín Turina. 14 de diciembre de 2001. Cuarteto Borodin. Shostakovich: cuartetos nº 7, 8 y 9.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

La Fundación el Monte está ofreciendo en la Sala Joaquín Turina, antiguo Teatro Álvarez Quintero, una excelente programación camerística que está despertando cada vez más entusiasmo entre los melómanos de Sevilla. Ya se sabe: cuando algo bueno se desconoce es imposible que nadie lo eche en falta, pero en el momento en el que se presenta en las condiciones apropiadas, el interés se despierta y extiende. Es ésta, primero ofrecer y luego cosechar los resultados, la mejor manera de crear un público. No así la de “esperar a que pasen unos años a que la gente se acostumbre”... a aquello que no sabe ni que existe, como hacen otros centros musicales.

La cita de mayor interés de la presente temporada es la integral cuartetística de Shostakovich en versión nada menos que del Cuarteto Borodin. Citar a la mítica agrupación soviética y al autor de la Sinfonía Leningrado es algo así como decir Mozart y Böhm, Furtwängler y Wagner, Purcell y Robert King. Estamos hablando de la mayor identificación entre compositor e intérprete que se puede dar. Un evento de la mayor importancia, pues, que se ha repartido entre el pasado diciembre y el próximo mayo. Lástima que el abajo firmante sólo pudiera asistir a uno de los tres conciertos hasta ahora ofrecidos (entre otros motivos, porque la cita del día 12 coincidía con un espectáculo en el Maestranza de enorme interés que comentamos en este mismo número).

Sea como fuere, con los cuartetos séptimo, noveno y el acongojante octavo basta para percatarse de que, por mucho que el entrañable chelista Valentin Berlinsky  no se encuentre, a sus setenta y seis años, en plena forma, y que la marcha del primer violín Mikhail Kopelman al Tokio haya supuesto una sensible merma a la agrupación, el Shostakovich del Borodin sigue siendo inalcanzable en este repertorio. Y lo es, sencillamente, por la aplicación de los parámetros interpretativos más indicados.

Se trata de interpretaciones altamente comprometidas. Pero comprometidas con el compositor, no con el público, al que no se hace ningún tipo de concesión. Nada hay de esa belleza sonora con la que hoy tantos intérpretes engatusan al personal. No estamos hablando de partituras planteadas para pasárselo bien. Sonidos hirientes y agresivos, pero perfectamente controlados por las lúcidas mentes de estos cuatro sensacionales músicos, son la opción más convincente para extraer todo el potencial de esta música extraordinaria que oscila entre el humor negro y el nihilismo más absoluto. El público así supo verlo y aclamó al mítico cuarteto con ovaciones intensas y sinceras que ya quisieran para sí ciertos tenores del Maestranza cuando dan el do de pecho. El arte de verdad siempre triunfa. Y perdura.