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UNA HERMOSA INICIATIVASevilla, Teatro de la Maestranza. 20 de diciembre de 2001. Programa extraordinario de Navidad de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Emma Kirkby (soprano), Jordi Doménech (contratenor), John Mark Ainsley (tenor), David Wilson-Johnson (bajo); Coro Polyphony, Coral de la Universidad de Cádiz, Coral Cántiga y Coro de participantes individuales. Stephen Layton, director. Haendel: El Mesías. Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Fue
muy afortunada la iniciativa que la anterior temporada tuvieron la Real
Orquesta Sinfónica de Sevilla y la Fundación “la Caixa” de ofrecer,
como se está haciendo en otros puntos de España, un “Mesías
participativo” en el que, siguiendo el ejemplo de las Islas Británicas,
el público pudiera intervenir activamente cantando los hermosos corales
que Haendel compusiera para su más famoso oratorio. Fue nada menos que
Robert King el encargado de conducir a la formación hispalense, al coro
de participantes individuales y a otras diversas agrupaciones congregadas
para la ocasión, que sumaron en total unas doscientas voces. Hubo,
como era de esperar, algunos talibanes del Barroco que la condenaron sin
piedad, ignorando -o quizá callando adrede- que ya en 1784, tan sólo
veinticinco años después del fallecimiento del compositor, la nómina de
intérpretes llegó a alcanzar los 526 músicos, y que por entonces no había
“deformación romántica” alguna que recriminar. De todas formas el éxito
fue rotundo, hasta el punto de que la Asociación de Amigos del Teatro de
la Maestranza ha concedido su Premio Paraíso de la temporada 2000/2001 a
la organización de aquél concierto. Huelga decir que la idea de repetir la experiencia ha sido bien acogida. Esta vez, doscientas cincuenta voces se han unido a la ROSS para cantar la obra haendeliana, lo que no ha dejado de causar problemas a la hora de encontrar una entrada, ya que los cantores habían de estar sentados en los graderíos laterales (“terrazas”). Sea como fuere, ha merecido la pena: había que ver, al finalizar el concierto, el entusiasmo desbordado de todos los participantes, y muy especialmente de los integrantes de la Coral de la Universidad de Cádiz, que no dudaron a la hora de hacer sonar las típicas palmas flamencas. Se trata de una iniciativa de las que crean afición por la música, y sólo por ello ya está justificada la celebración de este peculiar evento. Pero bueno, se supone que tenemos que decir, al margen de todo lo expuesto, cómo estuvo este Mesías. Allá va la opinión del firmante: se trató de una versión muy mediocre. La culpa no fue de los coros, en buena forma y por lo general bien llevados; que en los momentos de polifonía más complicada faltase claridad no fue del todo grave. Tampoco estuvo mal la orquesta, que hizo gala de su estupendo nivel. Y resultó sólido, homogéneo y estilísticamente centrado el cuarteto solista, en el que destacó la lujosa presencia de Emma Kirkby, toda un experta en esta obra, muy mermada de medios (los agudos casi eran chillidos) pero con su fascinante timbre de siempre y ese tan británico distanciamiento expresivo que hoy se acepta sin rechistar. El problema estuvo en la batuta, lo que resulta evidente si recordamos la magistral labor que ofreciera Robert King el año pasado. Stephen Layton cuenta con un magnífico currículo, especialmente como director de coros; aquí estaba, precisamente, su muy digno Coro Polyphony, apechugando con las partes más intrincadas. Tampoco es un ignorante de la interpretación barroca: precisamente estas Navidades ha ofrecido El Mesías en Londres frente a la Orchestra of the Age of Enlightenment y, de nuevo, junto a la Kirkby. Sus virtudes fueron la profesionalidad en la dificilísima dirección de las masas corales congregadas y la huida de la pesadez romántica. Los puntos débiles, todo lo demás: fue la suya una lectura plana, poco matizada, insensible, apagada y profundamente aburrida. Más que sólida artesanía, gris rutina. Por si fuera poco, hubo incomprensibles incoherencias estilísticas: no tiene sentido secundar la voz sin vibraciones de la Kirkby, historicismo británico puro, con el violín vibradísimo, dulzón y poco afortunado del asistente de concertino, Biao Xue. Robert King, sin exigir a la ROSS un sonido historicista, supo aprovechar mucho mejor sus posibilidades. Lo dicho: una iniciativa preciosa que no estaría de más repetir, siempre y cuando se cuente con un director que haga las cosas bien. ¿Ha pensado alguien en el tan genial como olvidado Raymond Leppard?
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