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ÓPERA EN OVIEDO:
LUCIA DI LAMMERMOOR
Oviedo, Teatro Campoamor. 14 de
diciembre de 2001. Donizetti: Lucia di Lammermoor.
M.J. Moreno, J. Bros, J.J. Rodríguez, E. Ferrer, M.A.
Zapater, M.J. Suárez, L.A. Giner. Orquesta Sinfónica
Ciudad de Oviedo (OSCO), Coro de la Asociación Asturiana
de Amigos de la Ópera, Dir. musical: O. Lenard.
Dir. de escena: E. Sagi.
Donizetti ha sido siempre uno de los autores
más representados en el Teatro Campoamor, y para esta Lucia
di Lammermoor, no en vano su obra mayor, se había
traído un reparto de campanillas. La producción se
buscaba que fuera la mejor de la temporada, al menos en
el repertorio "tradicional"; ya se sabe que, en
cuanto al "innovador", la Salomé que
se escuchó en septiembre marcó un listón difícil de
superar. El resultado, aun consiguiendo una
representación con un nivel general bastante alto, ha
dejado en ciertos momentos algo que desear, como
detallaremos a continuación.
Para la pareja protagonista se contaba con los
intérpretes de estos papeles en la reciente producción
madrileña del Teatro Real: la soprano María José
Moreno como Lucia (que la había cantado en el segundo
reparto, en el primero había sido Edita Gruberova) y el
tenor José Bros como Edgardo. Dentro de un nivel general
muy bueno, ella resolvió bien las coloraturas, excepto
por un "gallo" en el agudo final del aria de la
locura (antes de la cabaletta), que no empaña la buena
impresión general que dio, esto son las cosas del
directo; sin embargo, descuidó algo el aspecto
"dolce" de su personje, resultando en ocasiones
de expresividad demasiado "dura". En cuanto al
tenor, su actuación fue aún mejor, y "bordó"
su parte del Sexteto, aunque a veces pecara de algo
estentóreo y cayera en algún exceso verista, como en su
aria final.
En el resto del reparto, Zapater demostró como Raimondo
una vez más su gran clase, por más que le recordemos
actuaciones aún mejores, muy correcto el Enrico de Juan
Jesús Rodríguez y el único lunar fue el Arturo de
Enrique Ferrer; el resto de los comprimarios, cuanto
menos, correctos.
Para una producción de esta importancia, es paradójico
que los conjuntos estuvieran a un nivel inferior que en
el anterior Ernani, que era una representación de menor
enjundia. Ni los coros ni la orquesta, dirigida esta por
Ondrej Lenard (un nombre muy conocido para los
aficionados a los sellos como Naxos y más baratos aún),
estuvieron al nivel mostrado en la obra de Verdi; el
director estuvo muy confuso en los finales de acto, y
había momentos en los que se perdía. Un lunar, por
tanto, evitable (dentro del nivel y del presupuesto de que
se dispone en Oviedo) y que afeó un tanto la parte
musical de una representación en general muy buena.
La dirección de escena se había encomendado a Emilio
Sagi, flamante nuevo director artístico del Teatro Real,
y aquí sí hay que decir que las expectativas creadas no
se vieron para nada defraudadas. El concepto escénico
nos mostraba a una mujer débil, Lucia, aprisionada en un
mundo de hombres: su hermano Enrico, militar, ha acordado
que se case con Arturo, otro militar. Frente a ese mundo
de orden y disciplina, Edgardo es la libertad, un
personaje bohemio de cabellos desordenados y atuendo de
cuero, pero su amor por él no podrá imponerse en un
mundo tan férreamente reglamentado, y a la pobre Lucia
sólo le restará enloquecer (hablando con un monigote
como si fuera su amado Edgardo), matar a Arturo y morir
ella misma.
Para que este concepto llegase mejor al espectador, Sagi
ideó una trasposición temporal, situando la obra en la
"Belle Èpoque", con uniformes militares que
recordaban a los del Imperio Austrohúngaro, posiblemente
pensando que los habituales trajes escoceses no
conseguirían que entrase por los ojos del espectador ese
contraste militar-civil; una licencia que encontró
cierta oposición en un sector de público, pero que en
este caso estimamos perfectamente justificable.
Existieron, cómo no, los detalles discutibles en el
montaje, como el uso de "lámparas humanas"
(hombres con una luz en la mano en lugar de lámparas) o
esos focos bajando en la escena del duelo, como si se
estuviera rodando una película; pero fueron muchos más
los buenos momentos, desde ese salón donde se firma el
compromiso nupcial que aparece totalmente en rojo
(presagio de la sangre que se avecina) y que en la fiesta
nos recuerda a una escenificación típica de La
Traviata, hasta la riqueza de matices de los gestos
con las manos, esas órdenes que da Enrico a la criada
para que deje sola a su señora tras el "Regnava nel
silenzio"... Cuando se compara esto con la chapuza
del reciente Ernani, donde el Heraldo real ni
siquiera sabía dónde arrodillarse, se comprende cómo
para hacer las cosas bien no es necesario un gran
presupuesto. Decididamente, esta Lucia mereció
la pena.
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