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Número 24º - Enero 2.002


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ÓPERA EN OVIEDO: LUCIA DI LAMMERMOOR

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

Oviedo, Teatro Campoamor. 14 de diciembre de 2001. Donizetti: Lucia di Lammermoor.  M.J. Moreno, J. Bros, J.J. Rodríguez, E. Ferrer, M.A. Zapater, M.J. Suárez, L.A. Giner. Orquesta Sinfónica Ciudad de Oviedo (OSCO), Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera,  Dir. musical: O. Lenard. Dir. de escena: E. Sagi.

Donizetti ha sido siempre uno de los autores más representados en el Teatro Campoamor, y para esta Lucia di Lammermoor, no en vano su obra mayor, se había traído un reparto de campanillas. La producción se buscaba que fuera la mejor de la temporada, al menos en el repertorio "tradicional"; ya se sabe que, en cuanto al "innovador", la Salomé que se escuchó en septiembre marcó un listón difícil de superar. El resultado, aun consiguiendo una representación con un nivel general bastante alto, ha dejado en ciertos momentos algo que desear, como detallaremos a continuación.

Para la pareja protagonista se contaba con los intérpretes de estos papeles en la reciente producción madrileña del Teatro Real: la soprano María José Moreno como Lucia (que la había cantado en el segundo reparto, en el primero había sido Edita Gruberova) y el tenor José Bros como Edgardo. Dentro de un nivel general muy bueno, ella resolvió bien las coloraturas, excepto por un "gallo" en el agudo final del aria de la locura (antes de la cabaletta), que no empaña la buena impresión general que dio, esto son las cosas del directo; sin embargo, descuidó algo el aspecto "dolce" de su personje, resultando en ocasiones de expresividad demasiado "dura". En cuanto al tenor, su actuación fue aún mejor, y "bordó" su parte del Sexteto, aunque a veces pecara de algo estentóreo y cayera en algún exceso verista, como en su aria final.

En el resto del reparto, Zapater demostró como Raimondo una vez más su gran clase, por más que le recordemos actuaciones aún mejores, muy correcto el Enrico de Juan Jesús Rodríguez y el único lunar fue el Arturo de Enrique Ferrer; el resto de los comprimarios, cuanto menos, correctos.

Para una producción de esta importancia, es paradójico que los conjuntos estuvieran a un nivel inferior que en el anterior Ernani, que era una representación de menor enjundia. Ni los coros ni la orquesta, dirigida esta por Ondrej Lenard (un nombre muy conocido para los aficionados a los sellos como Naxos y más baratos aún), estuvieron al nivel mostrado en la obra de Verdi; el director estuvo muy confuso en los finales de acto, y había momentos en los que se perdía. Un lunar, por tanto, evitable (dentro del nivel y del presupuesto de que se dispone en Oviedo) y que afeó un tanto la parte musical de una representación en general muy buena.


La dirección de escena se había encomendado a Emilio Sagi, flamante nuevo director artístico del Teatro Real, y aquí sí hay que decir que las expectativas creadas no se vieron para nada defraudadas. El concepto escénico nos mostraba a una mujer débil, Lucia, aprisionada en un mundo de hombres: su hermano Enrico, militar, ha acordado que se case con Arturo, otro militar. Frente a ese mundo de orden y disciplina, Edgardo es la libertad, un personaje bohemio de cabellos desordenados y atuendo de cuero, pero su amor por él no podrá imponerse en un mundo tan férreamente reglamentado, y a la pobre Lucia sólo le restará enloquecer (hablando con un monigote como si fuera su amado Edgardo), matar a Arturo y morir ella misma.

Para que este concepto llegase mejor al espectador, Sagi ideó una trasposición temporal, situando la obra en la "Belle Èpoque", con uniformes militares que recordaban a los del Imperio Austrohúngaro, posiblemente pensando que los habituales trajes escoceses no conseguirían que entrase por los ojos del espectador ese contraste militar-civil; una licencia que encontró cierta oposición en un sector de público, pero que en este caso estimamos perfectamente justificable.

Existieron, cómo no, los detalles discutibles en el montaje, como el uso de "lámparas humanas" (hombres con una luz en la mano en lugar de lámparas) o esos focos bajando en la escena del duelo, como si se estuviera rodando una película; pero fueron muchos más los buenos momentos, desde ese salón donde se firma el compromiso nupcial que aparece totalmente en rojo (presagio de la sangre que se avecina) y que en la fiesta nos recuerda a una escenificación típica de La Traviata, hasta la riqueza de matices de los gestos con las manos, esas órdenes que da Enrico a la criada para que deje sola a su señora tras el "Regnava nel silenzio"... Cuando se compara esto con la chapuza del reciente Ernani, donde el Heraldo real ni siquiera sabía dónde arrodillarse, se comprende cómo para hacer las cosas bien no es necesario un gran presupuesto. Decididamente, esta Lucia mereció la pena.