|
|
LA ROSS EN LA MONTAÑA RUSAPor Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Sevilla, Teatro de la Maestranza y Teatro Lope de Vega. XIIª Temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. 25 de abril: Théodor Guschlbauer, director. Obras de Martinu, Smetana y Dvorák. 3 de mayo: Cristóbal Halffter, director. Obras de Cristóbal Halffter, Pedro Halffter y Alban Berg. 7 de mayo: Alain Lombard, director. Obras de Mozart. 9 de mayo: Serguei Teslia, violín; Alain Lombard, director. Obras de Mozart y Bruckner. Aunque la feria de abril ya quedó atrás, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla parece no haberse bajado de la montaña rusa que puntualmente se alza en el parque de atracciones de la misma, conocido popularmente como "calle del infierno". Y es que los cuatro programa diferentes ofrecidos en el transcurso de tres semanas han supuesto un precipitado y continuo subir y bajar, al menos en lo que al nivel interpretativo se refiere. Un paseo por esta atracción comienza, como es sabido, con un vertiginoso descenso hasta llegar al suelo. Y así le ocurrió a la ROSS: el bellísimo programa checo que dirigió el veterano Théodor Guschlbauer -conocido por sus grabaciones en Erato y EMI- ha supuesto una caída en picado. Y es que la batuta, aun siempre atenta al equilibrio de las masas orquestales, mostró una flacidez desalentadora. Los Frescos de Piero de la Francesca de Martinu no estuvieron del todo mal, pero la hermosa Sexta de Dvorák no pasó de una aburrida corrección y los dos fragmentos de Mi patria de Smetana, Sárka y El Moldava, ni llegaron a eso. La versión de esta última página resultó insufrible: lenta, morosa, sin el menor sentido del contraste y del color, ajena al decisivo contenido programático y carente de cualquier tensión interna. Decididamente, hubiera hecho falta una buena dosis de Viagra.
Pero claro, cuando el cochecito ha llegado abajo del todo, emprende rápidamente el ascenso hasta alcanzar la cumbre. El concierto programado y dirigido por Cristóbal Halffter como clausura del presente curso de la Universidad de Sevilla alcanzó una admirable calidad interpretativa. El madrileño obtuvo un rendimiento sensacional de la amplia plantilla congregada -con alguna que otra pifia disculpable por la complejidad de las obras-, ofreciendo interpretaciones intensísimas y comprometidas. ¿Y las partituras? Las Tres piezas para orquesta de Alban Berg, ya se sabe: una obra maestra absoluta. Odradek (1996) y Halfbéniz (2001) del propio Halffter, dos páginas de marcada personalidad, marcadamente expresionista la primera -en homenaje a Kafka- y más abstracta la segunda -sobre El Albaicín de la Suite Iberia-, escritas con formidable oficio, agradecidas para el oyente, pero que no sólo no aportan nada nuevo sino que suenan a ya escuchado. Bastante menos personal pero más "moderno" es el Tríptico in Memoriam Fray Luis de León, compuesto por su hijo Pedro -que hace unos meses dirigió aquí la ópera Lo Speziale de Haydn- para inaugurar la capitalidad cultural de Salamanca 2002. Brillante, ecléctica, rica en recursos y no poco efectista, hay que reprocharle más de un "homenaje" a otros compositores, entre ellos el que se encontraba en el podio. Sea como fuere, un magnífico concierto que fue calurosamente aplaudido por el público, mayoritariamente estudiantil, congregado en el Maestranza. ¡Ah! Se regalaba un compacto del sello Col Legno con páginas de Halffter padre, merced al esfuerzo económico de la Universidad Hispalense. A continuación, un nuevo descenso, pero esta vez no tan pronunciado. El programa Mozart ofrecido en el Teatro Lope de Vega gracias a la buena voluntad del nuevo titular, Alain Lombard, se quedó en lo simplemente correcto. Por dos motivos: la deficiente labor de los violines -excelente el resto de la cuerda y el viento- y la falta de chispa suficiente por parte de la batuta. Claro que las Sinfonías 39 y 40 son verdaderamente peliagudas, en su delicado equilibrio y transparencia, resultando casi imposible acertar de lleno en ellas. De todas formas, lo acertado del planteamiento y la ausencia de puntos muertos en el discurso hicieron disfrutable la velada. Volvió a subir el nivel con el Concierto para violín nº 1 ofrecido dos días después, ya de nuevo en el Maestranza. Sonó bien la orquesta, lo que evidenció que el principal problema en las dos sinfonías había sido la falta de ensayos. También estuvo más acertado Lombard: como aquí la complejidad de la partitura era menor, fue más que suficiente con su enfoque sobrio y ortodoxo. Aunque se le ha escuchado en mejores ocasiones -parecía algo tenso-, estuvo muy digno en la parte solista Serguei Teslia, hasta hace poco concertino de la agrupación. El público aplaudió con cariño su puntual retorno e incluso le obsequió espontáneamente con un gran ramo de flores. Continuó el ascenso con la segunda parte del programa: la Séptima de Bruckner de Lombard resultó espléndida. Si nos ponemos en plan Beckmesser siempre podremos arañar la pizarrita señalando una intervención desafortunada de los metales por aquí, o un crescendo no del todo bien llevado por allá. Pero lo que importa es que globalmente se trató de una notabilísima versión, bien planificada en su juego de tensiones y distensiones y desprovista de cualquier retórica y mística pseudo-religiosa, aunque resultara, eso sí, más contemplativa que rebelde y desesperada. A destacar la bellísima sonoridad de violas y violonchelos y la lírica exposición del justamente famoso adagio. De momento, se acabó el viaje. Ya les contaremos el mes que viene cómo finaliza.
|