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Luces y sombras al piano. El porqué de
la creación.
Por
Elisa Rapado Jambrina. Lee su
curriculum.
Oscar Wilde
Introducción:
Hace ya algunos meses, en la víspera de un examen de las oposiciones,
cierto compañero y yo intentábamos charlar animadamente por teléfono. Los
dos nos encontrábamos en la misma situación, y comentábamos la dificultad
de convencer a un tribunal que nos era totalmente desconocido de nuestro
conocimiento del arte musical en general y del pianístico en particular,
en unas pocas horas distribuidas en unos exámenes, divididos en teóricos,
prácticos y pedagógicos.
En cuanto al tema teórico parecía que nos poníamos de acuerdo en que lo
más importante para hacer un buen examen era tener una correcta visión
histórica del fenómeno musical, y a la vez, nociones actualizadas de
investigación en los distintos temas. Pero la dificultad mayor surgió
cuando abordamos el tema práctico. Pronto descubrí que para él, el ideal
interpretativo en esta coyuntura consistía en desempeñar un papel muy
correcto y desapasionado, de forma que ningún prejuicio estilístico o de
escuela pudiera influir negativamente en la valoración del tribunal.
Me quedé pensando y después de intercambiar unas cuantas frases de
cortesía, preferí colgar y analizar más profundamente estas cuestiones.
Desde entonces, he vuelto una y otra vez a considerar este tema, hasta que
lo he convertido en un poema en prosa, de validez un tanto cuestionable,
sin duda, pero que me pareció lo suficientemente valioso como para
compartirlo con todos nuestros lectores. Su objetivo, pues, no es
convencer, sino servir de punto de partida para nuevas reflexiones, para
que las personas que interpretan, que cada día dedican su tiempo a
perfeccionarse como músicos, encuentren dentro de sí una razón más
existencial, más verdadera, que la necesidad de terminar unos estudios,
conseguir tal o cual diploma o encontrar un medio de vida.
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Sin duda, las oposiciones no se han inventado para que uno mismo declare
ante toda la Humanidad su firme voluntad de vivir siempre por y para la
creación musical. No evalúan tu propio arraigo íntimo y profundo con el
fenómeno artístico. Sin duda, puede haber opositores muy eficientes para
quienes la música es un elemento de su propia existencia, parcial y
aislado y no el centro, el origen y el fin de su propia persona.
Olvidemos entonces el contexto concreto de las oposiciones y pensemos...
¿para qué tocar? No hay una respuesta inmediata. Habría entonces que
seguir el consejo que Rilke da a su joven poeta y dejar de tocar
inmediatamente, ocupar el tiempo en otras actividades, descansar,
pasear... hasta volver a sentir la llamada del arte. Si en todo ese tiempo
no sentimos la angustia, la ausencia del instrumento musical al que
amamos, una sensación de vida incompleta, de necesidad acuciante y
dolorosa, entonces lo mejor sería cambiar de profesión. Pero si la música
nos reclama hasta el último rincón de nuestro ser, debemos cerrar los ojos
y seguirla, como un destino y un ideal.
¿Por qué podemos tocar sin decaer cuando nuestro espíritu nos llama?
Podemos sentirnos como un gatito atropellado, con las huellas del
neumático todavía impresas en las costillas, y seguir trabajando sin
decaer, cruzar el campo en primavera para encerrarnos en una habitación
oscura a estudiar. Es la necesidad creativa.
Invocación final:
Tocar..tocar tiene sentido si queremos hechizar las voluntades. Que mi
creación sea la nostalgia, lejanía, anhelo, que refleje mi corazón
desbordado chocando contra un muro de piedra. Que sea literatura pura y
construcción inquebrantable. Que mi sonido sea como el mar, como los niños
que juegan con las rodillas empapadas de barro. Que cuando yo toque se
escuche la vida contemporánea, la lucha diaria, el estrés y los dolores de
espalda, los pies pesados, la garganta seca, las vértebras encadenadas, el
corazón sediento. Que suene la claridad de la luna, el rojo del amanecer.
Quiero hundir mis dedos en la raíz de las cuerdas hasta acariciar la
tierra húmeda, y sentir en ella el esfuerzo de cada campesino, y el rumor
de las semillas cuando crecen. Quiero que se sienta la ternura del viento
y el fragor del vendaval.
Quiero tocar como cantó por última vez el ruiseñor del cuento de Wilde,
que entregó su vida, a través de la música, por la amistad. Como ese
pájaro valiente que prefirió morir mientras creaba, en las ramas espinosas
de un rosal seco, la rosa roja más hermosa jamás vista, para que su mejor
amigo pudiera entregársela a su amada.
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