Revista mensual de publicación en Internet
Número 38º - Marzo 2.003


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Luces y sombras al piano. El porqué de la creación.

Por Elisa Rapado Jambrina. Lee su curriculum. 


Oscar Wilde

 

Introducción:
Hace ya algunos meses, en la víspera de un examen de las oposiciones, cierto compañero y yo intentábamos charlar animadamente por teléfono. Los dos nos encontrábamos en la misma situación, y comentábamos la dificultad de convencer a un tribunal que nos era totalmente desconocido de nuestro conocimiento del arte musical en general y del pianístico en particular, en unas pocas horas distribuidas en unos exámenes, divididos en teóricos, prácticos y pedagógicos.

En cuanto al tema teórico parecía que nos poníamos de acuerdo en que lo más importante para hacer un buen examen era tener una correcta visión histórica del fenómeno musical, y a la vez, nociones actualizadas de investigación en los distintos temas. Pero la dificultad mayor surgió cuando abordamos el tema práctico. Pronto descubrí que para él, el ideal interpretativo en esta coyuntura consistía en desempeñar un papel muy correcto y desapasionado, de forma que ningún prejuicio estilístico o de escuela pudiera influir negativamente en la valoración del tribunal.

Me quedé pensando y después de intercambiar unas cuantas frases de cortesía, preferí colgar y analizar más profundamente estas cuestiones. Desde entonces, he vuelto una y otra vez a considerar este tema, hasta que lo he convertido en un poema en prosa, de validez un tanto cuestionable, sin duda, pero que me pareció lo suficientemente valioso como para compartirlo con todos nuestros lectores. Su objetivo, pues, no es convencer, sino servir de punto de partida para nuevas reflexiones, para que las personas que interpretan, que cada día dedican su tiempo a perfeccionarse como músicos, encuentren dentro de sí una razón más existencial, más verdadera, que la necesidad de terminar unos estudios, conseguir tal o cual diploma o encontrar un medio de vida.

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Sin duda, las oposiciones no se han inventado para que uno mismo declare ante toda la Humanidad su firme voluntad de vivir siempre por y para la creación musical. No evalúan tu propio arraigo íntimo y profundo con el fenómeno artístico. Sin duda, puede haber opositores muy eficientes para quienes la música es un elemento de su propia existencia, parcial y aislado y no el centro, el origen y el fin de su propia persona.

Olvidemos entonces el contexto concreto de las oposiciones y pensemos... ¿para qué tocar? No hay una respuesta inmediata. Habría entonces que seguir el consejo que Rilke da a su joven poeta y dejar de tocar inmediatamente, ocupar el tiempo en otras actividades, descansar, pasear... hasta volver a sentir la llamada del arte. Si en todo ese tiempo no sentimos la angustia, la ausencia del instrumento musical al que amamos, una sensación de vida incompleta, de necesidad acuciante y dolorosa, entonces lo mejor sería cambiar de profesión. Pero si la música nos reclama hasta el último rincón de nuestro ser, debemos cerrar los ojos y seguirla, como un destino y un ideal.

¿Por qué podemos tocar sin decaer cuando nuestro espíritu nos llama? Podemos sentirnos como un gatito atropellado, con las huellas del neumático todavía impresas en las costillas, y seguir trabajando sin decaer, cruzar el campo en primavera para encerrarnos en una habitación oscura a estudiar. Es la necesidad creativa.

Invocación final:

Tocar..tocar tiene sentido si queremos hechizar las voluntades. Que mi creación sea la nostalgia, lejanía, anhelo, que refleje mi corazón desbordado chocando contra un muro de piedra. Que sea literatura pura y construcción inquebrantable. Que mi sonido sea como el mar, como los niños que juegan con las rodillas empapadas de barro. Que cuando yo toque se escuche la vida contemporánea, la lucha diaria, el estrés y los dolores de espalda, los pies pesados, la garganta seca, las vértebras encadenadas, el corazón sediento. Que suene la claridad de la luna, el rojo del amanecer. Quiero hundir mis dedos en la raíz de las cuerdas hasta acariciar la tierra húmeda, y sentir en ella el esfuerzo de cada campesino, y el rumor de las semillas cuando crecen. Quiero que se sienta la ternura del viento y el fragor del vendaval.

Quiero tocar como cantó por última vez el ruiseñor del cuento de Wilde, que entregó su vida, a través de la música, por la amistad. Como ese pájaro valiente que prefirió morir mientras creaba, en las ramas espinosas de un rosal seco, la rosa roja más hermosa jamás vista, para que su mejor amigo pudiera entregársela a su amada.